“No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). Este hermoso pasaje bíblico se convirtió en una realidad viva en mi experiencia.
En 2001, fui guiada a mAudarme de Texas a Ohio para estar con mi madre y apoyarla. Esta mudanza resultó ser una idea correcta y una hermosa bendición para las dos. Sin embargo, a los pocos meses de mudarme, comencé a sufrir migrañas frecuentes y debilitantes.
Un día, mientras oraba, recordé una ocasión en la que había estado viviendo lejos de casa, cuando mis padres se habían separado. Durante ese tiempo tuve una migraña que me dejó brevemente inconsciente. Al recobrar la conciencia, oré con “la declaración científica del ser” de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, y la siguiente afirmación se aclaró instantáneamente: “La materia es lo irreal y temporal” (pág. 468).
La frase completa dice: “El espíritu es lo real y eterno; la materia es lo irreal y temporal”. Razoné que, si la materia era “irreal y temporal”, no era verdadera ni perdurable, y de hecho, ¡no podía quitarme mi tiempo en absoluto! Regocijándome en este hecho, caí en un sueño tranquilo durante unos diez minutos y me desperté completamente bien. Me levanté y bajé las escaleras, y me ocupé de mis asuntos con gran alegría. Mis padres finalmente volvieron a unirse.
Al recordar estas verdades y la clara evidencia del tierno y amoroso cuidado de Dios, me regocijé y di gracias a Dios Todopoderoso, quien, como Amor y Vida divinos, es omnipotente y omnipresente. Y me esforcé por poner en práctica esta afirmación de la verdad de Ciencia y Salud: “El gobierno de la Mente sobre el cuerpo debe reemplazar las así llamadas leyes de la materia. La obediencia a la ley material impide la plena obediencia a la ley espiritual, la ley que vence las condiciones materiales y pone la materia bajo los pies de la Mente” (pág. 182).
También recibí tratamiento metafísico de un practicista de la Ciencia Cristiana en varias ocasiones, cuyo apoyo amoroso fue un consuelo. El practicista compartió conmigo el pensamiento de que el sufrimiento es una creencia de que la Mente divina, Dios, podía ser destronada.
Mi querida madre un día me dijo: “Estoy muy contenta de que tengas un refugio de la tormenta”, porque ella también entendió que mi salud y mi paz provenían de Dios. También encontré consuelo en la lectura de himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana. Había resuelto conocer plenamente mi identidad como hija amada de Dios, y me negué a inclinarme ante otros dioses: los medios y leyes materiales.
Durante este tiempo, mi madre y yo fuimos guiadas a mudarnos a un pueblo a unos cincuenta kilómetros de distancia para estar más cerca de nuestra filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Fue un período intenso y exigente, ya que yo estaba supervisando y llevando a cabo la mayor parte de las responsabilidades. Aun así, resultó ser una mudanza muy armoniosa, y nada interfirió con esta ni con la preparación del nuevo hogar. Y estoy verdaderamente agradecida por la tierna calidez y la amabilidad con la que los demás miembros de la iglesia nos acogieron a mi madre y a mí.
Un par de meses después de la mudanza, las migrañas volvieron nuevamente, con mayor intensidad, y me vino la sugestión de que tal vez debía tomar medicamentos o ir al hospital. Me volví a Dios con todo mi corazón y Le pregunté qué necesitaba saber para tomar una posición firme a favor de Su poder para sanar. Mi pensamiento fue inundado de inmediato con el relato bíblico de Sadrac, Mesac y Abed-nego (los tres hombres hebreos que fueron arrojados a un horno por negarse a inclinarse ante una imagen de oro). Yo sabía que, aunque caminaron en medio del horno de fuego, calentado siete veces más de lo habitual, permanecieron completamente intactos, y que el Cristo, el Hijo de Dios, estaba en medio de ellos (véase Daniel 3).
Este conocimiento me sostuvo, y afirmé en voz baja: “Sé que mi vida es eterna y que nada puede tocar mi ser. Sé que mi identidad está a salvo y solo me rendiré ante la Vida, la Verdad y el Amor. No tengo miedo”. Estaba experimentando la bendición de esa cita de 2 Timoteo: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía...”
Unos meses después, me di cuenta con profunda alegría de que hacía ya un tiempo que no tenía ningún ataque de migraña. Aunque tuve algunos más, estaba alerta y me negué a darles ningún poder, sabiendo que no había nada que temer. En cada ocasión, los síntomas desaparecieron rápidamente. Alrededor de un año y medio después de tener los primeros dolores de cabeza, terminaron por completo. Eso ocurrió hace más de veinte años.
Una bendición adicional fue el fortalecimiento de mi confianza en el poder sanador de Dios. Aunque estaba verdaderamente agradecida por estar libre del sufrimiento, sentía una profunda humildad y reverencia por el crecimiento espiritual logrado al mantenerme firme y caminar de la mano con Dios. Poco después de esta curación, tuve la alegría adicional de ser elegida Segunda Lectora en mi iglesia filial.
El Principio divino, el Amor, me sostuvo a lo largo de esta experiencia, y fue una victoria gloriosa. Qué “don inefable” (2 Corintios 9:15) tenemos del Padre a través del consuelo de Su amor.
Kathleen Mitchener
Madison, Wisconsin, EE.UU.