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Original Web

Pascua: Un mensaje de eterno regocijo

Del número de abril de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 15 de marzo de 2024 como original para la Web.

Original en español


Para mí, la Pascua es un recordatorio de que el camino de la Vida eterna es a través de Cristo Jesús, quien declaró: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida...” (Juan 14:6). Es a través del Cristo viviente, la Verdad práctica que Jesús enseñó, la cual está por siempre presente en la consciencia humana, que descubrimos nuestra verdadera identidad inmortal. Esta es una resurrección de pensamiento a la comprensión y regocijo de quiénes somos realmente.

Desde la perspectiva de los sentidos materiales, Jesús había muerto en la cruz y luego vuelto a la vida. Pero cuando se mostró a sus discípulos después de su resurrección, él ilustró algo diferente: que el Cristo eterno, su naturaleza divina o identidad espiritual, jamás había sufrido ni muerto. En La unidad del bien, Mary Baker Eddy escribe: “Para el sentido material, Jesús apareció a primera vista como un niño humano indefenso; mas para la visión inmortal y espiritual, él era uno con el Padre, sí, la idea eterna de Dios, que era —y es— ni joven ni vieja, ni muerta ni resucitada” (pág. 61).

Cristo Jesús enseñó y demostró que, así como él era uno con el Padre, nosotros también lo somos. Por ser una idea espiritual de Dios, cada uno de nosotros tiene una identidad que está intacta para siempre, imperturbable ante la presión, inmune a las leyes materiales de la enfermedad, el pecado y la muerte.

A lo largo de las muchas pruebas que soportó, su vida espiritual siguió siendo la misma, no fue afectada por la discordia y la muerte. Lo que había muerto en la cruz, o había expuesto su irrealidad, era la creencia de que los hijos de Dios tienen una mente o existencia separada de Él, y que esta es material, limitada y debe tener un principio y un fin. Su resurrección después de la crucifixión dio prueba de la identidad espiritual e indestructible del hombre y de su unidad o coexistencia con el Espíritu divino, así como de su dominio sobre la materia y la creencia de la existencia material, algo en lo que regocijarnos con gratitud.

Ver la existencia del hombre bajo esta luz espiritual me permitió orar por alguien hace algunos años, que tenía una condición física dolorosa y que había pedido mi ayuda.

Conocía a este hombre y sentía una gran responsabilidad por su bienestar. Pero después de orar durante tres días por él, el sentido de responsabilidad personal desapareció cuando comprendí que Dios era el sanador y el responsable de la salud de este hombre. De repente, fue muy claro para mí que la individualidad de este hombre era eterna y reflejaba la naturaleza divina, o el Cristo, que no puede ser tocada por la enfermedad ni por nada inarmónico. Pensé en las numerosas cualidades propias del Cristo que este hombre expresaba, tales como pureza, inocencia y humildad; y en que esas cualidades eran eternas, una parte permanente de su identidad. Ya no veía a esta persona como un mortal enfermo, sino libre, por siempre la hermosa expresión de la Vida divina. Sentí gran gozo al tomar conciencia de este hecho espiritual o verdad.

Como resultado de esta perspectiva más elevada, la creencia en la enfermedad se evaporó en su nada nativa en mi consciencia, y el hombre sanó. Fue un momento lleno de luminosa alegría. Un momento en el cual mi corazón se llenó del glorioso mensaje de la Pascua. Regocijémonos de que la Vida divina, que es nuestra Vida, siempre triunfa, y podemos regocijarnos en esto cada día, como dice en las siguientes líneas de un himno:

Hoy cantamos a la Pascua;
su alegría eterna es.
Nueva fe el Amor nos trajo,
pues la piedra removió.
La promesa fue cumplida;
ved al hombre que hizo Dios,
en la gloria de la Pascua,
coronado con la luz.
(Frances Thompson Hill, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 171)

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