Sentada en lo alto de la humilde roca de la Colina de Marte, con vistas a la actual Atenas, a la sombra de la majestuosa Acrópolis, observé cómo la tenue luz del amanecer comenzaba a aparecer en el horizonte lejano. Mis compañeros de viaje y yo hablamos de lo que debió haber sido cuando Pablo estuvo aquí, hace tantos siglos, dirigiéndose a los atenienses.
Mientras hablábamos de Pablo, un hombre se acercó y se sentó cerca en la roca. De repente sentí su presencia y me detuve. Él dijo: “ Sigan, los oí hablar de Pablo y quería escuchar”. Terminamos compartiendo ideas sobre las enseñanzas de Cristo, y mis compañeros y yo sentimos que estábamos teniendo nuestra propia experiencia como la de Pablo en la cima de una montaña —sentados en la Colina de Marte, hablando de cómo la luz del Cristo había transformado nuestras vidas— justo cuando los primeros rayos del día iluminaban el paisaje.
El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, hace una pregunta importante sobre el amanecer del Cristo en la consciencia: “¿Se le cree al sabio de hoy, cuando contempla la luz que anuncia el amanecer eterno de Cristo y describe su fulgor?” (pág. 95). Es posible que ocasionalmente tengamos una experiencia como esta, en la que algún concepto espiritual que ocupa nuestro pensamiento atrae a otros, como ese día que mis amigos y yo pasamos en la Colina de Marte. Pero ¿con cuánta frecuencia compartimos inspiración y cae en oídos sordos?
La consciencia humana que está enterrada en un sentido material de las cosas se resiste a la verdad espiritual. A menudo puede parecer que la humanidad es reacia a pasar de su comodidad con el materialismo a la comprensión espiritual y al amanecer de las cosas espirituales. Como dice el refrán: “La hora más oscura precede al amanecer”. La comodidad en nuestra rutina material a menudo tiene que ser perturbada antes de que nuestro pensamiento se vuelva receptivo auténticamente a nuevas formas de ser. Tal vez esto se deba a que la naturaleza de Dios como Amor no se comprende sumergiéndose con indiferencia en los bajíos de las creencias inmersas en la vida como material. El pensamiento debe elevarse por encima del sentido material de las cosas hacia el concepto de que la vida es inmortal. Esta es una posibilidad presente, tanto hoy como lo fue durante el tiempo de la resurrección de Jesús.
Antes de la resurrección, a los discípulos les costaba mucho creer en el Cristo, la idea espiritual y eterna de Dios que Jesús les había mostrado. La oscuridad de la crucifixión —ese terrible suceso que precedió al triunfo final de Jesús— trajo algo increíblemente bueno a la humanidad. Consolidó que la verdadera vida estaba en el Espíritu, Dios, la única Vida, y por lo tanto era inmortal en lugar de mortal. Cuando lo vieron por sí mismos, los discípulos fueron liberados de la duda y la oscuridad, y pasaron el resto de sus vidas demostrando a los demás la verdad que habían comprendido. Pablo hizo lo mismo. Después de que la realidad de la Vida como Dios le fuera revelada en el camino a Damasco, a través de su encuentro con la luz y el mensaje de Cristo, él también difundió ese evangelio por todas partes.
La malinterpretación inicial de Pablo de que la vida era mortal había sido anulada en la experiencia que tuvo en el “camino a Damasco” (véase Hechos, cap. 9). Se podría decir que esta fue su propia experiencia de resurrección. Lo despertó a la comprensión de que la Vida es el Espíritu y que la existencia del hombre continúa eternamente; y compartió ampliamente esta revelación. Tales visiones espirituales del hombre y el anhelo de comprender a Dios traen consigo el poder de sanar. Al dedicar nuestras vidas a comprender estos puntos de vista más elevados, podemos sanar las dificultades y los males de la humanidad.
Pablo de pronto entendió la verdad de lo que Jesús enseñó y demostró acerca de la Vida eterna, y esto formó el fundamento de su enseñanza, difundiendo el cristianismo más que cualquiera de los otros seguidores de Jesús. Viajó dieciséis mil kilómetros o más a través del Imperio Romano, hablando a todos: judíos y no judíos por igual. La bulliciosa ciudad de Atenas estaba llena de gente pobre, hambrienta del mensaje de esperanza y vida eterna que Pablo compartía. Los esfuerzos de Pablo por incluir en su predicación a los que no eran judíos desempeñaron una función vital en el crecimiento del cristianismo.
Los Escritos Misceláneos 1883-1896 de Eddy declaran: “El propósito del Amor divino es el de resucitar el entendimiento, y el reino de Dios, el reino de la armonía ya dentro de nosotros”. Y continúa: “Permaneced en Su palabra, y ella permanecerá en vosotros; y el Cristo sanador se verá manifestado en la carne nuevamente —comprendido y glorificado” (pág. 154). De esta manera, nosotros también podemos seguir los pasos de Jesús y compartir cómo el Cristo ha amanecido en nuestros corazones hoy, como lo entendió Pablo.
A medida que el pensamiento mortal renuncia a su equivocado deseo de encontrar consuelo en el materialismo, encontramos un consuelo mayor y duradero: la comprensión de que el hombre, la semejanza espiritual de Dios, habita en la Mente en lugar de en la carne. Y, por lo tanto, la verdadera vida espiritual del hombre es invencible, inmortal. El aparente ir y venir de un cuerpo físico jamás afecta ni toca de ninguna manera al hombre de la creación de Dios. Cuando Jesús apareció esa mañana después de la resurrección, demostró esto: la continuidad ininterrumpida de la existencia del hombre.
Cuando el pensamiento está abierto a este hecho, podemos experimentar esta realidad, el amanecer de nuestra propia resurrección, todos los días; elevándonos del entierro del pensamiento en el materialismo hacia la comprensión y la prueba de la Verdad infinita. Tal vez la idea más simple de la resurrección es esta: que hay mucho más que comprender acerca de la realidad espiritual de lo que podemos imaginar.
Si alguna vez nos desanimamos debido a nuestros esfuerzos, podemos animarnos al pensar en cómo se dio el glorioso mensaje que Jesús compartió sobre el poder del Cristo en una parte remota del Imperio Romano hace dos mil años. Las facciones gobernantes de la época apenas notaron todo lo que logró. Pero ciertamente Pablo lo reconoció, y llevó el mensaje de Jesús a todas partes.
El poder de la Verdad para abrir corazones y mentes reside dentro de la Verdad misma. El infinito no será silenciado. El Cristo está siempre presente en la consciencia humana, llevando a todos, su mensaje de bien, dando voz a la inmortalidad del ser y hablándole al hambre y al anhelo del corazón humano que el materialismo nunca podrá alcanzar. El mensaje divino de paz y luz afirma incansablemente la realidad de la idea divina y la nada de la materia. Al ceder a esta verdad, la humanidad despierta del sueño de la existencia material.
Este poder del Cristo está resucitando a la humanidad hoy en día. Amanece en el pensamiento humano cada vez que trata de obtener un mejor sentido de la vida, como mis amigos y yo descubrimos ese día en la Colina de Marte. Estábamos a ocho mil kilómetros de casa, no obstante, hallamos una sensación de consuelo al compartir ideas con un extraño sobre la realidad de la Vida eterna y siempre presente; evidencia de que el mensaje de Pablo sobre el Cristo todavía se escucha hoy en día.
Larissa Snorek
Redactora Adjunta
