Los artículos de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, así como las ideas espirituales de otra literatura de la Ciencia Cristiana que me llegó a las manos, me ayudaron mucho a ver al hombre sin ningún defecto y a pensar en el perdón.
Lo primero que sentí que tenía que manejar fue la creencia en el envejecimiento. En la Ciencia Cristiana, se entiende que la Vida es un sinónimo de Dios. Reconocí que la Vida que es Dios es espiritual y eterna.
El Cristo es la verdadera idea de Dios y del hombre, el impulso divino y sanador que lleva nuestras oraciones de un ejercicio intelectual al percibido reconocimiento del Divino, nuestro Padre-Madre totalmente bondadoso.
Ceder a Dios como nuestra única Mente trae alivio, consuelo y curación, independientemente de nuestras circunstancias, esfuerzos o comprensión. Continúo aprendiendo más sobre esto y estoy agradecido por el pronto auxilio de Dios.
Podemos confiar en que un Dios amoroso está a cargo de nuestro bien; entonces no tendremos temor ni estaremos enojados de que alguien por quien no votamos asuma el cargo.
Jesús vivió esa vida sin interrupciones “sin silos” y les dijo a sus seguidores que podían hacer lo que él hizo. Podemos ver a todas las personas con las que nos encontramos como hijos amados y cuidados de Dios, y cada desafío es una oportunidad para presenciar la sabiduría siempre presente de la Mente divina, la supremacía del Espíritu divino y la bondad del Alma divina.
La iglesia que Jesús estableció descansa sobre un fundamento de transformación espiritual y curación, y me da una comprensión más completa de lo que es la iglesia.
Cuando entré a mi lugar de trabajo y me encontré con mi compañera, sentí un profundo amor por ella. Cuando me vio, me saludó con mucho cariño, y hablamos naturalmente. Esta experiencia me ayudó a entender que jamás había sido herida por nadie.
En su Sermón del Monte, Jesús nos dice que amemos a nuestros enemigos. En esta situación, interpreté sus palabras en el sentido de que debía amar —y perdonar— al conductor. También me di cuenta de que yo había sido tan inocente como ese conductor cuando andaba en bicicleta por la montaña unos días antes.
Al reflexionar sobre esto, me queda claro cómo el Amor divino guio cada paso y armonizó todos los detalles. Cada momento se desarrolló como parte de la buena provisión de Dios.