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La actividad del Cristo

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 16 de septiembre de 2013

Publicado originalmente en el Christian Science Journal de Diciembre de 1957.


Tiempo atrás, la autora estaba en la cubierta de un barco en las tempranas horas de la mañana. Las estrellas parecían como suspendidas en el cielo tropical, mientras que en el horizonte un faro emitía su saludo de bienvenida. Nos estábamos acercando a tierra. Entonces empezó a amanecer, muy gradualmente, hasta que el cielo resplandeció de gloria.

Para la autora, ese amanecer simbolizó la actividad del Cristo. Ante él, desapareció la oscuridad. Mientras observaba, se estremeció ante la magnitud de lo que estaba ocurriendo. Nada podía detener el amanecer porque estaba impulsado por el poder que gobierna el universo, un poder que el mundo no puede tocar.

Pensó: “Aunque toda la humanidad —todo hombre, mujer y niño de todas las razas y credos— se aliara para impedir este amanecer, y todos los inventos diabólicos de la fuerza física y de las armas nucleares, del odio humano y del control mesmérico, se lanzaran contra él, ni siquiera lo tocarían, mucho menos podrían detenerlo, porque el poder que gobierna el universo es Dios”.

En los versículos tan conocidos con que comienza el Evangelio de Juan, leemos: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. …Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (1:1, 3). El Verbo (la Palabra) es la actividad de Dios que se revela a sí misma, la cual como el amanecer, no puede ser demorada ni detenida.

La actividad inteligente mediante la cual el Alma revela su grandiosidad, gloria y belleza, es el Cristo. Y esta actividad o reflejo inteligente es el conocimiento infinito de Dios, por medio del cual Dios, el Alma, se refleja a Sí Mismo en inefable esplendor y gloria. Todo lo que la Mente, Dios, conoce y de lo que tiene consciencia, es el Cristo, Su manifestación infinita, y esta manifestación es la Verdad. Por lo tanto, en la Ciencia de la Mente, el conocedor, el conocer y el conocido, son uno en el ser. No existe división ni separación alguna entre Dios y Su manifestación.

Entonces, el Cristo demuestra el conocer infinito de Dios, la gloria del ser espiritual, el resplandor del poder espiritual. El Cristo es instantáneo. No necesita tiempo para hacerse sentir. El Cristo está siempre presente, siempre activo, es siempre poderoso, siempre completo. El Cristo se revela a sí mismo, la perfecta manifestación de Dios. De modo que al sanar al enfermo y al pecador, el Cristo demuestra los hechos fundamentales de que la armonía jamás se ha perdido, que la discordia jamás ha sido real, y que la perfección jamás ha sido menoscabada.

¡Cuán natural es esta acción del Cristo, este apremiante poder del Amor divino! No hay nada penoso, nada cruel, nada arduo o laborioso en él. Como el amanecer, la acción del Cristo es inviolable. Es incapaz de ser invertida o impedida por las supuestas embestidas violentas del mal.

El profeta Isaías escribió: “El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos” (9:2). Mary Baker Eddy dice en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Los rayos de la Verdad infinita, cuando se juntan en el foco de ideas, traen la luz instantáneamente, mientras que mil años de doctrinas, hipótesis y vagas conjeturas humanas no emiten tal fulgor” (pág. 504).

El Cristo irresistible es el poder de la Mente. No hay curación, redención ni salvación, sino por medio de este poder. La curación, la redención y la salvación no están en la materia. El poder de la Mente es el Mesías, y la salvación depende de la demostración de Dios como la Mente del hombre. El Cristo, la Verdad, debe vivirse y practicarse, no teorizar acerca de él.

No podemos liberarnos del sentido material mientras pensemos que somos objetos frágiles y finitos que viven en un mundo grande y extraño; creencia cargada de temor y desesperanza. Uno de los hechos fundamentales de la Ciencia del Alma es que la Mente, o el Principio, no está en su idea; sino que la idea está por siempre en la Mente, y la Mente es el único y solo Ego. De modo que el hombre espiritual individual no es un ego finito y separado, como el sentido personal quisiera hacer creer. El hombre existe para glorificar a Dios, y refleja o expresa la individualidad infinita y eterna o Mente, la cual incluye dentro de sí misma toda expresión de Dios, desde la más pequeña hasta la más grande.

El sentido físico es vulgar mesmerismo. Los sentidos físicos son diametralmente opuestos a la verdad espiritual. No reconocen la totalidad de la Mente, y en consecuencia, no comprenden la naturaleza subjetiva del ser. El sentido físico dice que eres una persona rodeada de otras personas que dominan y controlan tu vida; que vives como una diminuta mácula en un mundo inmenso que existe afuera de ti mismo, un mundo de fuerzas y circunstancias que tú no comprendes y sobre las cuales no tienes control. No podemos situar la Ciencia Cristiana dentro de este molde, o demostrar su Principio infalible partiendo de esta base.

La Ciencia Cristiana revela la totalidad de la Mente. Nos muestra que las cosas no son lo que parecen ser; que la persona que está bloqueando nuestro progreso, la circunstancia que está arruinando nuestra salud, la frustración que nos está privando de alegría, son sugestiones mentales agresivas, no son condiciones físicas, sino sugestiones mentales que argumentan que Dios no es Todo y que existe algo aparte de Él.

No importa qué forma pueda asumir el error, por medio de la Ciencia Cristiana podemos rechazarlo porque es irreal e ilegítimo. Podemos rechazarlo por ser una sugestión que no puede tentarnos porque Dios, la Mente del hombre, no lo conoce. La idea de Dios, el hombre, es tan incapaz de experimentar discordancia, pecado o limitación, como lo es Dios Mismo. Cristo Jesús, nuestro Mostrador del Camino y Maestro, probó esto para salvación de toda la humanidad.

El Cristo es la presencia del poder de Dios y el poder de la presencia de Dios. El Cristo nunca está estático. La manifestación de la presencia de Dios en funcionamiento, o sea el Cristo, nunca cesa. Jamás está congestionada; jamás está confundida, oscurecida, obstruida; como tampoco puede jamás ser invertida. Nunca acaba, nunca trabaja de más; jamás titubea, jamás se detiene. Por lo tanto, el ser nunca envejece; nunca se agota; la inteligencia jamás deriva en senilidad y enfermedad; el Amor jamás se transforma en odio; la Vida jamás termina en muerte. El Cristo, el poder y la acción divinos de Dios está presente bajo toda circunstancia, en todo momento, bajo toda condición. El Cristo es la ley en toda situación.

Jesús demostró el Cristo como el ser espiritual del hombre. La Sra. Eddy dice: “Jesús fue el concepto humano más elevado del hombre perfecto” (Ciencia y Salud, pág. 482). Fue el concepto humano más elevado del Cristo. Tenemos simplemente que estudiar a consciencia el capítulo titulado “Glosario” en el libro de texto, para ver que los personajes bíblicos que allí se definen, son todos conceptos humanos del hombre, la idea divina.

Por ejemplo, Abraham ejemplifica el atributo de fidelidad del Cristo; Aser, esperanza y fe. En cambio Dan presenta el concepto invertido del hombre, el cual es magnetismo animal y no tiene en él ningún elemento del Cristo. Jesús es el concepto humano más verdadero y más elevado, el que más que ningún otro presenta al Cristo.

De manera que tú y yo como personas, y todas las personas que forman nuestro universo —amigos, familia, miembros de la iglesia, dictadores del mundo, y otros — somos conceptos humanos del hombre real, el Cristo, conceptos desarrollados por la llamada mente humana. A medida que, mediante la Ciencia del Cristo, la mente humana va cediendo a la Mente divina, el concepto humano mejora hasta que finalmente desaparece en el resplandor de la semejanza de Dios. La individualidad e identidad del hombre, por ser totalmente espirituales, existen separadas de la materialidad y están por siempre intactas y completas.

La creencia mortal dice que cada persona es el resultado de una larga, larga línea de ancestros humanos, y que en ella están compendiadas las peculiaridades y flaquezas de generaciones de antepasados. Pero la Ciencia Cristiana, mediante su revelación del Cristo, nos permite conmutar la sentencia mesmérica del sentido personal para eliminar la esclavitud de la herencia, y reclamar la realidad y realeza de nuestro ser en el Espíritu. 

Jesús se identificaba constantemente como el Cristo, el Hijo de Dios. Reconocía a Dios como su Padre, y rechazaba los lazos de la carne. En él se rompió el mesmerismo de la generación sensual. Jesús jamás se apartó de la divinidad de su origen. Demostró la Ciencia de la creación. Su sentido de sí mismo era totalmente espiritual. Decía de sí mismo que provenía del cielo, y estaba en el cielo (véase Juan 3:13), y se sometió, según los sentidos materiales, a la crucifixión para probar a la humanidad que la Vida es eterna y señalar la manera de escapar de la muerte. De pie ante Pilato, en su peor momento de burla y tribulación, Jesús dijo: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba” (Juan 19:11). Al reclamar la divinidad de su origen, demostró la divinidad de su destino.

En un pasaje de sublime promesa, la Sra. Eddy escribió: “La María de antaño lloró porque se inclinó y miró dentro del sepulcro; buscaba a la persona, en lugar del Principio que revela al Cristo. La María de hoy eleva la mirada buscando al Cristo, apartándola del supuestamente crucificado, hacia el Cristo ascendido, a la Verdad que ‘sana todas tus dolencias’ y da dominio sobre toda la tierra” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 119).

Fue el Cristo, la idea espiritual, lo que apareció a la consciencia humana como el hombre Jesús. Es el Cristo el que aparece a la consciencia humana hoy como Ciencia. Si encontráramos nuestra individualidad e identidad, y la individualidad e identidad de nuestros seres queridos, no debemos inclinarnos y mirar dentro del sepulcro del sentido personal. Debemos mirar hacia arriba y permitir que la Ciencia revele la naturaleza espiritual del hombre y del universo.

Lo único que ha existido siempre es Dios y Su Cristo, Dios y Su idea. En realidad, nunca ha existido un concepto humano, puesto que la mente humana jamás ha proyectado nada que no sea real. La Ciencia Cristiana nos permite invertir el testimonio del sentido material en cada punto, y liberarnos de la esclavitud de la materialidad.

La crucifixión, la resurrección y la ascensión, el nacimiento, la muerte, y todo lo que parece suceder entre estos puntos, pertenece al concepto humano. El Cristo no ha resucitado, como tampoco ha ascendido jamás. Existe como presencia eterna y mora en la Mente de Dios. El Cristo está por siempre en el punto de vista de la perfección.

La consciencia jamás está en una cruz o en una tumba, así como la consciencia espiritual tampoco incluye una cruz o una tumba. La existencia consciente de la Mente es tan incapaz de ser menoscabada como lo es el amanecer. Incluye por siempre tan solo las cosas de Dios, de la Vida eterna y el Amor perpetuo. El triunfo de Jesús sobre la muerte nos demuestra nuestra inmortalidad presente.

Durante su ministerio, Jesús demostró la coexistencia de Dios y el hombre. Su certeza de la inmortalidad del Cristo incluía su certeza de la preexistencia del Cristo. Él sabía que era imposible que la Vida hubiera tenido jamás un comienzo. Si la Vida hubiera tenido un comienzo, tendría que terminar. La continuidad de la existencia y de la identidad jamás es interrumpida por el nacimiento o la muerte, así como la existencia y la identidad jamás pasan por las vicisitudes de la llamada vida material.

Jesús comprendió esto. Él entendía que la Vida y el ser están por encima y más allá del sentido finito de la existencia. Sabía que toda manifestación de la Vida evidencia el Ego único expresándose a sí mismo, y es infinito, perpetuo, imperecedero, eterno. Demostró la Vida en la plenitud de su gloria. Sabía que el Espíritu único, o Alma, incluye la belleza y la variedad de forma, contorno y color, de todo lo que el Espíritu, el Alma, refleja; incluye al Cristo en su completa gloria y resplandor.

Mediante la purificación propia y el crecimiento espiritual, debemos demostrar al Cristo como hizo el Maestro. Tenemos que poder decir con Pablo: “De aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así” (2° Corintios 5:16). En el resplandor de la actividad de Dios que se revela a sí misma, es decir, en la Ciencia, demostramos el Cristo como la presencia del poder de Dios y el poder de la presencia de Dios, entonces el hombre a semejanza de Dios, resplandece. 

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