El terror a presentarme en un escenario era un impedimento para mis estudios de música en la escuela secundaria. Me sentía afortunado si por lo menos podía salir del paso en un concierto. El problema se agravó tanto, que cuando fui a la universidad desistí de continuar estudios superiores de música.
Sin embargo, el desafío de superar el problema —en lugar de escapar de él— me venía a la mente constantemente. Después de todo, yo creía que la Ciencia Cristiana era la verdad, y sabía, por experiencia, que era demostrable. Además, me encantaba la música y podía tocar un instrumento bien. Era mi derecho otorgado por Dios compartir esta habilidad sin inhibiciones. Volví a estudiar música. Por medio de la oración pude progresar para superar mi temor.
Cuando me preparaba para el recital de mi último año en la universidad logré la curación total. Comencé a pensar sobre la fe, y luego estudié este tema en la Biblia y en los escritos de la Sra. Eddy. Finalmente, vi con claridad una definición de fe como perseverancia, persistencia, esperanza, confianza, espera del bien, dependencia total en Dios. Llegué a la conclusión de que si deseaba aumentar mi fe y seguridad en Dios, debía demostrar más confianza en El. Por tanto, participé voluntariamente en muchos conciertos. El temor comenzó a desaparecer, aun cuando todavía me sentía un poco inhibido.
Justamente antes del ensayo de mi recital de fin de año, pensé que era la Mente divina lo que yo reflejaba mediante mi conocimiento de la verdad. Yo no dependía de una habilidad personal para conocer la verdad. Dios es Verdad. El lo sabe todo, y nosotros Lo reflejamos. Esto me liberó. La música comenzó a cautivarme y sentí que la disfrutaba. La noche anterior al recital me di cuenta de que lo importante era la expresión altruista de las facultades de Dios, tales como belleza y armonía.
El día del recital me aferré a un pasaje que estaba en la Lección Bíblica semanal en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana (Isaías 35:3, 4, 6): “Fortaleced las manos cansadas, afirmad las rodillas endebles. Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará.. . Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad”. Esa noche toqué por una hora con una libertad como nunca había experimentado antes.
Por mucho tiempo había pensado que si esta curación se efectuaba, lloraría lágrimas de gratitud. Sin embargo, en lugar de sentir que había alcanzado un gran logro, la libertad que sentía era completamente natural.
Estoy muy agradecido por la ayuda que, mediante la oración, me dio un practicista de la Ciencia Cristiana. Esta curación me ha ayudado a romper ataduras que me limitaban y a darme cuenta de la libertad inherente al hombre para expresar el bien en otros aspectos de mi vida.
Conocí la Ciencia a la edad de once años cuando mi madre comenzó a llevarme a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Había asistido sólo unos pocos meses cuando fui a visitar a unos parientes durante el verano.
Desde muy niño había sufrido de infecciones en los oídos regularmente, y ese verano el problema volvió. Ya había aprendido en la Escuela Dominical a recurrir a Dios en busca de ayuda en toda necesidad, y así lo hice con una oración muy sencilla, pidiendo ayuda a Dios. Mis pensamientos se calmaron, y luego me acosté a dormir. Repentinamente me acordé de la “exposición científica del ser” que se encuentra en la página 468 de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Esta declaración se me había enseñado en la Escuela Dominical, y aun cuando yo no la sabía de memoria estaba seguro de que era una respuesta a mi oración. En ese momento me sentí consolado y muy cerca de Dios, pronto me quedé dormido.
A la mañana siguiente no tenía dolor de oído. Inmediatamente le escribí a mi madre para que me mandara un ejemplar de Ciencia y Salud, con el fin de estudiar “la exposición científica del ser”. Creo que no fue tanto el pensar en esta declaración lo que me curó, sino la comunión con Dios, pues estaba convencido de Su amor y de Su cuidado. Desde hace veinte años no he vuelto a tener ningún dolor de oído.
Cuando recibí el libro Ciencia y Salud, estudié esa cita cuidadosamente. Ese fue el comienzo de mi estudio de Ciencia Cristiana, y también el comienzo de otras curaciones. Desde entonces he sido curado de parásitos, de fuertes dolores abdominales, resfríos, influenza, dolor de espalda y otros males físicos.
La Ciencia Cristiana me ha dado “la certeza de lo que se espera” y estoy profundamente agradecido.
Columbus, Ohio, E.U.A.