El Journal se complace en ofrecer a los lectores la tercera columna ocasional de la oficina de Actividades de Practicistas de la Ciencia Cristiana en La Iglesia Madre en Boston. “Caminos hacia la práctica” es autobiográfico. Si bien los colaboradores, presentados aquí como dos autores anónimos, son ahora practicistas experimentados de la Ciencia Cristiana, aún no figuraban en los directorios del Journal o del Heraldo cuando aceptaron humildemente sus primeros pedidos de tratamiento en la Ciencia Cristiana, ¡y se pusieron manos a la obra! A continuación, en sus propias palabras, estos sanadores del siglo XXI trazan la respuesta del corazón y de la mente al inequívoco llamado de Cristo Jesús: “Sanad enfermos”. Esperamos que los lectores se animen, paso a paso, a renovar su propio compromiso con la curación científica cristiana en el siglo XXI, y a compartir este regalo inestimable de la gracia de Dios con toda la humanidad.
Supera dudas y temores
Poco después de graduarme de la universidad, tomé instrucción de Clase Primaria de la Ciencia Cristiana con un maestro autorizado. Quería profundizar mi comprensión de Dios y considerar de manera más sistemática cómo dar un tratamiento sanador mediante la oración para mí misma, así como para otras personas que me pedían que orara por ellas.
Crecí en una familia que practicaba la Ciencia Cristiana, y siempre me encantó. La instrucción de clase, que se basa en la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy, la descubridora de la Ciencia Cristiana, me brindó una comprensión más profunda de Dios como del todo bueno, todopoderoso, omnipresente, y de todos como Su semejanza, el hijo espiritual y amado de Dios. Esta clase también explicó que la curación es el resultado de esta visión precisa y espiritual de la creación de Dios.
Después de terminar la clase, anhelaba servir a los demás en la práctica pública de curación de la Ciencia Cristiana. Este deseo se desarrolló gradualmente a lo largo de varios años.
En mi carrera empresarial, cada vez que recurría a Dios, a la Verdad y al Amor divinos, encontraba orientación y soluciones confiables. Como miembro de una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, crecí en comprensión espiritual y confianza a medida que participaba en las actividades de la iglesia.
El matrimonio y la maternidad trajeron nuevas exigencias y oportunidades para dar un tratamiento mediante la oración para mí y mi familia, con resultados sanadores. Con el tiempo, amigos y compañeros de la iglesia me pidieron que orara por ellos y fueron ayudados y sanados.
Finalmente, concluí mi carrera empresarial y solicité anunciarme en el Journal como practicista público de la Ciencia Cristiana a tiempo completo. Sin embargo, me sorprendí cuando, después de decidir dedicarme a la práctica de curación a tiempo completo, me asaltaron dudas y temores sobre mi disposición, mi valía e incluso mi deseo de servir en esta capacidad. Sintiéndome desanimada, retiré mi solicitud para orar y buscar la guía de Dios.
La perspectiva sanadora surgió durante la reunión anual de mi asociación de la Ciencia Cristiana, reunión de los estudiantes que habían tomado instrucción de clase con el mismo maestro de la Ciencia Cristiana. De repente, me di cuenta de que estas dudas y temores en realidad no eran mis pensamientos, y tampoco eran mensajes angelicales de Dios, del Amor divino. Eran sugestiones mentales agresivas, y Eddy escribió en el Manual de La Iglesia Madre: “Será deber de todo miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva, y no dejarse inducir a olvido o negligencia en cuanto a su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad” (pág. 42).
No tenía que aceptar estas dudas y temores, sino que podía liberarme de ellos al comprender la bondad omnipotente de Dios. Cristo Jesús enseñó: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).
Jesús enfrentó y venció las sugestiones adversas al comienzo de su ministerio público de curación (véase Mateo 4:1-11). Rápidamente rechazó toda insinuación malvada con palabras de las Escrituras. Sanó a innumerables personas y explicó: “Para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad” (Juan 18:37).
Seguí el ejemplo de Jesús lo mejor que pude. Fue reconfortante recordar que la curación no se trata de una habilidad personal, sino que se basa únicamente en ser testigo de Dios y de Su creación espiritual y perfecta, como se explica en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La comprensión a la manera de Cristo del ser científico y de la curación divina incluye un Principio perfecto y una idea perfecta —Dios perfecto y hombre perfecto— como base del pensamiento y la demostración” (Mary Baker Eddy, pág. 259).
Otro temor que requería crecimiento espiritual era que las llamadas de los pacientes pudieran interferir con mi vida familiar. Al orar sobre esto, me apoyé en esta declaración de Ciencia y Salud: “En la relación científica entre Dios y el hombre, encontramos que todo lo que bendice a uno bendice a todos, como lo demostró Jesús con los panes y los peces —siendo el Espíritu, no la materia, la fuente de provisión—” (pág. 206).
Esto me ayudó a entender, de muchas maneras prácticas y diarias, que el Padre-Madre Dios —que es el Espíritu ilimitado— cuida de todos los hijos de Dios. Por lo tanto, si una persona fue bendecida por mi práctica pública de la Ciencia Cristiana, entonces los demás —incluida mi querida familia— también se beneficiarían.
Cuando la Verdad divina disolvió las dudas y los temores, estos dejaron de venir al pensamiento. Sentí un empujón mental de Dios, una guía silenciosa y santa, para seguir adelante con mi solicitud de anunciarme en el Journal, y fue aceptada.
Al principio, no recibía muchos pedidos de oración, así que daba tratamiento diario a los problemas que me llamaban la atención, y a los problemas locales, nacionales e internacionales que The Christian Science Monitor informaba con tanta consideración. Pronto, las llamadas pidiendo ayuda de las personas que buscaban tratamiento en la Ciencia Cristiana se convirtieron en una demanda más constante, y fueron sanadas al ser testigos de que Dios es la Verdad y el Amor que todo lo abarcan.
Me encanta estar en la práctica pública de la Ciencia Cristiana. Este ministerio de curación es una bendición para todos.
¿Por qué esperar?
Una de mis abuelas era Científica Cristiana. Aunque el resto de mi familia no lo era, comencé a asistir a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana cuando tenía seis años. Allí me dieron a conocer la Biblia, así como la vida y las obras de curación de Cristo Jesús.
Me di cuenta a edad temprana que para ser Científico Cristiano, tenía que practicar mi fe día a día. Esta práctica no solo consistía en estudiar la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy, ir a la iglesia y esforzarse por vivir una vida cristiana, sino también en sanar a través de la oración. El Cristo, la Verdad, estaba elevando y espiritualizando mi pensamiento.
Cuando era adolescente, decidí que cada vez que tuviera un problema físico, me esforzaría humildemente por sanarme a mí mismo a través de la oración en la Ciencia Cristiana. No había pensado en esto antes. Este curso de acción se me ocurrió naturalmente una mañana.
Creo que ese fue un primer paso en el camino que finalmente me llevó, años más tarde, a la práctica pública de la curación en la Ciencia Cristiana. Sentí que el Cristo, la Verdad que Jesús enseñó y vivió, me había inspirado a tomar esta decisión y me había dado la convicción de permanecer con ella. Nunca me he arrepentido.
Cuando era un adulto joven, la curación de la depresión —mediante la oración de un practicista de la Ciencia Cristiana— trajo más progreso espiritual y aliento. Me ayudó a comprender mejor cómo una mentalidad mortal equivocada —la “mente carnal”, para usar la frase de San Pablo, o la creencia de que hay inteligencia y vida en la materia— parece operar en forma de surcos mentales que nos harían sentir atrapados. Nos liberamos a través de la fe, la comprensión espiritual, el amor desinteresado y la aplicación sistemática y gozosa de la Verdad. ¡Estaba tan feliz con esta curación que quería poder ayudar a otros con lo que había aprendido!
Decidí tomar la clase de instrucción Primaria de la Ciencia Cristiana para comprender mejor cómo lograr curaciones espiritualmente científicas, logradas no a través de esfuerzos humanos, sino a través de tener “esa Mente que estaba también en Cristo” (Ciencia y Salud, pág. 467).
Durante este período, el servicio militar seguía siendo obligatorio en mi país. El hecho de que se me concediera permiso durante las dos semanas exactas en las que estaba programada la clase fue, en sí mismo, un hermoso ejemplo del poder del Espíritu para satisfacer las necesidades humanas. Ilustraba esta afirmación de Ciencia y Salud: “El Espíritu, Dios, reúne los pensamientos informes en sus conductos adecuados, y desarrolla estos pensamientos, tal como abre los pétalos de un propósito sagrado con el fin de que el propósito pueda aparecer” (pág. 506).
Después de completar la clase, comencé a ofrecer tratamiento de la Ciencia Cristiana a los miembros de mi familia que sabía que tenían problemas. Habiendo visto pruebas de esta Ciencia sanadora en mi propia experiencia, supe que era eficaz y que yo era capaz de ponerla en práctica en nombre de los demás. Comencé a hablar más libremente sobre la Ciencia Cristiana con varios de mis amigos. Les ofrecía ejemplares de Ciencia y Salud, o se los compraban ellos mismos. Hoy en día, algunos de ellos continúan recurriendo a la Ciencia Cristiana cuando tienen un desafío físico u otro tipo de necesidad.
No solicité ser incluido en el Journal y El Heraldo de la Ciencia Cristiana de inmediato, y continué orando por mis seres queridos y otras personas mientras continuaba con mi trabajo profesional. Sin embargo, me aferré al deseo de ser practicista a tiempo completo porque pude ver que no hay nada más útil y significativo que ayudar a los demás espiritualmente y aliviar el sufrimiento a través de la oración. También pensé que el país donde vivo se beneficiaría de tener más practicistas en las publicaciones periódicas de la iglesia.
Un día, una amiga, que había solicitado tratamiento y experimentado una lindísima curación, me preguntó: “¿Por qué no te dedicas a la práctica a tiempo completo ahora? ¿Por qué esperar?”. Sus palabras me parecieron muy razonables. Me di cuenta de que había estado posponiendo este paso de solicitar incluir mi nombre como practicista de la Ciencia Cristiana a tiempo completo, y que era el momento adecuado para hacerlo. Fue una alegría dar este siguiente paso en mi compromiso con la curación en la Ciencia Cristiana, al servir amorosamente a Dios y a la humanidad.