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Original Web

¿Cuál es nuestro propósito?

Del número de junio de 2025 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 17 de febrero de 2025 como original para la Web.


Esa es una pregunta con la que luché desde niña. Sentía que mi propósito estaba definido principalmente por factores externos, tales como un trabajo significativo, relaciones correctas y un hogar agradable. Y si, por una razón u otra, faltaba alguna de estas cosas, me sentía desalentada y sin un sentido claro de autoestima o dirección. Entonces me esforzaba mucho por encontrar, o tratar de restablecer, lo que creía que faltaba en mi vida. Este enfoque trajo mucha decepción y frustración. 

Más tarde, a través de mi estudio de la Ciencia Cristiana, aprendí que podemos descubrir nuestro propósito al mirar “en profundidad lo que es real en vez de aceptar sólo el sentido exterior de las cosas” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 129). Entendí que esto significaba que buscamos una comprensión de Dios y nuestra relación individual con Él. Somos creación de Dios y, como tales, expresamos cualidades como paz, armonía, claridad de pensamiento y alegría. Estas cualidades siempre encuentran su expresión correcta en nuestro trabajo, nuestros hogares, nuestras relaciones y nuestras comunidades. Constituyen nuestra naturaleza espiritual como hijos de Dios y nos permiten cumplir el propósito que Dios tiene para nosotros.

Siempre que pienso en un propósito, pienso en el progreso. Si alguna vez nos sentimos atascados, con la sensación de que lo que hacemos carece de significado, o nos sentimos inseguros acerca de nuestro camino hacia adelante, podemos confiar en la ley de progreso de Dios. Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud: “... el progreso es la ley de Dios, cuya ley exige de nosotros sólo lo que ciertamente podemos cumplir” (pág. 233). Qué maravilloso es saber que la ley del progreso de Dios es constante, nos muestra el camino a seguir y nos exige solo lo que Él nos permite hacer. 

En un momento de mi vida, fui testigo de cómo operaba esta ley. Estaba viviendo en otro país y me habían despedido después de estar poco tiempo en un trabajo. Profundamente desanimada, llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Después de orar durante varios días, se me ocurrió dejar a un lado mi voluntad y dejar que Dios hiciera Su obra.

Había estado segura de que la trayectoria profesional que me había trazado era la mejor. Sin embargo, con renovada inspiración divina y humildad en mi corazón, me sentí impulsada a dejar que Dios me guiara hacia donde pudiera servirle mejor. El siguiente pasaje de la Biblia fue un recordatorio útil de que Dios sabría dónde estaría ese lugar: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos —declara el Señor. Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8, 9, LBLA). Podía confiar en la promesa de Dios de que Su camino (el plan de Dios para mí) era más alto (mejor) que el mío. 

Comenzaba cada día reconociendo que estaba “en los negocios de mi Padre” (Lucas 2:49). Avanzaba con la guía de Dios y, por lo tanto, al ritmo de Dios. Reconocía cada momento como un momento santo, una oportunidad para poner a Dios al timón del pensamiento y confiar en que Él me mostraría lo que necesitaba hacer.

El estudio de las Lecciones Bíblicas semanales del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana elevó mi pensamiento, me trajo paz y me hizo concentrarme menos en mí misma y más en ayudar a los demás. Estaba muy agradecida por este cambio en mi pensamiento, y pronto surgió naturalmente una oportunidad de trabajo que nunca antes había considerado. Por medio de mis oraciones y las del practicista, comprendí mejor que mi propósito en la vida es glorificar a Dios al expresar las cualidades y talentos que Él me ha dado. Son parte de mi identidad espiritual, y podía esperar con confianza expresarlos de manera natural y sin esfuerzo en actividades que me bendecirían tanto a mí como a los demás. No tuve que preocuparme, estresarme ni buscar frenéticamente nada, porque sabía que solo hay un Dios, la única Mente, y Su expresión: el hombre, la verdadera identidad de cada uno de nosotros.

Estas ideas fueron verdaderamente liberadoras. Tuve que mudarme para aceptar este nuevo trabajo, y los planes se realizaron de una manera armoniosa. Fui percibiendo momento a momento que yo siempre estaba donde Dios quería que estuviera. Me basé en esta afirmación de Ciencia y Salud: “La paciencia debe ‘[tener] su obra completa’” (pág. 454).

Siempre que la duda o el miedo sugieran que carecemos de propósito, podemos reconocer humildemente las cualidades con las que Dios nos ha dotado para que expresemos como Su creación. Glorificamos a Dios en esta actividad eterna e infinita. En nuestra expresión perpetua de Dios jamás hay un momento desanimado, solo el constante desarrollo del bien que nos bendice a nosotros y a los demás.

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