Era un caluroso y húmedo día de verano. El sol brillaba sobre el campo de béisbol.
Me encanta jugar béisbol con mis amigos, y estaba muy emocionado de participar en un juego. Cuando fue mi turno de batear, conseguí un hit y llegué hasta la tercera base. Tenía muchas ganas de marcar para mi equipo.
Cuando el lanzador lanzó la pelota más allá del receptor, pensé que podía anotar, a pesar de que el receptor, que era más grande que yo, estaba muy cerca. Salí corriendo, pero cuando me deslizaba hacia la base del bateador, el receptor cayó sobre mi tobillo con mucha fuerza. No podía moverme.
Me quedé tendido en una nube de polvo. Pero no tenía miedo, porque he aprendido a confiar en Dios y a no dudar nunca de Él. Sé que Dios me está protegiendo a cada segundo.
Había aprendido a orar en casa, y la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana me ayudó a aprender acerca de la Biblia y todas las curaciones que contiene. Estas curaciones me han enseñado mucho acerca de Dios. Ese día en la base del bateador, oré sabiendo que soy hijo de Dios y que Dios me ama. Sé que Dios me ama, porque cuando no me he sentido bien, recurrir a Dios me ha sanado.
Después de unos segundos, me puse de pie y caminé de regreso al banquillo. Mi papá se acercó y me dio un abrazo, y compartió conmigo más buenas ideas sobre Dios. Me sentí feliz porque ya no me dolía el tobillo y podía seguir jugando. ¡Y lo hice! Todo ha estado bien con mi tobillo desde entonces.
En mi juego de béisbol de ese día, me marcaron fuera, ¡pero demostré que realmente estaba seguro en la base del bateador!