Un miércoles por la tarde después de la iglesia, mi esposo y yo decidimos conducir a una reserva natural cercana para dar un paseo con nuestro perro. En el camino, estábamos hablando de que la Ciencia Cristiana es una Ciencia moral y que nuestra práctica de ella se correlaciona con cuán cercano y querido es el bien para nuestro pensamiento.
El capítulo titulado “La práctica de la Ciencia Cristiana” en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy comienza con varias páginas que describen la devoción al bien de cierta mujer en la Biblia, como se expresa en su respuesta a Cristo Jesús. Mi esposo señaló que la implicación es que para practicar la Ciencia del Cristo necesitamos comenzar con ese mismo amor al bien y la disposición de sacrificar el sentido personal o material de nuestras interacciones con los demás.
Habíamos estado haciendo juntos un estudio espiritual más profundo durante el encierro por la pandemia de nuestro estado. Esto nos había hecho a ambos más conscientes de la necesidad de excluir la negatividad de la mente carnal de nuestro pensamiento y abrazar lo que la Biblia llama “el fruto del Espíritu”: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22, 23).
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