La primera vez que me ajusté los esquís en los pies y me dirigí cuesta abajo desde la cima de una montaña, tuve miedo. Mi temor aumentaba cuanto más rápido me deslizaba. Las maniobras que había aprendido mientras practicaba en la pista de principiantes no funcionaban en la empinada colina. Necesitaba ayuda. Para recuperar el control, decidí dejarme caer y estrellarme contra el suelo, lo que logré hacer sin lastimarme. Entonces busqué el consejo de un esquiador experimentado que estaba cerca, quien me mostró cómo detenerme en un terreno escarpado. ¡De repente, esquiar se volvió más divertido!
Mi pista de esquí para principiantes me enseñó una valiosa lección sobre cómo mantener el control del cuerpo. Al bajar la montaña agitando los brazos y sin poder dominar los esquís, parecía y me sentía fuera de control. Pero no estaba fuera de control; actuaba por miedo e ignorancia. Lo que necesitaba era ajustar mi pensamiento. Cuando reemplacé el miedo y la ignorancia con la comprensión de cómo maniobrar mis esquís para obtener mejores resultados, la imagen de un esquiador fuera de control se desvaneció. Estaba ejerciendo dominio sobre mi cuerpo.
La misma lección se aplica a otras veces en las que el cuerpo se siente fuera de control. Si un órgano funciona de manera errática, la presión arterial sube demasiado, los músculos se contraen o aparece una enfermedad, quizá sintamos que nuestro cuerpo está fuera de control. Pero en verdad, el cuerpo nunca está fuera de control. Manifiesta cualquier estado de pensamiento que lo gobierne. Si el temor rige el pensamiento, el cuerpo se puede tensar y las condiciones pueden parecer impredecibles. Si prevalece la calma, el dominio es más fácil de establecer. El cuerpo responde al pensamiento de la misma manera en que un automóvil responde a un conductor. Cuando se pisa el pedal del acelerador hasta el fondo, el coche acelera. Si se aplican los frenos, el automóvil reduce la velocidad. Si la atención de un conductor se desvía, el coche se desvía. Así como un automóvil es dirigido por las órdenes que se le dan, así es el cuerpo.
Obtenemos dominio sobre el cuerpo al comprender el cuidado y el control de Dios —la Mente divina— sobre Su creación, incluso sobre cada uno de nosotros. Como hijos de Dios, no somos robots sin mente bajo el control de un programador mental despiadado al que no podemos hacer nada para detenerlo. Somos seres pensantes, espirituales, divinamente dotados con la capacidad de expresar la inteligencia y la sabiduría de Dios. La Mente divina siempre está presente para inspirar y guiar nuestro pensamiento de maneras sabias que manifiestan un control sensato. Cuando oramos humildemente y prestamos atención a la dirección de Dios, surgen ideas que nos permiten demostrar dominio sobre el cuerpo. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Controlado por la inteligencia divina, el hombre es armonioso y eterno” (pág. 184).
Hace unos meses, después de practicar golpes de tenis con una máquina de lanzar pelotas, presioné el botón para retraer su cable eléctrico industrial con resorte. Cuando el cable volvió a enrollarse, su voluminoso enchufe múltiple rebotó en el suelo, golpeó la pared y luego me pegó en la cabeza. ¡Ay! Aunque un poco aturdido por la fuerza del golpe, recuperé la compostura, decidí que iba a estar bien y regresé a la cancha para recoger mis pertenencias.
Después de dar unos pasos, sentí líquido en un lado de mi cara y, al llevarme la mano a la mejilla, me alarmé al descubrir lo mucho que estaba sangrando. Mi primera preocupación fue no permitir que un grupo de niños en la cancha de al lado viera esta imagen inquietante; así que les di la espalda y caminé hacia un banco cercano donde había algunos pañuelos desechables que podría usar para ayudar a detener el sangrado.
Mientras caminaba, oré. Recordé esto de la Biblia: “Cuando el enemigo venga como un torrente, el espíritu del Señor levantará un estandarte contra él” (Isaías 59:19, KJV). Mi “enemigo” del momento era el torrente de miedo y sangre que me abrumaba, pero también recordé a Cristo Jesús cuando les dijo a sus seguidores: “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará” (Lucas 10:19). Como seguidor del Cristo, sabía que el mismo poder que obró a través de Jesús estaba presente para obrar a través de mí.
Recordé la instrucción de Ciencia y Salud de tomar posesión de nuestro cuerpo y gobernar cómo este siente y actúa. Esto significaba para mí que podía liberarme del dolor y la hemorragia al tomar posesión de los pensamientos que gobiernan mi cuerpo. Necesitaba reconocer que Dios tenía el control en lugar del miedo o los efectos de un accidente. Inmediatamente antes de la instrucción anterior están estas alentadoras palabras: “La Mente es el amo de los sentidos corporales, y puede conquistar la enfermedad, el pecado y la muerte. Ejerce esta autoridad otorgada por Dios” (pág. 393).
En mis esfuerzos por ver que Dios tenía el control, sabía que Dios, la Mente divina, estaba presente para mantener el orden inteligente en todo mi cuerpo. Yo no era un mortal indefenso. Era un inmortal capaz, completamente dotado de poder divino para permanecer en buena salud.
Esas verdades espirituales me dieron autoridad divina para detener la hemorragia. Lleno de la inquebrantable convicción de mi derecho divino a ver el control de Dios en acción, dije en voz alta: “La hemorragia se detiene ahora”. El efecto fue inmediato. El temor desapareció y me quedé tranquilo; la paz se impuso. Llegué al banco y tomé unos pañuelos para limpiarme las manos y la cara. Al poner un pañuelo en la herida, una sonrisa apareció en mi rostro al descubrir que no había sangre nueva. La hemorragia se había detenido instantáneamente. Salí de la cancha lleno de gratitud a Dios por el alivio instantáneo. Los niños continuaron su práctica sin que yo los distrajera, y la herida sanó rápidamente sin más problemas.
Más tarde, me quedó claro que no fueron las palabras “La hemorragia se detiene ahora” o la voluntad humana lo que efectuó el cambio. Fue mi fe en la capacidad de Dios para producir un resultado correcto. No iba a dejar que el miedo me controlara. Tenía la convicción inquebrantable de la ayuda omnipresente de Dios. Dios detuvo la hemorragia.
En la Biblia, una mujer tuvo una experiencia similar cuando acudió a Jesús para que la sanara de una hemorragia que había estado fuera de control durante 12 años (véase Lucas 8:43-48). Cuando ella fue sanada, Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz”. Al igual que en mi caso, no fue cualquier fe lo que sanó a la mujer, sino la fe en el poder de Dios. Había estado tratando durante 12 años de sanar a través de la fe en el tratamiento físico, pero una vez que reconoció la naturaleza divina del Cristo, la Verdad, su fe se trasladó a Dios y llegó la curación. Ella experimentó el control divino actuando a su favor; el mismo control divino que detuvo mi sangrado.
La respuesta de la Sra. Eddy a la pregunta: “¿Qué es el hombre?” (hombre se refiere aquí a la identidad espiritual de todos los hombres, mujeres y niños), incluye “lo que no posee ninguna vida, inteligencia ni poder creativo propios, sino que refleja espiritualmente todo lo que pertenece a su Hacedor” (Ciencia y Salud, pág. 475). Dios siempre tiene el control de Su propia creación. Como hijos de Dios, reflejamos la capacidad de Dios para producir buenos resultados. Nuestra individualidad, hecha a semejanza de Dios, expresa Su control inteligente.
Con Dios no hay ninguna situación fuera de control; en cambio, hay infinitas oportunidades para demostrar que Él tiene el control. Cuando nos sometemos humildemente a la Mente de Dios y dejamos que la Verdad divina tome posesión de nuestro pensamiento, tomamos posesión del cuerpo y gobernamos su acción. Ejercemos control divino sobre el cuerpo. Demostramos que el mejor control es que Dios tiene el control.