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Jamás pasa un solo día sin dar gracias a Dios por la Ciencia Cristiana.

Del número de junio de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Jamás pasa un solo día sin dar gracias a Dios por la Ciencia Cristiana. Es tiempo de que yo comparta este gozo contribuyendo a las publicaciones periódicas, que han sido para mí una gran inspiración y que, en muchas ocasiones, me han provisto de un mensaje sanador en momentos de necesidad.

Cuando yo era niña, sentía la presencia de Dios y decía una sencilla e infantil oración todas las noches. Mientras crecía, busqué de muchas maneras una mejor comprensión de Dios. Cuando supe de la Ciencia Cristiana, después de graduarme en la universidad, me di cuenta de que mi búsqueda había terminado y que había encontrado la clave de las Escrituras que tanto anhelaba conocer.

El estudio de Ciencia Cristiana me capacitó para confiar científicamente en el Dios que siempre había amado y en el que siempre había confiado. Durante treinta y cinco años, el estudio y la aplicación de esta Ciencia jamás han dejado de sostenerme a mí y a mi familia. Nuestra familia es aficionada a los deportes, y me ha sido posible dejar que mis hijos participen en el atletismo sin temer por su seguridad, afirmando cada día el verdadero parentesco paterno y materno de cada uno de mis hijos. Los he confiado a los brazos del Amor sabiendo que, en las palabras de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, “Todo lo que es gobernado por Dios jamás está privado ni por un instante de la luz y del poder de la inteligencia y la Vida” (pág. 215).

No obstante, en cierta ocasión en que nuestra hija enfermó de fiebre, el temor por ella me abatió. Rápidamente llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana (inscrita en el The Christian Science Journal), que estaba preparada para ayudarme con verdades sanadoras. La niña tenía mucho dolor cuando le puse el teléfono al oído. Me hice a un lado y pensé sobre cómo nuestro querido Maestro Cristo Jesús tuvo que haberse sentido cuando sus discípulos vinieron a él temiendo perecer en una tormenta en el mar. Les dijo: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” (Mateo 8:26.) A pesar de todo lo que les había mostrado —curaciones de enfermedades y de pecado, y el triunfo sobre la muerte— ellos no comprendían la fuente del poder que él les estaba enseñando y revelando.

El temor desapareció cuando confié completamente en Dios para que cuidara de Su hija, sabiendo que la Ciencia Cristiana cura. Vi cómo se tranquilizó mi hija cuando la practicista le habló. Pronto se quedó dormida; cuando despertó estaba contenta y bien.

Estoy muy agradecida por haber tenido esa compañía —a un Dios científicamente demostrable y omnipresente— a mi lado a través de los años. Nuestra hija menor nació cuando la mayor tenía catorce años. Opiniones y creencias populares en cuanto a los riesgos de dar a luz cuando se es de edad avanzada, se rechazaron al saber que Dios es el creador.

Como hice antes de mis partos anteriores, estudié referencias de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy todos los días. Una practicista me ayudó durante mi embarazo. Esta bella declaración en Ciencia y Salud sobre el origen espiritual, me liberó del temor y de las dificultades físicas: “En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia. Su origen no está, como el de los mortales, en el instinto bruto, ni pasa él por condiciones materiales antes de alcanzar la inteligencia. El Espíritu es la fuente primitiva y última de su ser; Dios es su padre, y la Vida es la ley de su existencia” (pág. 63).

Tuve un parto sin dolor, como sucedió en cada uno de los partos anteriores, y la niña era bella y sana. A través de los años me ha seguido inspirando la anterior declaración al pensar en cada uno de los miembros de mi familia y en su relación con Dios.

Agradezco a Dios por la Ciencia Cristiana, la cual hace de la Biblia y de sus enseñanzas espirituales una guía y ayuda siempre presentes. La instrucción en clase de esta Ciencia, que tomé cuando comencé a estudiarla, estableció una firme base espiritual para criar a mi familia. También estoy agradecida por el crecimiento espiritual que obtuve mediante mi participación activa en comités de una iglesia filial. Es un gozo ver que mis hijas casadas son miembros activos de una iglesia filial, y que hayan inscrito a sus hijos en la misma Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana a la cual asistieron. Ha sido maravilloso que hayan tenido esta Ciencia desde su niñez.


Puedo verificar el testimonio de mi madre respecto a mi curación de fiebre. Lo más sobresaliente para mí acerca de mi madre, es la fe inquebrantable que expresó durante nuestra crianza. En mi juventud me gustaba practicar atletismo y alpinismo, y montar en motocicleta. Mi madre jamás manifestó temor por mi seguridad. En los últimos años he llegado a comprender que esa confianza fue el resultado de la oración, y de la comprensión del gobierno de Dios. Su abnegada expresión de maternidad y su firme confianza en la Ciencia Cristiana, han sido valiosos ejemplos en mi vida.

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