Quiero compartir la primera curación que tuve a través de mis propias oraciones, la que ocurrió como resultado de elegir la Ciencia Cristiana como mi camino en la vida.
Desde temprana edad, mis hermanos y yo asistimos a la Escuela Dominical en nuestra filial local de la Iglesia de Cristo, Científico. Allí llegué a conocer a Dios como infinito —como todo bueno, perfecto, la causa y creador únicos— y a mí misma como la semejanza de Dios; como explica el primer capítulo del Génesis en la Biblia. Sin embargo, llegó un momento en que quise estar segura de que lo que aprendía era la verdad y que podía demostrarlo por mí misma.
Ese momento llegó en mi adolescencia, cuando se desarrollaron varias verrugas en mis manos, que aumentaron rápidamente en número y se hicieron más grandes. Me daba vergüenza cada vez que alguien las notaba. Había tenido curaciones antes mediante la aplicación de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, pero esas se produjeron principalmente por medio de las oraciones de mi madre, y esta vez sentí que debía orar por mi cuenta. Lo vi como una oportunidad para profundizar mi comprensión de quién soy realmente, para aprender más sobre mi verdadera identidad como espiritual e impecable, y para liberarme de un concepto falso de mí misma como material y vulnerable.
En mis oraciones, llegué a conocer más sobre mi verdadera identidad a través de siete sinónimos bíblicos de Dios que se encuentran en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras y otros escritos de Mary Baker Eddy: Principio, Mente, Alma, Espíritu, Vida, Verdad y Amor. Entendí que las cualidades asociadas con estos sinónimos, como la consistencia del Principio y la inteligencia de la Mente, son reflejadas y expresadas por la creación de Dios, y por ser parte de esta creación, reflejo naturalmente todas las cualidades de Dios. Ellas constituyen mi verdadera identidad y la de todos.
Comprendí que, puesto que Dios es Espíritu y el único creador, yo soy totalmente espiritual; no un ser material que lucha con diferentes problemas en un mundo gobernado por leyes físicas. También vi que no había lugar ni tiempo donde yo pudiera estar fuera de la totalidad de Dios, que es omnipresente. Debido a que Dios es Amor, siempre soy amada y estoy a salvo.
Estas verdades fueron muy reconfortantes para mí. No recuerdo todo lo que pensé, pero sí recuerdo mi determinación de seguir orando, aunque la condición persistiera.
Una mañana en la escuela, una de mis amigas, al notar las verrugas, me dijo que había usado con éxito un ungüento medicinal en particular para el mismo problema. Me prometió que me traería el nombre del ungüento al día siguiente y me sugirió que comprara este producto y lo aplicara lo antes posible.
A esta altura, el miedo comenzaba a abrirse paso en mi pensamiento. Me pregunté: “¿Podré sanar este problema a través de la oración?”. Me sentía muy incómoda cada vez que tenía que darle la mano a alguien, y trataba de evitarlo. Solo quería que las verrugas desaparecieran. Según mi amiga, la afección se disolvería rápidamente con el ungüento recomendado.
Seguí orando para saber qué hacer. Pensé en las curaciones que mis familiares y yo habíamos presenciado y experimentado a lo largo de los años. Sabía que Dios es, en efecto, omnipresente, omnipotente y omnisciente, así como “nuestro amparo y fortaleza; nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46:1).
Al día siguiente, mi amiga me dio un pedazo de papel con el nombre del medicamento que había usado. Sin mirarlo, me metí el papel en el bolsillo. Me di cuenta de que no podía pretender ser una idea espiritual perfecta de la Mente divina y al mismo tiempo verme a mí misma como un ser humano imperfecto que trataba de curar o arreglar la imperfección por medios materiales. Tenía que mantener mi impecable identidad espiritual en mente. Mantener esta verdadera visión de mí misma traería la curación. Aplicar un ungüento ciertamente no me ayudaría a hacer esto.
Una vez que llegué a casa, tiré la nota sin leerla. De hecho, Dios era todo para mí.
Esta convicción sobre el camino a seguir (o mejor dicho, el que hay que seguir) fue el punto decisivo. Para mi gran alegría, a los pocos días las verrugas habían desaparecido por completo.
Si bien la curación física fue realmente un verdadero regocijo, la aprecié profundamente porque fue una prueba de que todo lo que estaba aprendiendo en la Ciencia Cristiana sobre Dios y mi identidad espiritual era la verdad, y que esta verdad es tan real y eficaz hoy como lo fue cuando Cristo Jesús sanó y predicó a miles de personas en Galilea. Podía comprenderla y aplicarla con resultados que no solo me bendecirían a mí, sino también a los demás.
Estoy muy agradecida de que la Sra. Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, haya proporcionado a la organización de la iglesia la Escuela Dominical; un lugar donde los niños aprenden que realmente son espirituales y donde se les enseña a aplicar las verdades de la Ciencia divina en la vida diaria, como yo lo hice.