Hace tres años, caí casi dos metros en un canal de evacuación de agua construido con hormigón armado. El dolor era intenso. A pedido de la familia, preocupada, un médico me examinó la pierna. Según la radiografía, mi rodilla izquierda estaba fracturada y había un problema con algunos fragmentos de hueso. El médico me dijo que debía someterme a una cirugía o quedaría discapacitado por el resto de mi vida.
Estaba muy preocupado. Pero sabía que la oración nos despierta y nos ayuda a comprender nuestra verdadera naturaleza como hijos de Dios. Esta naturaleza espiritual no puede ser corrompida o destruida. Volvernos más conscientes de nuestra identidad como imagen y semejanza de Dios —el gran Yo Soy, el Espíritu, la Vida, la Verdad y el Amor— resuelve los problemas.
Envié un mensaje a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara a través de la oración. Ella estuvo de acuerdo y me recordó que Dios, el Amor infinito y omnipresente, nos eleva y cuida de nosotros a cada momento.
Entonces me sentí tranquilo y mi corazón estaba en paz, porque supe que el Amor realmente estaba presente. Llamé a una enfermera de la Ciencia Cristiana, que me cuidó durante este período, ya que no podía moverme físicamente con libertad.
La practicista también me ayudó a ver que debido a que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, somos uno con Él, por lo que nada malo nos puede pasar. Comprendí que necesitaba aferrarme a las verdades espirituales (la evidencia de los sentidos espirituales) en lugar de aceptar lo que veía con mis ojos (el testimonio de los sentidos materiales). El libro de Romanos en la Biblia dice: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (8:16). Ser hijos de Dios significa que somos la idea de Dios —la expresión, la manifestación, la representación, el reflejo— espiritual e impecable.
También estudié las Lecciones Bíblicas semanales del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Los versículos de la Biblia y los pasajes del libro de Mary Baker Eddy Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras me inspiraron.
Por ejemplo, en Proverbios leí: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócele en todos tus caminos, y Él enderezará tus sendas. No seas sabio a tus propios ojos, teme al Señor y apártate del mal.
Será medicina para tu cuerpo y refrigerio para tus huesos” (3:5-8, LBLA). Y en Ciencia y Salud: “Los huesos tienen sólo la sustancia del pensamiento que los forma” (pág. 423).
La sustancia es Dios, la fuente de toda existencia; no está en la materia. Debido a que Dios es el Principio, el orden divino permanece perfecto e inalterado. No puede haber fragmentos ni fracturas. El reino de Dios es perfectamente estable.
Durante las semanas siguientes continué orando con esos pensamientos, lo que desterró todas las preocupaciones. Un día, tres meses después de la caída, sentí el impulso de deshacerme de las muletas que había estado usando para moverme, y lo hice. Tenía total libertad de movimiento. Sin cirugía, solo a través de la oración, mi pierna fue sanada. Desde entonces he caminado y escalado montañas libremente.
Dios, el creador del hombre y del universo, es perfecto. Por lo tanto, el hombre, la idea de Dios, es perfecto y completo. Es en esto en lo que se basa nuestra oración.
Wilfrid Ndonga Mbangalala
Kinshasa, República Democrática del Congo