Hay muchos corazones esperando algo más en la vida. Y hay respuestas inspiradas e inspiradoras disponibles para satisfacer esos corazones esperanzados. A menudo, lo que conecta los puntos entre esperar y obtener respuestas es que alguien comparta sus percepciones espirituales y la fuente de ellas.
Eso es lo que me pasó a mí en la universidad, cuando albergaba una profunda preocupación por mi futuro y el del mundo. Un amigo compartió ideas de una reunión a la que asistía con regularidad en el campus. Finalmente, me compró un ejemplar de un libro que yo pensaba que no quería, y que me dio a conocer respuestas espirituales que no sabía que necesitaba. No obstante, las ideas de la autora me llegaron, y mi vida fue transformada al aprender acerca de una consciencia más elevada y más santa donde se produce la curación que, hasta entonces, no sabía que existía. Fui receptivo porque mi corazón anhelaba obtener mejores respuestas, y desde entonces he estado infinitamente agradecido a mi amigo por compartir conmigo de la manera en que lo hizo.
La reunión del campus era de la Organización de la Ciencia Cristiana, un grupo de estudiantes y profesores que se reunían con regularidad para recibir inspiración y apoyo espiritual, y el libro que me dio fue Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Una forma en que este libro describe esa consciencia más elevada —que fue ejemplificada de la mejor manera en Jesús— es: “La consciencia y la individualidad del hombre espiritual son reflejos de Dios” (pág. 336). Cada vislumbre del hecho de que nuestra verdadera identidad es el reflejo del Amor divino, Dios, saca a la luz una libertad que no solo ofrece esperanza para el futuro, sino que revela la armonía aquí y ahora. Ese fue el regalo de regalos que recibí cuando mi amigo lo compartió conmigo, y al que hoy puedo remontar a décadas de curación, claridad sobre cómo avanzar en mi carrera y relaciones, y conocimiento e inspiración sobre cómo abordar los problemas más grandes que preocupan a la sociedad.
Parte de esa verdadera identidad es nuestro reflejo de la naturaleza de Dios de compartir y dar. Las enseñanzas de la Ciencia Cristiana están llenas de ejemplos de esa naturaleza. Por ejemplo, la Sra. Eddy habla de Dios como “el gran Dador” y en otra parte se refiere al “gran corazón del Amor” (Ciencia y Salud, págs. 112, 448). Por ser la imagen de este gran Dador de todo el bien, es natural que cada uno de nosotros refleje el gran corazón del Amor al compartir con los demás de corazón a corazón.
A pesar de esto, ciertamente puede parecer razonable dudar de tender una mano a otros en una época en la que la religión a menudo pasa a un segundo plano, o incluso es reprimida o ridiculizada. Pero la vacilación no es motivada por el Amor. Por lo tanto, podemos orar para reflejar mejor el Amor escuchando atentamente lo que el amor dentro de nosotros anhela compartir. También podemos confiar en la sabia guía de la Mente divina, Dios, respecto a cuándo y cómo hacerlo de una manera que toque los corazones de aquellos con quienes deseamos compartirla. Como dice la Biblia: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2 Corintios 9:8).
La confianza en la suficiencia que Dios da para “[abundar] para toda buena obra” es el viento detrás de nuestras velas cuando el deseo de nuestro corazón es compartir lo que ha demostrado ser tan valioso para nosotros con personas que apreciamos, incluso aquellos que son extraños para nosotros hasta que somos guiados a responderles de esta manera. La “buena obra” podría ser tan simple como ofrecer “una palabra al fatigado” (Isaías 50:4 LBLA); regalar Ciencia y Salud, como hizo mi amigo; u ofrecer una oración sanadora, como lo hicieron Pedro y Juan: La Biblia dice que no tenían dinero, sin embargo, pudieron satisfacer la necesidad de un hombre cojo de nacimiento que mendigaba en la puerta del Templo. Pedro le dijo: “No tengo ni plata ni oro, pero tengo algo más que puedo darte: ¡Por el poder de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda!”.
El hombre no solo caminó; sino que entró en el templo “andando y saltando, y alabando a Dios” (véase Hechos 3:1-8, International Children’s Bible). Eso ilustra la sincera alegría que puede resultar al compartir algo con sinceridad, tanto para el que sana como para el sanador. Responder al impulso de brindar el cuidado propio del Amor puede cambiar permanentemente otra vida para mejor y elevar y mantener nuestra propia convicción en el poder sanador del Cristo. Esa curación del Cristo es lo que Jesús enseñó a sus discípulos, y es exactamente lo que se encuentra en las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, que podemos compartir hoy: las buenas nuevas de la presencia y el poder de Dios y la alegría, la salud y la libertad que experimentamos a medida que nos volvemos receptivos a la totalidad del amor de Dios.
No se requiere de gran elocuencia ni ser un sanador perfecto para compartirla con éxito, pero sí se necesita corazón, de acuerdo con el aliento duradero de la Sra. Eddy. Ella escribió: “Cuando habla el corazón, por sencillas que sean las palabras, su lenguaje es siempre aceptable para quienes tienen corazón” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 262).
Que nuestros corazones receptivos escuchen, sean sanados y compartan la reconfortante verdad de que el Amor divino está presente, es real y capaz de satisfacer nuestras propias necesidades y las de la humanidad.
Tony Lobl, Redactor Adjunto
