Editoriales
Si no fuera por algunos nombres que pertenecen a otro siglo, parecería un mensaje puesto en Facebook hoy en día: “Asegúrate de darle una cordial bienvenida a Febe; ella ha sido muy bondadosa y generosa con tanta gente. Saluda de mi parte a Priscila y a Aquila, que realmente arriesgaron su vida por mí.
En el verano de 1906, los Científicos Cristianos se estaban reuniendo para celebrar la dedicación de la Extensión de La Iglesia Madre. Hasta los informes en los diarios de la época parecieron captar el espíritu de que estaba ocurriendo algo más que la simple congregación, de los que se estimaba entre treinta y cuarenta mil Científicos Cristianos, en Boston, para asistir a las diversas actividades.
El hecho de que tantas personas estén perdiendo la esperanza respecto a lo que la vida, según ellas, tiene para ofrecer, y opten por quitarse la vida o recibir ayuda médica para terminar con ella, muestra un error fundamental, con frecuencia trágico, respecto a la percepción que tiene la humanidad de qué es la vida. Si la vida verdaderamente comenzó con una gigantesca explosión, quiere decir que la vida —por más complejo que haya sido su desarrollo desde entonces— es esencialmente un accidente con poco o ningún propósito.
Hace varios años fui a un restaurante con algunas personas de mi iglesia. Mientras hablábamos sobre las distintas opciones de comida, noté que una mujer cerró el menú casi de inmediato.
Todos queremos sentirnos seguros, donde sea que estemos. Las medidas de seguridad humanas, por mucho que se necesiten, no pueden garantizar la seguridad.
Así como la luz disipa la oscuridad simplemente por ser luz, del mismo modo el Amor —simplemente por ser Amor— pone al descubierto y extermina totalmente el supuesto opuesto de sí mismo.
A medida que aumentaba su comprensión de la revelación divina, la Sra. Eddy estuvo cada vez más convencida de que el descubrimiento de la Verdad divina que se le había revelado mediante la curación-Cristo, sólo podía ser confirmada en este mundo mediante ese tipo de curación.
Muchos han buscado, y continúan buscando, curación. Una mujer, desesperada en busca de ayuda, cuando vio a Cristo Jesús, se dijo a sí misma: “Si tocare solamente su manto, seré salva” (Mateo 9:21).
Orar para obtener curación puede ser una tarea alegre y llena de expectativa. No obstante, a veces puede parecer agobiante, incluso infundirnos temor, porque pensamos que tenemos que orar contra algo que nos amenaza.
Tarde o temprano, a través del Cristo siempre presente —la afectuosa presencia y poder de Dios que nos guía espiritualmente— cada uno aprende que los hijos de Dios están sostenidos solo por Él, y que nuestro Padre-Madre del todo afectuoso e infinitamente solícito, no carece ni de la disposición ni de la habilidad para proveernos plenamente a todos. La sequía no puede formar parte del cuidado que brinda el Amor divino, como tampoco puede la Mente omnisapiente e infinitamente buena, conocerla.