Trasladarme de escuela sería un cambio drástico. Había asistido a la misma escuela pública con los mismos amigos toda mi vida, así que este fue un gran ajuste; especialmente porque mi nueva escuela era un internado. El pensamiento que me obsesionaba al entrar en el onceavo grado era: ¿Quién sería mi compañera de cuarto? Nunca en mi vida había tenido que vivir con un extraño durante un período de tiempo tan prolongado, y honestamente, la situación parecía un poco atemorizante.
Cuando finalmente llegó el día, me instalé en mi habitación y traté de familiarizarme con mi nuevo hogar. Entonces llegó mi compañera de cuarto. Le di la bienvenida con mi sonrisa más amistosa. Ella me saludó de una manera negativa y beligerante. A medida que pasaban los días, sentía que no importaba cuán amable tratara de ser, la tensión en nuestra habitación solo empeoraba. Cuando ambas comenzamos a hacer nuevos amigos, ella empezó a difundir rumores horribles acerca de mí. Pronto, comencé a odiarla y tenía miedo de estar en la misma habitación con ella.
El odio me despertó, y supe que necesitaba recurrir a Dios en busca de ayuda porque no quería sentirme así. En la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, habíamos hablado de las parábolas de Jesús, e inmediatamente me vino a la mente la de la cizaña y el trigo (véase Mateo 13:24-30). En la parábola, un enemigo planta cizaña entre el trigo, y las personas que trabajan en los campos inicialmente quieren recogerla porque son malas hierbas. Pero el dueño del campo les dice que la cizaña y el trigo se parecen demasiado (recoger la cizaña en este punto podría arruinar la cosecha de trigo), por lo que en cambio, los trabajadores deben dejar que la cizaña y el trigo crezcan lado a lado hasta la siega. A pesar de que la cizaña y el trigo se ven similares, es más fácil distinguirlos en el momento de la cosecha.
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