Durante varios años había luchado con un trastorno interno persistente que hacía que me resultara doloroso caminar. A pesar de que había orado con la expectativa de sanar y había recibido tratamiento de un practicista de la Ciencia Cristiana en varias ocasiones, no hubo ningún cambio. Si bien los síntomas no obstaculizaban mis actividades diarias, un día supe que era hora de orar más específicamente por la situación. Así que decidí pasar una semana tranquila a solas para comprender mejor la realidad espiritual y mi identidad como reflejo de Dios.
Comencé leyendo Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras escrito por la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy. Aunque era un libro con el que estaba bastante familiarizado, por haberlo estudiado toda mi vida, decidí empezar por el principio y no pasar de una frase o párrafo hasta que me sintiera seguro de que comprendía su significado.
Después de leer y orar durante cinco días, solo había cubierto 125 páginas. Aunque me sentía algo animado, aún no había mejoría alguna en la condición física.
A la semana siguiente asistí a una reunión estatal anual de representantes del sistema universitario para el que trabajaba y de las universidades comunitarias del estado. Durante más de dos años, nuestro sistema universitario había estado revisando sus requisitos de educación general. Puesto que esto era importante para las universidades comunitarias, habíamos consultado ampliamente con sus líderes y los habíamos incluido en nuestras deliberaciones. Como resultado, habían respaldado los cambios y estábamos en el proceso de preparar la propuesta final para que nuestra administración fideicomisaria lo aprobara. Esperábamos que este tema surgiera en la reunión, pero que no sería un problema, dado que ya contábamos con la aprobación del sistema de universidades comunitarias.
Los principales artífices y promotores de la nueva política eran mis dos jefes inmediatos, pero ellos no pudieron asistir a la reunión. Cuando la primera pregunta de la reunión inesperadamente cuestionó varios aspectos de la propuesta, la persona que dirigía la reunión me pidió que respondiera. Como sólo había desempeñado un papel de apoyo en el desarrollo de la nueva política, no estaba muy familiarizado ni con ella ni con la justificación de las decisiones claves. Así que, cuando me trajeron el micrófono y me levanté lentamente para enfrentarme a más de trescientos asistentes, no tenía ni idea de lo que debía decir.
Comencé reconociendo que era una política importante y expliqué los pasos que se habían dado para envolver a las universidades comunitarias en su desarrollo. Cuando terminaba una oración, no tenía idea de cuál sería la siguiente oración, no obstante, las palabras llegaron según fue necesario. La siguiente pregunta fue sobre el mismo tema, y de nuevo no tenía en mente ninguna idea o marco para mis observaciones, pero palabra por palabra, frase por frase, las ideas llegaron.
A la tercera o cuarta pregunta sobre el mismo tema, se hizo evidente que se trataba de un esfuerzo coordinado y agresivo para derrotar la propuesta, la cual finalmente fue discutida toda la hora de la reunión. Me sorprendió mi compostura y capacidad para responder a las preguntas de manera eficaz sin resentimiento, actitud defensiva o agresividad.
Cuando terminó la reunión, regresé a mi habitación de hotel, me arrodillé y di gracias a Dios. Había estado en tierra santa y había sido testigo de Su poder y presencia. Dios es la Mente infinita, y esta Mente me había alimentado con todo lo que necesitaba saber y decir para responder al ataque a la política. Fue como si Dios me lo hubiera dictado.
Recordé la respuesta de Dios a la reacción de Moisés cuando se le dijo que debía sacar a los hijos de Israel de Egipto: “Moisés dijo al Señor: Por favor, Señor, nunca he sido hombre elocuente … Soy tardo en el habla y torpe de lengua. Y el Señor le dijo: ¿Quién ha hecho la boca del hombre? … Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que has de hablar” (Éxodo 4:10-12, LBLA).
Llegué a la conclusión de que mi profundo estudio de Ciencia y Salud de la semana anterior había elevado mi consciencia y fermentado mi pensamiento al punto de que fui receptivo a la inspiración y el apoyo que fluían naturalmente de la Mente infinita.
Esa noche, durante la cena, un amigo que trabajaba en el sistema de universidades comunitarias pero que no había asistido a la reunión preguntó: “¿Qué demonios les dijiste?”. Luego me contó que un grupo de sus representantes, descontentos con la propuesta, habían planeado cuidadosamente el desafío, pero después de la reunión decidieron abandonar su oposición. La propuesta fue aprobada posteriormente por nuestros fideicomisarios sin oposición.
Meses más tarde, descubrí la siguiente declaración de Mary Baker Eddy en sus Escritos Misceláneos 1883-1896: “El hombre es la imagen y semejanza de Dios; todo lo que es posible para Dios, es posible para el hombre como reflejo de Dios. Por medio de la transparencia de la Ciencia aprendemos esto y lo aceptamos: aprendemos que el hombre puede cumplir con las Escrituras en toda ocasión; que si abre la boca, le será llenada —no en virtud de las escuelas, o la erudición, sino por la habilidad natural que ya le ha sido conferida por ser el reflejo de Dios, para dar expresión a la Verdad” (pág. 183). Esto me ayudó a entender lo que había ocurrido. Había abierto la boca sin tener idea previa de lo que debía decir, y en efecto estaba llena.
Poco después de la reunión, me di cuenta de que ya no tenía el problema físico. Los síntomas habían desaparecido y pude volver a caminar sin ninguna dificultad.
Muchos años después, todavía estoy asombrado por esta experiencia, que ha reforzado mi convicción de la omnipotencia y la presencia eterna de Dios.
Charles Lindahl
Fullerton, California, EE.UU.