Quiero compartir la primera curación que tuve a través de mis propias oraciones, la que ocurrió como resultado de elegir la Ciencia Cristiana como mi camino en la vida.
Desde temprana edad, mis hermanos y yo asistimos a la Escuela Dominical en nuestra filial local de la Iglesia de Cristo, Científico. Allí llegué a conocer a Dios como infinito —como todo bueno, perfecto, la causa y creador únicos— y a mí misma como la semejanza de Dios; como explica el primer capítulo del Génesis en la Biblia. Sin embargo, llegó un momento en que quise estar segura de que lo que aprendía era la verdad y que podía demostrarlo por mí misma.
Ese momento llegó en mi adolescencia, cuando se desarrollaron varias verrugas en mis manos, que aumentaron rápidamente en número y se hicieron más grandes. Me daba vergüenza cada vez que alguien las notaba. Había tenido curaciones antes mediante la aplicación de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, pero esas se produjeron principalmente por medio de las oraciones de mi madre, y esta vez sentí que debía orar por mi cuenta. Lo vi como una oportunidad para profundizar mi comprensión de quién soy realmente, para aprender más sobre mi verdadera identidad como espiritual e impecable, y para liberarme de un concepto falso de mí misma como material y vulnerable.