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Original Web

Impersonalizar el yo mortal al seguir a Cristo

Del número de enero de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 18 de septiembre de 2023 como original para la Web.


Con su característica visión espiritual, la Guía de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, enseña que el yo mortal, o personalidad, es responsable de nuestros problemas. Y señala la solución al afirmar: “Impersonalizar científicamente el sentido material de la existencia —en vez de aferrarse a la personalidad— es la lección de hoy” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 310).

La Ciencia Cristiana acepta la verdad bíblica de que el hombre no es carne y hueso, sino la imagen y semejanza espiritual del único Dios infinito, la Mente divina. Su identidad se expresa en cualidades divinas como la inteligencia, el amor, el altruismo, la bondad, etc. Por el contrario, la aparente personalidad material expresa el pensamiento mortal, una forma de pensar no espiritual que la Biblia dice que resulta en pecado, enfermedad y muerte. Por esta razón, la personalidad material, o el “viejo hombre” como lo llama San Pablo, necesita ser despojada y reemplazada por la verdadera identidad del hombre, el hombre “nuevo” (véase Colosenses 3: 9, 10), reconocible a través de la oración como nuestra identidad a semejanza del Cristo. 

La palabra latina persona puede referirse a una máscara utilizada en el teatro romano. De la misma manera, la personalidad material enmascara al hombre de la creación de Dios, presentándonos como mortales con rasgos y hábitos materiales heredados. Una supuesta mente material constituye esta identidad mortal irreal. Refiriéndose a esto, la Sra. Eddy dice: “La mente mortal ve lo que cree tan ciertamente como cree lo que ve. Siente, oye y ve sus propios pensamientos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 86). 

¿Cómo privamos a la mente mortal de su pretendida expresión: un hombre mortal? Impersonalizándolo. Eso es lo que nuestro Ejemplo, Cristo Jesús, demostró al comienzo de su carrera. En el desierto fue tentado por una sugestión diabólica, o pensamiento deliberado en la consciencia humana, de convertir piedras en pan después de haber ayunado “cuarenta días y cuarenta noches” (véase Mateo 4:1-11). Pero Jesús no dijo: “Yo tengo hambre”, lo que le habría dado un ego a la mente mortal irreal. Jesús se negó a aceptar la sugestión como su propio pensamiento. Cuando vinieron otras insinuaciones, no dijo: “Tentaré a Dios” o “Quiero poder”. Él no autenticó las insinuaciones de la mente mortal dándoles una identidad y negando así su verdadera individualidad, el Cristo-hombre.

Las sugestiones que nos llegan pueden ser “Estoy cansado”, “Estoy solo” o “No soy amado”. El ejemplo de Jesús nos muestra la recompensa que viene al lidiar con firmeza con las tentadoras sugestiones falsas de la mente mortal. Leemos que “el diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían”. Estos ángeles, o mensajes de Dios, seguramente le habrían asegurado la eterna presencia de su Padre, la Mente divina, así como la falta de presencia de una mente mortal irreal. Esta conciencia consciente de la Mente a lo largo de la carrera de Jesús se ve en el hecho de que él “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Cuando finalmente vació totalmente la mente mortal irreal de todo concepto mortal, desapareció para los sentidos físicos en lo que se llama la ascensión.  

La negación de la realidad de un yo mortal es una regla en la Ciencia Cristiana y es la única forma en que la Ciencia funciona.

Cada uno de nosotros, como seguidor de Cristo, tiene la capacidad otorgada por Dios para desterrar la pretensión de que la mente mortal gobierna nuestro pensar y, por lo tanto, nuestra experiencia. Al mirar el ejemplo de Jesús, podemos encontrar profundas reservas de pensamientos espirituales y de cualidades espirituales como paciencia, bondad, inocencia, sabiduría, etc. Consagrar el pensamiento a Dios, el bien, nos permite alcanzar todo nuestro potencial, al expresar cada vez más la Mente de Cristo momento a momento. 

Privamos a la mente mortal de toda identidad sobre la base de que la Mente divina y su idea —es decir, el Ego-Dios y Su expresión, el Ego-hombre— son uno. Esta comprensión reduce la consciencia errónea autoconstituida a una mera hipótesis, sin objetivación ni realidad. Una mente separada de Dios es una imposibilidad, y, al no ser ni una causa ni un creador, no tiene ningún efecto, ninguna creación. El error no tiene influencia, ni aplicación, ni presencia, ni actividad: ninguna realidad. Admitiendo esta verdad, asumimos nuestra responsabilidad individual de no dar crédito a las mentiras del error. Al hacerlo, podemos deshacernos rápidamente de la tentación de aceptar las sugestiones hipnóticas de un yo material con sus falsas promesas y amenazas.

En la guerra mental por el exterminio del error, el campo de batalla es siempre la consciencia humana, nunca el cuerpo físico. Incluso los males y pecados en apariencia profundamente arraigados son aniquilados cuando la creencia en que el concepto mortal es real pierde todo control sobre nosotros, ya que nos negamos a dar al error una identidad o un creyente. Entonces hemos impersonalizado el mal, y los pensamientos erróneos están condenados al olvido. Se ve que la individualidad del hombre es propia del Cristo, y se producen la curación y la regeneración.

La creencia en el orgullo intelectual, una personalidad fuerte o un ego inflado a menudo pone a las personas en conflicto con su verdadera identidad espiritual y puede llevar a la mordacidad. El apóstol Pablo es un ejemplo de alguien que luchó valientemente contra las imposiciones de una personalidad mortal. Inicialmente estaba orgulloso de su educación como fariseo y extremista religioso, antes de su conversión cristiana (véase Hechos 22:3, 4), por lo que fue sanado de la ceguera física y percibió que la frialdad de la letra no podía salvarlo. Lo que se necesitaba era el amor vivificante exhibido por Cristo Jesús. Pablo llegó a este punto de vista más elevado; como él explica: “cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por … Cristo” y las “tengo por basura” (Filipenses 3: 7, 8). Había despertado a su verdadera individualidad en Cristo, y su única ambición a partir de entonces, en sus últimas palabras, fue: “Para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1:21). 

Debemos tener cuidado de no ser inconsistentes al impersonalizar nuestros propios errores, pero entonces negar a otros las gracias del Espíritu, como la bondad y la sabiduría, o arrojarles a ellos la máscara de la edad y la decadencia. No hemos visto los errores como irreales mientras se los adjudiquemos a los demás. Todo lo contrario: hemos sido engañados por ellos. Queremos ayudarnos a nosotros mismos y a los demás a liberarnos de la crueldad de la mente carnal que impondría condiciones de sufrimiento como el dolor y las deformidades mentales. Esa libertad viene cuando impersonalizamos el mal. 

Cuando la gente de cierta aldea no quiso recibir a Jesús, dos de sus estudiantes se enojaron con ellos (véase Lucas 9:51-56). Los discípulos Jacobo y Juan le preguntaron a su Maestro: “¿Quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?”. Los discípulos habían personalizado el mal y querían copiar un ejemplo equivocado. Pero Jesús los corrigió, diciendo: “Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas”, salvarlas del enmascarado, del asesino: la mente carnal. Al conocer nuestra propia individualidad propia del Cristo, naturalmente reconoceremos la semejanza del Cristo inherente a cada individuo. 

Si no impersonalizamos el error disfrazado de una individualidad mortal problemática con la que no estamos contentos —ya sea nuestro propio ser o el de un vecino beligerante, un pariente dominante, un jefe rebelde, un oponente político, etc. —  entonces la única manera de resolver el problema, de acuerdo con la propia situación extremista y pervertida de la mente mortal, es pelear, incluso para liquidar sus falsas imitaciones a través del suicidio o el homicidio, a través de la guerra a nivel individual o global. Esto está sucediendo con demasiada frecuencia en nuestros tiempos. Pero Jesús mostró lo que nos salva del enmascarado, o la mente carnal y sus mentiras.

Con el Cristo todo el bien es posible, porque el Cristo revela la verdadera identidad del hombre y es la clave para impersonalizar el mal.

Sólo la verdad del ser y sólo la semejanza propia del Cristo nos unen con la Mente omnipotente que destruye todas las formas de error: las características falsas, los odios, los resentimientos, las preocupaciones, la ambición desmedida, de la cual la mente carnal afirma producir todas las formas de pecado y enfermedad que plagan a la familia humana y enmascaran la verdadera identidad del hombre. A medida que los pensamientos impíos son excluidos de la consciencia, la pretensión de que falta afecto cristiano y sus efectos también son eliminados.  

Cuidamos mejor nuestra salud mental dejando que la Mente divina gobierne nuestro corazón. Si la mente mortal te atormenta con pensamientos de pecado y enfermedad o te sientes amenazado por tales pensamientos de otros o tienes dudas acerca de tu identidad, entonces tienes la capacidad que Dios te ha dado de saber que ninguna supuesta mente mortal puede tocar la consciencia que Dios otorga, que es tu verdadera identidad y la de todos los demás. Al saber esto con firmeza, no solo te ayudas a ti mismo, sino que también el aparente victimario se liberará de las garras de los sentidos corporales personales. La ilusión no es indestructible. La máscara siempre puede arrancarse.

La negación de la realidad de un yo mortal es una regla en la Ciencia Cristiana, y es la única forma en que la Ciencia funciona. La creencia en una individualidad material es lo que parece atarnos a la mortalidad. Para deshacerse de las cadenas mentales de la mortalidad se requiere de una lucha mental. Lo que emerge es nuestra verdadera identidad, establecida para siempre en la Mente divina y eternamente libre para vivir como el reflejo espiritual perfecto de Dios. Impersonalizamos el error e individualizamos el bien. 

La salvación de un sentido equivocado de identidad o personalidad material viene a través del Cristo, la verdadera idea de Dios, que opera en la consciencia humana. Desenmascara la mente mortal en todos sus aspectos, hasta que finalmente toda creencia errónea desaparece de la consciencia humana, y se comprende que la Mente divina es la única Mente. Con el Cristo todo el bien es posible, porque el Cristo revela la verdadera identidad del hombre y es la clave para impersonalizar el mal. El Cristo no es algo fuera de nosotros que debemos buscar y añadir. El Cristo debe encontrarse dentro de nosotros. Es “una influencia divina siempre presente en la consciencia humana y repitiéndose a sí misma, viniendo ahora como fue prometida antaño:

“A pregonar libertad a los cautivos [del sentido], 
Y vista a los ciegos; 
A poner en libertad a los oprimidos” 
(Ciencia y Salud, pág. xi). 

A través de esta influencia, la creencia en una mente personal se está desvaneciendo constantemente, y la alegría de comprender la verdadera individualidad del hombre en Cristo está tomando su inevitable y legítimo lugar. Y realmente podemos decir con Pablo: “De aquí en adelante a nadie conocemos según la carne”, porque nuestro único deseo es conocer y ser una “nueva criatura” en Cristo (2 Corintios 5:16, 17), y ayudar a otros a hacer lo mismo. 

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