
Para jóvenes
Reclamé la verdad de mi plenitud como hijo de Dios e insistí en que ninguna ansiedad o frustración podía entrometerse o interferir con esa plenitud.
Regresé al agua en tan solo un par de días, completamente libre de dolor y contenta de probar el esquí acuático una vez más.
No había ninguna razón por la que tuviera que elegir entre dos grandes actividades que eran bendiciones. En cambio, podía disfrutar de todo lo bueno en mi vida.
Nada —ni la ira ni la tristeza— podía tocarme. Sólo el amor que sentía en ese momento era real.
No había nada que pudiera hacer para controlar las cosas, pero podía saber que Dios tiene el control por completo.
Mis temores se disolvieron, y sentí genuinamente la presencia de la alegría divina y la fortaleza espiritual que nos apoyaba a todos a medida que avanzábamos.
Sentir la presencia del Amor disipó el temor y me dio confianza para probar el recorrido de cuerdas.
Me di cuenta de que no podía carecer de salud o plenitud, ya que Dios siempre está conmigo y cuidando de mí porque es el Amor omnipresente.
Que soy hijo de Dios es uno de los hechos más reconfortantes que he aprendido como Científico Cristiano. Es muy especial comprender que Dios es mi Progenitor divino y que eso me hace Su hijo.
Quedó muy claro que un ser espiritual nunca tiene un accidente.