Era la temporada de finales. Mi profesor de posgrado nos había dado cinco preguntas que podíamos usar para prepararnos, explicando que se nos pediría que escribiéramos sobre dos de ellas durante el examen. Pero había un problema: Ninguna de las preguntas parecía estar relacionada con el material que había leído o las charlas que habíamos tenido en clase. ¡Parecía que las preguntas pertenecían a otra clase por completo! Me sentí estancada e indefensa.
No obstante, una cosa que sí tenía era lo que había estado aprendiendo en la Ciencia Cristiana, así que fue ahí a donde me dirigí. Una de las más grandes enseñanzas de la Escuela Dominical habían sido los sinónimos de Dios que Mary Baker Eddy identifica en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras.
Uno de estos nombres para Dios es Mente, y durante mis años universitarios me había acostumbrado a reconocer que Dios es la Mente —la única Mente, la Mente omnipresente— y que yo reflejo a la Mente. Esto significaba que no podía estar separada de las ideas que la Mente incluye; la Mente siempre me estaba dando las ideas que necesitaba.
También siempre me había encantado el hecho de que los sinónimos de Dios son intercambiables. Otro de esos sinónimos es Amor, y cuando leí la declaración “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana” (Ciencia y Salud, pág. 494), sustituir la palabra Mente fue reconfortante, asegurándome que la Mente divina satisfaría mi necesidad en ese momento y siempre.
Mi pánico disminuyó un poco mientras pensaba más profundamente en todo lo que incluye la Mente. Y recordé las numerosas conversaciones que habíamos tenido en la Escuela Dominical sobre las cualidades de la Mente, como discernimiento, percepción, juicio y perspicacia, y cómo reconocer que estas cualidades eran mías por reflejo me había ayudado en exámenes anteriores.
Dejé de estresarme por lo que no sabía y me detuve por un momento para afianzarme en una base diferente. Reconocí que no dependía de mí crear respuestas brillantes por mi cuenta, y que podía ser guiada por mi fuente divina para conectar el trabajo de clase y las tareas de lectura con las preguntas.
Después de leer las preguntas nuevamente, encontré una donde podía ver una relación con las discusiones de clase y la lectura, y comencé a escribir una respuesta. Durante los siguientes días, trabajé en el resto de las preguntas, teniendo en cuenta la verdadera fuente de mi inteligencia y habilidad. Cada una gradualmente se hizo más clara para mí, y pude escribir respuestas completas para todas ellas. Durante este proceso, sentí la sensación muy reconfortante de la presencia de Dios como Amor, y del amor reemplazando el sentimiento original de pánico. También fue interesante para mí que mi búsqueda de ayuda no me enviara de vuelta a revisar el material académico, aunque lo había hecho muchas veces en el pasado. La respuesta estaba en reconocer que la fuente de la inteligencia es la Mente divina y en verme a mí misma como la expresión de esa inteligencia.
Estaba muy feliz de terminar con las cinco respuestas y emocionada cuando el profesor eligió para el examen final las dos preguntas para las que había escrito las respuestas más completas. Te podrás imaginar cómo me sentí cuando me entregaron mi examen calificado y descubrí que el profesor no solo había elogiado mi escrito, sino que también había pedido formar parte de mi comité de tesis.
Yo, por supuesto, estaba muy agradecida. Pero lo que más aprecié fue el sentimiento de que Dios me ayudaba cuando me sentía atascada y la forma en que el amor de Dios se manifestó al proporcionarme las ideas exactas que necesitaba justamente cuando las necesitaba. Es una experiencia que aún me viene al pensamiento cuando enfrento algún obstáculo, y me ha consolado muchas veces desde entonces.
