Cuando tenía cuatro años, empecé a asistir a la iglesia local de la Ciencia Cristiana los domingos con mi abuela paterna. En aquel entonces, yo era el único niño que asistía, así que me quedaba con los adultos, durante los servicios. Aunque a veces era inquieto, me gustaba escuchar las lecturas de la Biblia y también de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy.
Cuando empecé el prescolar, la maestra recomendó que me llevaran al psicólogo porque, según dijo, mi conducta no era normal. No lograba permanecer quieto por un largo período de tiempo e interrumpía constantemente las clases. Me hicieron algunas pruebas de comportamiento y el psicólogo me diagnosticó déficit de atención e hiperactividad. Fue una época difícil y muy confusa en mi vida.
Sin embargo, seguí asistiendo a los servicios dominicales con mi abuela, donde sentí una paz más profunda de la que jamás había experimentado. Los adultos en el servicio eran siempre muy bondadosos, pacientes y solícitos. Gradualmente, el comportamiento impulsivo que parecía definirme comenzó a disminuir. Pasé de ser un niño inquieto, molesto e hiperactivo a ser un joven respetuoso que disfruta escuchar a los demás. Recuerdo especialmente el momento en que pude sentarme y escuchar las dos horas completas de la Asamblea Anual de La Iglesia Madre sin interrupción. Fue un logro muy significativo para mí y una evidencia de la transformación que la Ciencia Cristiana había hecho en mi vida. Estoy agradecido por poder asistir a los servicios dominicales de la Iglesia, que son sumamente importantes para mí. No me pierdo ningún servicio, por ningún motivo. Mi estudio de la Ciencia Cristiana me ha ayudado a comprender que soy el reflejo de Dios, y eso me ha ayudado a superar muchas limitaciones.
