Ofrezco este relato de curación a todos aquellos que han estado orando por un problema de relación por mucho tiempo, con lo que parecen ser muy pocos resultados.
Cuando mi esposo y yo nos casamos, hacía mucho tiempo que él estaba distanciado de su madre. La desavenencia era tan severa que él ya no la llamaba Mamá. Ella no asistió a nuestra boda, y yo nunca la había conocido. En los primeros años de nuestro matrimonio, ocasionalmente le sugería a mi marido que sería bueno que le enviara una tarjeta para el día de la Madre o para su cumpleaños, pero siempre recibía el mismo “No”, lo que me indicaba que la puerta estaba cerrada a todo contacto. Pronto me di cuenta de que tenía que dejar que Dios me guiara.
Pocos años antes de casarme, yo había tomado instrucción en clase de la Ciencia Cristiana, un curso para aprender cómo sanar por medio de esta Ciencia. En aquella época, había aprendido que Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, dijo que ella oraba todos los días de la siguiente manera: “Dios, bendice a mis enemigos; hazlos Tus amigos; dales a conocer la alegría y la paz del amor” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico y Miscelánea, pág. 220). Adopté esta oración de inmediato, la hice mía, y me esforzaba por orar por mí misma y el mundo cada día de esta forma.
Posteriormente, me encontré abrazando a estos dos miembros de la familia en esta oración también, diciendo: “Padre-Madre Dios, bendice a mis enemigos y a aquellos que piensan que son mis enemigos; haz que sean Tus amigos; haz que conozcan la alegría y la paz de Tu amor”. No oraba para que hubiera perdón; sino simplemente para que todos sintieran el amor y la paz de Dios.
Pasaron más de treinta años sin que hubiera virtualmente ningún contacto, pero mi oración continuaba. Al seguir adelante con mi estudio de la Ciencia Cristiana a lo largo de los años, y construir sobre las curaciones que estaba experimentando en mi vida, llegué a ver cada vez más que mi esposo y mi suegra eran los dos reflejos puros de Dios, el Amor divino mismo. El hombre (y esto incluye a todos los hombres y mujeres) está hecho a imagen y semejanza de Dios. Esta comprensión del hombre como una emanación de la bondad de Dios, y por lo tanto innatamente amoroso, me capacitó para liberarme de toda amargura. Puedo decir honestamente que nunca sentí ninguna animosidad contra mi suegra o frustración respecto a la renuencia de mi esposo a comunicarse con ella. Oraba con regularidad para que Dios me diera la oportunidad de ser una pacificadora.
Para mí la curación fue que sentí la paz de Dios en mi corazón muchos años antes de que la ruptura de la relación se reparara. La confianza callada y tranquila en la capacidad de Dios para sanar fue en sí misma una curación para mí, aunque nada había cambiado externamente entre mi esposo y su madre. Comprender el amor profundo y perdurable de Dios por todos me impedía tener pensamientos críticos y sentenciosos. Yo estaba en paz.
Entonces un día, inesperadamente, la madre de mi esposo llamó. Él no estaba en casa, así que tomé el mensaje. Ella quería verlo y me pidió que le dijera que la llamara. Pero yo me preguntaba cómo decírselo a mi marido sin que me respondiera con el “No” que había escuchado con tanta frecuencia en el pasado. Me volví a Dios para que me diera las palabras que necesitaba y pedí que el espíritu del Amor fuera evidente en los corazones de cada uno de nosotros. ¡Y las palabras vinieron! Le conté a mi esposo acerca de la llamada y le dije que todos merecemos una segunda oportunidad para hacer lo que es correcto. Le pregunté si él le daría a ella esta oportunidad.
Lo que no le dije, aunque era más importante, era que yo me había estado aferrando a una declaración, una verdad espiritual, por mucho tiempo; no solo por esta situación, sino por mi vida en general. La misma es de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy: “Dios es ‘el mismo ayer, y hoy, y por los siglos’; y Aquel que es inmutablemente justo hará lo justo sin que se Le recuerde lo que es de Su incumbencia” (págs. 2-3).
Era cada vez más claro para mí que puesto que Dios es inmutablemente correcto y haría lo correcto sin que se lo recordara, lo mismo ocurriría con Su idea, el hombre, como reflejo de Dios. Y mi esposo hizo lo que parecía ser correcto. Él fue y se encontró con su madre. Se dijeron ciertas cosas que debían decirse, pero no de una forma desagradable. Ella deseaba simplemente llegar a conocerlo después de haberse enterado de que era una excelente persona. Continuaron encontrándose, y muy pronto toda la frialdad entre ellos se disolvió y se transformó en calidez y amor compartido genuinamente.
Agradecí a Dios una y otra vez por la humildad que debe haber tenido la madre de mi esposo para dar el primer paso y hacer la llamada telefónica, y también por la amabilidad de mi esposo de abrir nuevamente su corazón y encontrarse con su mamá. Ellos han sido bendecidos por esto, y yo también. Siguen teniendo una relación estrecha, y han disfrutado pasar tiempo juntos durante los últimos tres años.
Alabo a nuestro Dios grande y amoroso, que puede ablandar corazones, demoler paredes de angustia y odio, y dar la alegría y la paz de Su amor. Aliento a todos aquellos que han estado orando por años para resolver un problema, a que continúen sus oraciones con fidelidad. Dios bendice a Cristo Jesús, quien nos enseñó a orar a nuestro Padre en común: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9). Y Dios bendice a Mary Baker Eddy, quien nos enseñó con su ejemplo a orar: “Dios, bendice a mis enemigos; hazlos Tus amigos; …” ¡Estoy profundamente agradecida!
Nombre omitido
