Relatos de curación
Someto este testimonio con un intenso deseo de expresar mi gratitud a Dios por haberme dado prueba de Su admirable cuidado durante un momento de peligro extremo. Años atrás, construimos una casa en una propiedad que tenía una profunda zanja de desagüe en la parte de atrás del lote.
He comprobado que la Ciencia Cristiana cura. En 1975, cuando hacía trabajos en casa para una industria, mi seguridad emocional (o más bien, mi inseguridad) dependía, en general, de lo material.
Mis padres habían sido estudiantes de Ciencia Cristiana por seis años cuando yo nací; por lo tanto, fui criado en estas enseñanzas desde mis primeros días. Para el tiempo en que comenzó la Segunda Guerra Mundial, yo había sido un alumno de la Escuela Dominical de una iglesia filial por dieciséis años.
Una vez, tenía un serio problema en el corazón, que me obligaba a permanecer en cama por largos períodos de tiempo. Una amiga mía, que había sido sanada por medio de la Ciencia Cristiana, me habló de esta maravillosa religión, y así comencé a leer el libro Ciencia y Salud por la Sra.
La solicitud que Dios tiene por nosotros es constante e inagotable. El nos cuida aun cuando nos sentimos incapaces de orar.
Gracias a una querida amiga, nuestra familia conoció la Ciencia Cristiana cuando yo tenía cerca de trece años de edad. En aquel momento tenía una gran necesidad de sanarme.
Es con mucha gratitud por tantas bellas curaciones que he tenido mediante el estudio de la Ciencia Cristiana que doy este testimonio. En 1969, fui a visitar una parte muy serena del estado de Vermont, [Estados Unidos].
La Biblia dice: “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios” (Salmo 103:1, 2).
Con infinita gratitud y gozo por haber sido guiado a conocer la Ciencia Cristiana Christian Science (crischan sáiens) , ofrezco este testimonio como una prueba de los frutos que resultan del estudio y de la práctica de esta enseñanza. Las evidencias del poder de Dios, al solucionar los problemas que hemos tenido mi esposa, nuestras hijas y yo a lo largo de muchos años, son numerosas.
Mi madre murió cuando yo tenía siete años. Yo no podía creer en un Dios que pudiera privarme de mi muy amada madre; por eso, dejé de orar.