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Jamás pasa un solo día sin dar gracias a Dios por la Ciencia Cristiana.

Del número de junio de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Jamás pasa un solo día sin dar gracias a Dios por la Ciencia Cristiana. Es tiempo de que yo comparta este gozo contribuyendo a las publicaciones periódicas, que han sido para mí una gran inspiración y que, en muchas ocasiones, me han provisto de un mensaje sanador en momentos de necesidad.

Cuando yo era niña, sentía la presencia de Dios y decía una sencilla e infantil oración todas las noches. Mientras crecía, busqué de muchas maneras una mejor comprensión de Dios. Cuando supe de la Ciencia Cristiana, después de graduarme en la universidad, me di cuenta de que mi búsqueda había terminado y que había encontrado la clave de las Escrituras que tanto anhelaba conocer.

El estudio de Ciencia Cristiana me capacitó para confiar científicamente en el Dios que siempre había amado y en el que siempre había confiado. Durante treinta y cinco años, el estudio y la aplicación de esta Ciencia jamás han dejado de sostenerme a mí y a mi familia. Nuestra familia es aficionada a los deportes, y me ha sido posible dejar que mis hijos participen en el atletismo sin temer por su seguridad, afirmando cada día el verdadero parentesco paterno y materno de cada uno de mis hijos. Los he confiado a los brazos del Amor sabiendo que, en las palabras de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, “Todo lo que es gobernado por Dios jamás está privado ni por un instante de la luz y del poder de la inteligencia y la Vida” (pág. 215).

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