Un miércoles por la tarde después de la iglesia, mi esposo y yo decidimos conducir a una reserva natural cercana para dar un paseo con nuestro perro. En el camino, estábamos hablando de que la Ciencia Cristiana es una Ciencia moral y que nuestra práctica de ella se correlaciona con cuán cercano y querido es el bien para nuestro pensamiento.
El capítulo titulado “La práctica de la Ciencia Cristiana” en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy comienza con varias páginas que describen la devoción al bien de cierta mujer en la Biblia, como se expresa en su respuesta a Cristo Jesús. Mi esposo señaló que la implicación es que para practicar la Ciencia del Cristo necesitamos comenzar con ese mismo amor al bien y la disposición de sacrificar el sentido personal o material de nuestras interacciones con los demás.
Habíamos estado haciendo juntos un estudio espiritual más profundo durante el encierro por la pandemia de nuestro estado. Esto nos había hecho a ambos más conscientes de la necesidad de excluir la negatividad de la mente carnal de nuestro pensamiento y abrazar lo que la Biblia llama “el fruto del Espíritu”: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22, 23).
Estábamos hablando de la diferencia que esto había estado haciendo en nuestras vidas, cuando de repente nuestro coche golpeó algo en la carretera y uno de los neumáticos reventó. Cuando nos detuvimos a un lado, el contraste entre nuestra conversación centrada en el Espíritu y la situación material que enfrentamos era discordante. Estar atascado en un camino rural remoto con una llanta pinchada y sin recepción de teléfono celular parecía problemático, pero vimos en esta situación una oportunidad para demostrar que Dios realmente está siempre presente y es poderoso, independientemente de la evidencia que confronte los sentidos físicos.
Mi esposo decidió caminar de regreso por el camino hasta un cerro, donde tal vez podría usar su teléfono para pedir ayuda, y yo me senté en el auto pensando en lo que acabábamos de discutir, a saber, que ponerse del lado del bien divino es el comienzo de la oración científica; el tipo de oración que trae curación.
Me vino al pensamiento este pasaje de Ciencia y Salud: “Mantén tu pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero, y los traerás a tu experiencia en la proporción en que ocupen tus pensamientos” (pág. 261).
Era algo que había memorizado en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, pero ahora lo estaba viendo de nuevo como un imperativo moral. Nos ponemos del lado de lo que es perdurable, bueno y verdadero, no para cambiar alguna mala condición temporal, sino porque hacer lo contrario es faltarle el respeto a nuestro Padre-Madre Dios, negar Su bondad omnipresente. No es suficiente prestar atención intelectual a la idea de que Dios es totalmente bueno, incorpóreo, divino, supremo e infinito. Tales hechos espirituales no son un sable de luz metafísico de un Jedi que sacamos cuando la situación normal de una existencia material aceptable es perturbada. Tenemos que vivir de acuerdo con la Verdad rechazando constantemente los pensamientos que se opondrían a estos hechos de la naturaleza de Dios, prefiriendo el sentido espiritual a la evidencia material, y la consciencia del Amor al sentido personal.
Así que los pensamientos derivados de la premisa de que nuestra situación era una interrupción de la provisión totalmente buena de Dios, que la frustración y la irritación eran reacciones apropiadas, o que nos habían dejado solos para encontrar una solución, eran moralmente inaceptables. Era correcto y necesario rechazar esos pensamientos y afirmar la bondad presente de Dios.
Levanté la vista. Mi esposo había desaparecido sobre el cerro a más de medio kilómetro de la carretera, y una camioneta se había detenido detrás de mí. Salí y me encontré con un joven que me preguntó si necesitaba ayuda. Le expliqué sobre el neumático y que mi esposo había ido en busca de ayuda. “Trabajo en una tienda de neumáticos”, dijo. “Puedo ponerte en marcha en unos minutos”. Su novia se fue en su camioneta a buscar a mi esposo, y el neumático fue cambiado en un tiempo notablemente corto.
En el resplandor de experimentar el cuidado amoroso de Dios, la bondad que siempre está ahí, damos gracias y sentimos la bendición de nuestra verdadera condición como hijos de Dios. Pero esta comprensión debe convertirse en nuestra “meditación todo el día”, y necesitamos tomar en serio los preceptos de Dios que nos permiten rechazar los pensamientos que se opondrían al hecho de la supremacía constante del Amor (véase Salmos 119:97, 104).
A cada momento tenemos la oportunidad de comprender la infinitud del Amor reflejando la moralidad que tiene su fuente en el Divino. El sentido espiritual, la paciencia, la humildad y la bondad expresan el bien divino y abren el camino, día a día, a la realidad del bien ilimitado que Dios ha preparado para todos nosotros.
