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Original Web

La Pascua y la expectativa

Del número de abril de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 14 de abril de 2025 como original para la Web.


Era el amanecer, tres días después de que el cuerpo de Jesús fuera sepultado. El Evangelio de Marcos relata que María Magdalena y otras dos mujeres fueron al sepulcro. ¿Por qué? ¿Qué esperaban? Leemos que “compraron especias aromáticas para ir a ungirle” (16:1), como era costumbre en ese tiempo para manifestar un honor especial a los muertos.   

No sabemos si María tenía curiosidad por el cumplimiento de la profetizada resurrección de Jesús cuando hizo su travesía a la tumba. Lo que sí sabemos es que, según el Evangelio de Juan, después de que Jesús resucitó, ella al principio no lo reconoció, pensando que era el jardinero (véase 20:11-18). Pero tan pronto como él la llamó “María”, ella respondió con “Raboni”, que significa “Maestro”.   

La Biblia no dice nada acerca de que alguien más haya tenido esta experiencia especial. Me parece que el pensamiento de María estaba particularmente expectante, dispuesto a aceptar plenamente el hecho de que Jesús había resucitado, aceptando por completo el mensaje de Cristo. Luego fue y les contó a los discípulos lo que había experimentado.

Hay un himno en el Himnario de la Ciencia Cristiana que ilustra cómo podría haber sido todo esto para María:

La Magdalena vio el brillo de luz
en la resurrección,
y así sintió un nuevo afecto
cuando el Señor resucitó.
 (William P. McKenzie, N.° 381, © CSBD)

Cuando necesitamos sanar podemos preguntarnos: ¿Brillan mis ojos de expectativa, de fe, esperanza y afecto? ¿Están mis oraciones llenas de asombro ante el poder del Cristo resucitado? ¿Confío en nuestro Dios omnipresente y amoroso, a quien Jesús llamó “Padre”, para que me cuide y me sane plenamente? ¡Qué alegría cuando respondemos que sí!  

Cuando se trata de la curación científica y eficaz tal como se entiende y demuestra en la Ciencia Cristiana, ¿qué esperamos? Esta es una pregunta que me encanta considerar cuando oro. ¿Qué espero de Dios? ¿Qué espero de mí misma? Esperar es, según una definición del diccionario, “considerar probable o cierto” (merriam-webster.com).

Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana y fundó La Iglesia de Cristo, Científico, escribió: “Dios es Mente, y la Mente divina fue cronológicamente lo primero, es lo primero en potencia, y es el sanador para quien todas las cosas son posibles” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 349). Menuda declaración. Es una reminiscencia de la declaración de Cristo Jesús de que “para Dios todo es posible” (Mateo 19:26). En nuestras oraciones, esperar que todas las cosas sean posibles para Dios abre nuestro pensamiento más ampliamente a la totalidad y el poder de Dios, y magnifica nuestra receptividad de que esta declaración es verdad.

Hace varios años, en medio de la noche, me despertó un dolor insoportable en el brazo y los hombros. Estaba prácticamente inmovilizada. De inmediato me volví a Dios en oración y le pedí a mi esposo que me leyera el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy. Así lo hizo. También llamamos a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. 

El dolor disminuyó lo suficiente como para poder volver a dormirme, pero por la mañana regresó. Esta situación de dolor y limitada movilidad, acompañado de momentos de alivio, se prolongó durante algún tiempo. Persistí en mis oraciones, al igual que el practicista, y la condición sanó confiando solo en Dios.

Al recordar la experiencia, veo que un componente clave fue mi expectativa de que sanaría. Sí, hubo momentos de profundo desaliento, frustración e incluso ira cuando sentía que la oración era ineficaz. Pero en lo profundo de mi ser, sabía que la curación estaba asegurada. 

La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud, usando uno de los nombres bíblicos para Dios del libro, “La Verdad es siempre vencedora” (pág. 380). Lo creí con todo mi corazón. Esperaba que se hiciera realidad. Y a pesar del continuo desafío físico, ahora me doy cuenta de que lo que estaba sucediendo en ese momento era un tremendo crecimiento moral, mental y espiritual. Cada día aprendía más sobre la naturaleza amorosa, inmutable y perfecta de Dios, y sobre mi identidad eterna como el reflejo perfecto de Dios. 

A través de esta levadura y fortalecimiento espirituales, estaba comprendiendo más profundamente la verdad de esta declaración de Ciencia y Salud: “El hombre es, y eternamente ha sido, el reflejo de Dios. Dios es infinito, por lo tanto siempre presente, y no hay otro poder ni otra presencia” (pág. 471). Esta creciente comprensión tuvo un efecto transformador y restaurador en más de un sentido.

La presentación física no fue toda la historia; ni siquiera era la parte interesante. Salí de esa experiencia no solo agradecida de estar bien, sino también más amable, más paciente y más amorosa. Perdoné. Aprendí a tomar las cosas con más calma y a escuchar realmente la voz de Dios en lugar de correr de una cosa a la otra. Aprendí la importancia de apreciar las profundidades de Su amor por mí y por los demás. 

A medida que me esforzaba por comprender y practicar mejor las verdades de la Ciencia Cristiana, y continuaba esperando una curación completa, experimenté algo que leí en el libro Escritos Misceláneos 1883-1896 de la Sra. Eddy que caracteriza la práctica de la Ciencia Cristiana: “La elevación del espíritu produjo la recuperación del cuerpo” (pág. 169). Esto fue mucho más que una curación física, y aunque estoy agradecida tanto por regresar a la normalidad como por el crecimiento del carácter, es esto último lo que me ha continuado bendiciendo más.

Otro aspecto de la visita de María a la tumba de Jesús que me ha parecido instructivo es que ella, junto con sus acompañantes, estaba anticipando la necesidad de hacer rodar la pesada piedra. Se preguntaban quién podría hacerlo. Pero entonces, la sorpresa: “Cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande. Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca; y se espantaron. Mas él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron” (Marcos 16:4-6).

Cristo Jesús había resucitado de entre los muertos, y no necesitó la ayuda de manos humanas para hacerlo. Dios se encargó de ello por completo, y Su ángel compartió el mensaje. ¡Qué lección es esa en nuestro trabajo sanador! Dios no necesita nuestra ayuda en la forma de delinear cómo es el éxito, o creer que algo más que Dios tiene poder. Jesús no esperaba que manos mortales estuvieran dispuestas a mover un obstáculo físico. Más bien, oró para que sus discípulos conocieran y comprendieran el poder y la presencia de su Padre, Dios. 

La Sra. Eddy, una devota seguidora de Cristo, escribió: “El propósito del Amor divino es el de resucitar el entendimiento, y el reino de Dios, el reino de la armonía ya dentro de nosotros. Por medio de la palabra que os es hablada, sois liberados. Permaneced en Su palabra, y ella permanecerá en vosotros; y el Cristo sanador se verá manifestado en la carne nuevamente —comprendido y glorificado” (Escritos Misceláneos, pág. 154).

Esta es la resurrección presente y continua, ¡y cuán santa es! Aprendemos a permanecer en la palabra sanadora de Dios. Nos esforzamos por honrar la vida y las obras de Cristo Jesús confiando y adorando a Dios como él lo hizo, y por expresar diariamente esperanza, fe y alegre expectativa.

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