Mi primera menstruación ocurrió cuando tenía 13 años de edad. Era muy doloroso, irregular, abundante y duraba varios días. Algunos especialistas me recomendaron ciertas medicinas y también utilizaba remedios caseros, pero todo eso sólo me proporcionaba alivio temporal. A veces, el período era tan abundante que sentía como si fuese a fallecer. Esto continuó durante muchos años, así que había perdido casi la esperanza de sanar.
Un día, un familiar me habló de la Ciencia Cristiana y de las maravillosas curaciones y experiencias que tienen quienes practican esta Ciencia. Así que decidí probar para solucionar esta condición y otros problemas que tenía que resolver.
Empecé a leer la revista El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Me gustaban especialmente los testimonios. Cada vez que encontraba una curación con la que me identificaba, prestaba atención a las ideas que había aplicado el autor para ponerlas en práctica. Vi cómo los testificantes recurrían con frecuencia a la definición que da Mary Baker Eddy del hombre, como el hijo amado de Dios para sanar. Ella escribe: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a la imagen y semejanza Dios. …El hombre es la idea, la imagen, del Amor; no es físico” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 475).
Poco a poco me di cuenta de que tenía que cambiar mi forma de pensar y de verme a mí misma y a los demás. Debía pensar bien de ellos y de mí misma y ver a todos como hijos de Dios, perfectos y sanos y perfectos. Aprendí que cuando uno juzga, critica o condena, a uno mismo y a otros, no está viendo las cualidades espirituales que todos expresamos. Mientras que mantener nuestro pensamiento en el bien omnipresente restaura la armonía.
Cuando mantenemos nuestro pensamiento en el bien omnipresente se restaura la armonía.
Sin embargo, los desarreglos menstruales no terminaban, entonces solicité el apoyo mediante la oración de una practicista de la Ciencia Cristiana. Ella me dijo muy amablemente palabras que me llenaron de alegría y esperanza: “Dios sólo conoce de ti que eres perfecta, lo demás no lo conoce; Dios no lo ve porque es mentira, entonces no puede ser real”. Me aseguró que oraría por mí y me recomendó que leyera la siguiente cita de Ciencia y Salud: “Tenemos pruebas abrumadoras de que la mente mortal pretende gobernar todos los órganos del cuerpo mortal, pero esa llamada mente es un mito y por su propio consentimiento tiene que someterse a la verdad” (pág. 151).
“Mito” es sinónimo de leyenda, por eso me perturbó darme cuenta de que había estado creyendo mentiras. Aunque había leído esa cita muchas veces, ese día, el entendimiento más profundo que estaba obteniendo con el estudio de la Ciencia Cristiana, me ayudó a ver muy claramente que la enfermedad es una mentira, y que sólo el bien es verdad.
Yo siempre había pensado que la enfermedad era algo con lo que necesitábamos lidiar. Pero la comprensión de que el hombre es la imagen y semejanza de Dios, me hizo dar cuenta de que vivo en el reino de los cielos donde no existen la enfermedad y las anormalidades. La condición física había sido provocada por creencias erróneas y falsas acerca de mi verdadero ser. Poco después, todo volvió a la normalidad.
Después de esta curación, Ciencia y Salud y la Biblia se convirtieron en mi guía y consejero, porque las percepciones espirituales que encuentro en ellos me dan la fortaleza que necesito para resolver cualquier cosa, desde la más pequeña hasta la más grande.
El estudio de la Ciencia Cristiana no sólo me ayudó a eliminar las hemorragias, sino muchos otros problemas, como fue la curación de mi relación con uno de mis familiares. Ha traído armonía a mi hogar y a mi trabajo.
Además, me he dado cuenta de que todas estas verdades son leyes espirituales, y a medida que las obedecemos, todo funciona bien. Por ejemplo, cuando perdono y amo sinceramente a mis “enemigos ”, la armonía vuelve a aparecer en mi experiencia. Y si he estado enferma, sano inmediatamente. Tanto es así que les he explicado esto a mis compañeros de trabajo, y ellos han aprendido a aplicar la verdad en forma sincera, y han tenido resultados sorprendentes. Por eso he llegado a comprender que estas verdades son leyes universales que podemos poner en práctica en cualquier momento.
Bogotá