Crecí en una religión cristiana convencional y fui a la iglesia y a la Escuela Dominical con mi familia todas las semanas. Pero cuando estaba en el bachillerato, comencé a cuestionar lo que entendía acerca de Dios y mi relación con Él. Anhelaba saber si Dios realmente existía.
Me preguntaba: ¿Creó Dios al hombre, o creó el hombre el concepto de Dios para explicar creencias y tradiciones de mucho tiempo? Si Dios existe y me ama, como me enseñaron en la Escuela Dominical, ¿por qué suceden cosas malas? ¿Dios me castiga cuando soy “mala” y me recompensa cuando soy “buena”? En busca de respuestas a estas preguntas, aproveché cada oportunidad para visitar otras denominaciones religiosas con amigos, y también comencé a leer libros sobre espiritualidad.
Cuando llegué a mi segundo año de universidad, me sentía perdida. No tenía idea de lo que quería hacer con mi vida. Sabía que quería transferirme a una universidad diferente. Pero, o bien, las escuelas a las que me presenté no me aceptaron o sentí que eran una opción equivocada por una u otra razón.
Esa primavera, conocí a una chica de mi edad a través de un conocido mutuo. Cuando descubrí que esta nueva amiga era Científica Cristiana, la acribillé con todo tipo de preguntas sobre su religión. Aunque había sido criada en la Ciencia Cristiana e hizo todo lo posible para explicarme, sintió que mis preguntas podrían responderse mejor yendo a la iglesia con ella. Al principio me negué, pensando que sabía todo lo que necesitaba saber sobre esta religión, basado en lo que ella me había dicho. Pero finalmente mi curiosidad se apoderó de mí, y asistimos juntas a una reunión de testimonios.
Sentada allí en la iglesia esa noche, escuchando primero los reconfortantes pasajes de la Biblia y luego las lecturas profundamente inspiradoras de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, me sentí como en mi casa. No obstante, fueron los testimonios sinceros y alegres compartidos por otros asistentes los que me hicieron dar cuenta de que la Ciencia Cristiana era lo que había estado buscando.
Fue más el sentimiento que obtuve al escuchar esos testimonios que las palabras específicas o las curaciones que se compartieron. Sentí una gratitud honesta y llena de alegría por Dios y Su guía. También sentí una profunda confianza en Dios, algo que yo misma nunca había sentido. Todos los que testificaron sonaron como si realmente conocieran a Dios, el Amor, y confiaran en Él en todos los aspectos de sus vidas. Después, me quedé para hablar con los miembros, quienes estuvieron más que felices de compartir conmigo sus ideas y pensamientos sobre la Ciencia Cristiana.
Al día siguiente, fui a una Sala de Lectura local de la Ciencia Cristiana, y la asistente me explicó pacientemente cómo leer la Lección Bíblica semanal que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Incluso me dio un ejemplar viejo de la versión King James de la Biblia, así como un ejemplar de Ciencia y Salud para mí. Yo estaba muy agradecida, y así fue como comenzó mi travesía de descubrir más acerca de mi relación con Dios y cómo vivir y aplicar la Ciencia Cristiana en mi propia vida.
Yo era como una esponja, absorbiendo todo lo que podía sobre esta perspectiva completamente espiritual de la existencia. Respondió a mis preguntas de manera sencilla pero absoluta, lo cual me hizo querer comprender más acerca de Dios y la curación.
Poco después de mi visita a la Sala de Lectura, decidí presentarme a una universidad para Científicos Cristianos. Fui aceptada, y cuando no pude pagar la matrícula, mis necesidades financieras fueron respondidas rápida y armoniosamente, ya que confié todos los detalles a Dios. Mis últimos dos años de universidad estuvieron llenos de inspiración espiritual, amistades felices y una excelente educación, que finalmente me llevó a una carrera exitosa.
Estoy profundamente agradecida de que me hayan dado a conocer la Ciencia Cristiana, la cual ha bendecido mi vida inconmensurablemente.