Mi primera menstruación ocurrió cuando tenía 13 años de edad. Era muy doloroso, irregular, abundante y duraba varios días. Algunos especialistas me recomendaron ciertas medicinas y también utilizaba remedios caseros, pero todo eso sólo me proporcionaba alivio temporal. A veces, el período era tan abundante que sentía como si fuese a fallecer. Esto continuó durante muchos años, así que había perdido casi la esperanza de sanar.
Un día, un familiar me habló de la Ciencia Cristiana y de las maravillosas curaciones y experiencias que tienen quienes practican esta Ciencia. Así que decidí probar para solucionar esta condición y otros problemas que tenía que resolver.
Empecé a leer la revista El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Me gustaban especialmente los testimonios. Cada vez que encontraba una curación con la que me identificaba, prestaba atención a las ideas que había aplicado el autor para ponerlas en práctica. Vi cómo los testificantes recurrían con frecuencia a la definición que da Mary Baker Eddy del hombre, como el hijo amado de Dios para sanar. Ella escribe: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a la imagen y semejanza Dios. …El hombre es la idea, la imagen, del Amor; no es físico” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 475).
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