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Original Web

Nuestra fuente inagotable de ideas infinitas

Del número de enero de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 2 de octubre de 2023 como original para la Web.

Publicado originalmente en alemán


Era mi primera excursión de barranquismo. En síntesis, el barranquismo implica subir y bajar por las empinadas paredes de las montañas y saltar a los ríos. Todos los demás participantes de mi grupo también estaban realizando esta actividad por primera vez. 

En la primera etapa empinada, el guía nos mostró cómo asegurarnos usando cuerdas y ganchos. Después de eso, descendió en rappel hacia las profundidades. Se suponía que debíamos seguirlo uno por uno. Me paré al final de la fila y observé cómo la primera persona tomaba la cuerda para asegurarse a sí misma. 

De repente tuve el impulso de ir al frente de la fila. Tan pronto como lo hice, alerté a la persona que estaba a punto de hacer rappel que había atado mal la cuerda y que tan pronto como pusiera peso en esa cuerda, se desataría. Dije esto antes de haber mirado el nudo. Cuando mi compañero de grupo miró la cuerda, vio que lo que había dicho era cierto. Cambió el nudo y bajó a salvo. Todos estábamos felices y más alertas a partir de ese momento.

Más tarde me di cuenta de que ni el impulso de ir hacia la persona al frente de la fila ni la clara afirmación sobre el nudo equivocado habían venido de mi propio pensamiento o conocimiento sobre el deporte. Simplemente estaban allí, claros como el cristal, y yo estaba siguiendo la dirección a la que me sentía obligada a obedecer. 

A través del estudio de la Biblia junto con el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, comprendo que este impulso proviene de la Mente divina.

En la Ciencia Cristiana, se comprende a Dios mediante diferentes sinónimos, tal como Mente. La Mente divina no solo tiene, sino que en realidad es toda sabiduría. La Ciencia Cristiana también enseña que cada uno de nosotros es espiritual, el reflejo de Dios. Como el reflejo espiritual de la Mente, cada uno de nosotros refleja muy naturalmente esta sabiduría divina y así es capaz de manifestarla en nuestra experiencia de manera práctica. 

Esto suena fácil en teoría. Pero cuando enfrentamos problemas, el miedo y la duda pueden introducirse furtivamente, y hacernos pensar que necesitamos resolver el problema con nuestras propias capacidades. Incluso podríamos confundir la voluntad humana con la Mente divina. 

Ciertamente, a la humanidad se le ocurren soluciones adecuadas una y otra vez. Me sorprendo cuando veo todas las cosas buenas que la humanidad es capaz de hacer. Sin embargo, si acreditamos la llamada mente humana como la fuente de buenas ideas, hallamos que es limitada o incluso incorrecta. Entonces, cuando nos encontramos desesperados y los problemas parecen estar más allá de nuestras capacidades, podemos sentir que las soluciones son limitadas o inexistentes. 

Estoy convencida de que no tenemos que aceptar tales conclusiones. Con el tiempo, he llegado a tener una fe profunda en la Mente divina, lo que me libera de confiar en mí misma, mi conocimiento y mis habilidades. Esta fe abre un horizonte infinitamente amplio, una forma infinitamente grande de pensar, y a través de mi confianza en Dios como Mente, estoy cada vez más abierta a encontrar soluciones que no surjan del pensamiento humano limitado. 

Esto no significa que haya dejado de pensar o actuar. Más bien, estoy aprendiendo a pensar desde una base más espiritual, reconociendo a Dios como la fuente de todas las buenas ideas y buenas obras. Se ha vuelto muy natural para mí escuchar la dirección de Dios y seguirla, como lo hice ese día durante el viaje de barranquismo.

La Sra. Eddy describe tales obras de Dios como “supremamente naturales”. Ella escribe: “Son la señal de Emanuel, o ‘Dios con nosotros’, una influencia divina siempre presente en la consciencia humana y repitiéndose a sí misma, viniendo ahora como fue prometida antaño: 

A pregonar libertad a los cautivos [del sentido],
Y vista a los ciegos;
A poner en libertad a los oprimidos. 
(Ciencia y Salud, pág. xi)

Esta “influencia divina siempre presente en la consciencia humana” es el Cristo. En la Ciencia Cristiana, conocemos a Jesús de Nazaret como el hombre que vivió en la tierra hace dos mil años. El Cristo es la idea divina de Dios, que Jesús demostró tan perfectamente, y que todavía está aquí con cada uno de nosotros hoy. 

Se ha vuelto muy natural para mí escuchar la dirección de Dios y seguirla.

Mi práctica cristiana cotidiana de escuchar a Dios me ha permitido manifestar algo de la sabiduría omnipresente y omnisciente en mi experiencia de una manera muy útil e incluso salvadora. Y ese es solo un ejemplo de innumerables veces en las que he experimentado la clara dirección de Dios. Sé que mi práctica diaria de la Ciencia Cristiana me prepara continuamente para percibir al Cristo, o la Verdad, de manera más evidente y confiable.

Por medio de la Ciencia Cristiana, todos podemos aprender a dar paso a la influencia divina —el Cristo sanador— y dejar que actúe en nuestras vidas. Esto es especialmente necesario cuando se trata de problemas que son demasiado grandes o complejos para las soluciones humanas. Cuando consideramos la necesidad de encontrar soluciones globales, nos damos cuenta de que necesitamos una fuente global —una fuente infinita— y no podemos conformarnos con soluciones limitadas o imperfectas de una fuente limitada e imperfecta. Así que nos volvemos a Dios, la Mente divina, el bien absoluto, que está siempre comunicándose con Su creación. 

Para enfrentar los desafíos globales a través de la oración, podemos comenzar con nuestras propias vidas. De hecho, podemos pensar en manejar los problemas más pequeños como si fueran un campo de entrenamiento para enfrentar problemas más grandes. Aprender a confiar en nuestra fuente divina para todas las ideas buenas y correctas es una aventura más grande que el barranquismo, y trae seguridad y soluciones prácticas, y expande el pensamiento y la acción en la experiencia diaria.

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