En 2016, estaba embarazada por tercera vez, esperábamos una niña, y la familia estaba de lo más feliz esperando su llegada. Sin embargo, cuando me hice un chequeo prenatal, el doctor me dijo, de un modo que nos asustó, que había un problema con mi hija, ya que el ultrasonido mostraba que había fluido en su estómago. Esto fue un mes antes de que naciera.
Me mantuvieron bajo observación durante muchas horas, y me dieron una cita para que regresara al día siguiente con mi marido, para que pudiéramos hablar con el doctor y me examinara nuevamente. Al final de la cita, el médico nos dijo que nuestra hija tenía una malformación y que lo más probable era que naciera muerta o muriera poco después de nacer. Nos preguntó amablemente qué queríamos hacer.
Yo nací y fui criada en la Ciencia Cristiana, esto me ha llevado siempre a tener una convicción muy fuerte de la presencia de Dios en mi vida, mi familia y mi alrededor. A lo largo de los años, he tenido muchas curaciones únicamente mediante la oración y la comprensión espiritual del inspirado mensaje de la Biblia que obtuve a través del estudio de la Ciencia Cristiana; y sabía que Dios nos da a cada uno de nosotros, Sus ideas, toda la inspiración que necesitamos para enfrentar cualquier momento de incertidumbre. Yo no tenía miedo, aunque esta situación era nueva para mí, y confiaba en que Dios estaba con nuestra familia y nos guiaría.
Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana tan pronto escuché las noticias del doctor. Ella me aseguró que todo estaba bajo la ley de la armonía universal de Dios, y su apoyo metafísico me capacitó para enfrentar este desafío con una mayor paz interior.
Yo tenía una vida hermosa, llena de bendiciones, y un marido maravilloso. Aunque él no comparte mi religión, ambos respetamos mutuamente nuestro camino en la vida, y yo tenía la certeza de que nada podía perturbar el ambiente de amor y armonía en nuestro hogar. Mi esposo y yo amábamos a nuestra hija y, por supuesto, queríamos lo mejor para ella. Enfrentamos este momento juntos y tomamos cada decisión con solicitud y consideración mutua.
En los días siguientes, estuvimos de acuerdo en permitir que le hicieran varias pruebas para ver cómo ella estaba progresando. Mientras tanto, mi familia y la querida practicista continuaron apoyándonos con sus oraciones. En nuestro trabajo de oración juntos, reconocimos esta verdad: que Dios es Amor y ama a todos Sus hijos igualmente; a ningún niño le falta nada porque Dios lo ha creado. Dios es el único creador y el verdadero Padre de nuestra hija, y la hizo a ella y a todos a Su imagen y semejanza: armoniosa, intacta, bella y plenamente formada. Me aferré a esta verdad.
Durante una de muchas pruebas diagnósticas, sucedió algo maravilloso que estuve segura en ese momento de que era el resultado de nuestras oraciones. Mientras el doctor comprobaba la condición del líquido amniótico para detectar condiciones genéticas, llegó un punto en el que ya no pudo continuar. La manito de nuestra hija comenzó a intervenir. El doctor trató diferentes posiciones para realizar el procedimiento, pero la mano del bebé continuaba interponiéndose en el camino, y él no podía apartarla hacia un lado. Finalmente, se dio por vencido y exclamó que ¡era evidente que ella no quería que él continuara! Al seguir con la segunda parte del examen, no encontró ningún problema. Siento que tanto mi hija como yo estábamos unidas en la conciencia de que todo estaba bien, y el hecho de que ella extendiera su manito como diciendo “¡Ya no más, estoy bien!”, para mí confirmó esto. No sentí ningún temor, tan solo el perfecto Amor que elimina toda ansiedad y temor.
En los días que siguieron, continué orando y disfrutando del amor y la hermosa presencia de mi esposo y mis dos hijos. Nuestros pequeños corrían felices alrededor de la casa, sin conocer la situación, emocionados ante la perspectiva de tener una nueva hermanita. Yo tenía la certeza de que pronto ellos jugarían juntos y que todo estaría bien.
Mi esposo y yo estuvimos de acuerdo en no decirle a nadie acerca del diagnóstico, debido a que yo deseaba proteger calladamente las ideas sanadoras que atesoraba. Siempre que hablaba con mi esposo de nuestra hija lo hacíamos tranquilos y esperanzados. Yo tenía plena convicción de que Dios era el único poder. Mi familia me apoyaba todos los días con pensamientos buenos y amorosos y la certeza de la bondad de Dios.
Unas dos semanas antes de la fecha prevista, el doctor expresó una vez más su preocupación por el nacimiento. Pero yo estaba muy tranquila y en paz, y le dije: “Todo está bien”. En un momento dado, él me preguntó nuevamente si quería inducir el trabajo de parto (ya lo había mencionado en otra cita), o considerar otros procedimientos para disminuir los riesgos. Pero yo sentí que nuestra hija vendría a su debido tiempo y que el nacimiento sería natural. Y así fue.
Unos días antes de que naciera nuestra niña, el doctor me volvió a examinar y dijo que las circunstancias habían cambiado por completo. Los problemas que lo habían preocupado habían desaparecido. Él miró los últimos ultrasonidos desde muchos ángulos y no lo podía creer; mi hija se veía perfecta. Absolutamente perfecta.
El día del parto, el doctor pidió permiso para quedarse inmediatamente después del nacimiento (lo cual no era el protocolo en la clínica) a fin de preguntarle al neonatólogo acerca de la condición real de mi hija y verla con sus propios ojos. El especialista le informó a mi doctor que ella estaba bien y que todo estaba normal.
Nuestra hijita estaba realmente perfecta. Hasta el día de hoy ella es una niña amable con un hermoso corazón y una naturaleza tierna y llena de gestos de amor hacia el prójimo.
A través de los años, mi profundo estudio de la Biblia y del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, me ha dado la fortaleza y la confianza en el cuidado de Dios para superar todo desafío que la vida me ha presentado. Y me ha dado la convicción de que todas las cosas son posibles cuando confiamos en Él.
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