Publicado originalmente en alemán
Recientemente, un amigo y yo fuimos a un concierto en Munich, Alemania. Ambos teníamos grandes expectativas acerca de la banda que íbamos a escuchar.
En el viaje en tren, nos sentamos al lado de dos mujeres que hablaban en voz alta sobre todas las formas en que estaban enfermas. Desafortunadamente, en lugar de pensar en ellas con compasión y verlas como Dios las ve —perfectas y bien— me molestó tener que escuchar esta conversación. Luego, después del viaje en tren, ocurrieron varios problemas que nos hicieron sentir estresados; incluido un problema con nuestro amigo en cuyo apartamento nos alojábamos.
Cuando llegamos al estadio, el concierto fue increíble, pero después, tuve un dolor de cabeza tan fuerte que no podía caminar. En medio de una multitud de 130.000 personas, me acosté en un banco del parque y decidí orar como he aprendido en la Ciencia Cristiana.
Después de calmar mi pensamiento, me di cuenta de que había tratado de satisfacer mis expectativas de la noche mediante mi propia voluntad. Entonces me vino a la mente un pasaje de la Biblia: “No se haga mi voluntad, sino la tuya [la de Dios]” (Lucas 22:42). Esto me dio la maravillosa certeza de que podía confiar en Dios.
También comprendí que había perdido de vista mi verdadera identidad como el apacible reflejo de Dios, y en cambio, estaba creyendo en nociones falsas sobre mí misma y mi entorno como si estuvieran separados de Dios. Entonces pensé en un pasaje de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy: “Dios es individual, incorpóreo. Es el Principio divino, el Amor, la causa universal, el único creador, y no hay otra autoexistencia” (pág. 331). Yo no tenía una existencia separada de Dios, el bien, así que podía confiar en Él y en Su dirección, y no tenía que hacer nada por mi cuenta. Esta confianza me permitiría percibir claramente la dirección divina.
Comencé a corregir el concepto que tenía de mi cuerpo como débil y frágil. En cambio, me aferré a otro pasaje de Ciencia y Salud: “Aprendemos en la Ciencia Cristiana que toda desarmonía de la mente o del cuerpo mortales es una ilusión, que no posee ni realidad ni identidad aunque parezca ser real y tener identidad” (págs. 472-473).
Esos nuevos pensamientos me embargaron de una poderosa calidez interior. Me puse de pie y el dolor de cabeza desapareció. Mi corazón estaba lleno de gratitud cuando me reuní nuevamente con la multitud.
De repente, se notaron otros cambios positivos en nuestro viaje. El problema con nuestro amigo se resolvió, lo que me quitó un peso de encima. Y cuando nos subimos al autobús, encontramos asientos a pesar de la multitud. Al sentarnos allí, me sentí muy agradecida por haber sido sanada y por haber aprendido de esa experiencia lo que significa confiar en Dios y ser guiada por Él.
