Estaba entrenando para dos campeonatos de natación y tenía un día de entrenamiento más duro de lo habitual. Recorrí todo lo largo de la piscina de cincuenta metros de mal humor. Estaba frustrada por un dolor de cabeza persistente, culpaba al calor agobiante por mi incomodidad y me molestaba que el traje de baño que había elegido retrasara mis tiempos de repetición.
Entonces una pregunta irrumpió en el parloteo negativo en mi cabeza: “¿Qué estás haciendo?”.
Sabía que no debía permitir que pensamientos negativos arruinaran mi día. Como estudiante de la Ciencia Cristiana, he aprendido que siempre tenemos la opción de elegir qué pensamientos aceptamos y cuáles rechazamos. Dios, por ser totalmente bueno, nos da buenos pensamientos. Y a medida que aceptamos solo los pensamientos de Dios, podemos comenzar a dejar de creer en los pensamientos de dolor, frustración y negatividad general y prescindir de ellos. De acuerdo con Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, esto es lo que sucede cuando lo hacemos: “Mantén tu pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero, y los traerás a tu experiencia en la proporción en que ocupen tus pensamientos” (Mary Baker Eddy, pág. 261). Me di cuenta de que eso era lo que tenía que hacer. Necesitaba concentrarme en el bien.
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