Aunque no hablábamos el mismo idioma, eso no impidió que unos muchachitos curiosos rieran y saltaran a mi alrededor mientras atravesaba el centro de la ciudad. Cuando regresé por el mismo camino, habían desaparecido. Pero después de recorrer una corta distancia, sentí una pequeña mano a cada lado que silenciosamente se deslizaba en la mía. Caminamos de regreso, sonriendo, en completo silencio, mano en mano. Al terminar nuestra caminata, se apartaron con risitas entrecortadas, gritando “Goodbye!”; una de las pocas palabras en inglés que sabían.
El amor de Dios por nosotros desborda, abriendo nuestros corazones para que nos amemos unos a otros. El recuerdo de este encuentro me hizo pensar que las innumerables vislumbres de amor que reflejan el amor de Dios ocurren todos los días. El amor infinito de Dios es universal, totalmente supremo sobre todo, y la relación directa de cada persona con Dios nos brinda algo que tenemos en común unos con otros, cualquiera sea el idioma, la raza o la cultura. Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “ ‘Dios es Todo-en-todo’, y la luz del Amor siempre presente ilumina el universo. De ahí la eterna maravilla, que el espacio infinito está poblado con las ideas de Dios, que Lo reflejan en incontables formas espirituales” (pág. 503).
Estas “incontables formas espirituales” incluyen una diversidad infinita de maneras en que se expresan todas las cualidades espirituales, tales como alegría, inteligencia y compasión. El pensamiento, elevado por el amor imparcial y universal de Dios, no siente temor ni se siente un extraño.
Al comprender que todos reflejamos al único Dios, al único Amor infinito, descubrimos que podemos apreciar el hecho de trabajar con gente de todas las razas y culturas. En una ocasión, un anciano de una tribu indígena de Norteamérica explicó, en una gran reunión comunitaria a la que asistí, que el término Anishinaabe significa “pueblos indígenas u originales del Gran Espíritu o Nación Indígena”, y luego comentó que, en esencia, todos somos el “pueblo indígena”. Esto me causó una profunda impresión.
Por ser el linaje directo de Dios, el Amor universal, todos somos uno. El hecho de poner nuestros puntos de vista y la comprensión de nuestra unidad bajo el Amor universal único, no quiere decir que perdamos nuestra identidad, como tampoco significa que seamos ideas aisladas, pues todos reflejamos al Dios infinito, el Amor. Cada uno de nosotros es una idea individual diferente. Todos somos necesarios como evidencias o pruebas múltiples del único Dios infinito.
¿Pero qué ocurre cuando las personas y las culturas parecen estar en conflicto; cuando el temor de que alguien o cierto grupo nos quite los derechos, el acceso al bien, o cuando la identidad del otro parece tan prominente? El temor se disuelve ante la luz del poder y la constante actividad del Amor divino. La labor del Amor es ajustar, elevar, guiar y armonizar. El Amor está en operación allí mismo, en medio de lo que parece discordante. El Amor nos asegura que todos tenemos un solo Dios, un solo Amor.
Esto puede elevar el pensamiento por encima del temor a la limitación y a la agresión, y reemplazarlo con la expectativa de llegar a soluciones innovadoras, con la valentía de atravesar las barreras del temor y mostrar respeto y dignidad hacia los demás, y con la negativa a participar en cualquier forma de pensar o acción que pueda provocar disensión. Nuestro Dios único, el Amor, no está limitado a un grupo. “Dios es universal; no está confinado a ningún punto determinado, no está definido por dogma alguno, ni es propiedad de ninguna secta”, como explica la Sra. Eddy en la pág. 150 de Escritos Misceláneos 1883-1896.
No obstante, el hecho de resistir o ignorar el Amor universal puede estallar en odio, venganza, orgullo, prejuicio y envidia. La resistencia también puede ser más sutil, sugiriendo formas de aislarnos y mantenernos dentro de nuestra propia burbuja, permitiendo la entrada solo a aquellas ideas que estén de acuerdo con nuestros puntos de vista personales, mientras albergamos el temor de que el bien no sea suficiente para todos. Desde una perspectiva material, eso podría tener sentido, pero la Ciencia Cristiana explica que la esencia de la Vida, la naturaleza misma de nuestro ser, al estar basada en la ley universal del Amor, nos da la certeza de la constante fiabilidad del Amor. Cuando somos realmente humildes, dejando de lado todo ego, generalidades y conjeturas humanas, nos volvemos más receptivos al Amor, a aprender nuevas cosas con toda su brillante e interconectada diversidad. Es entonces cuando obtenemos logros y progreso.
Mi familia obtuvo este tipo de logro hace muchos años. Acabábamos de mudarnos a una zona donde a veces se había desencadenado el racismo y otras veces se había calmado por años entre los Ojibway, indígenas nativos de Norteamérica, y la población blanca. Debido a las recientes amenazas racistas, se habían implementado medidas de seguridad en la escuela secundaria, lo cual llevó a que se organizaran durante dos años una serie de reuniones comunitarias regulares destinadas a sanar la perturbadora división.
Yo participé de esas reuniones, y cuando todos se presentaron e indicaron su función dentro de la comunidad, me presenté como practicista de la curación en la Ciencia Cristiana, y les dije que mi función era orar y apoyar la curación que se estaba produciendo. Nuestras primeras reuniones fueron difíciles. Continué orando, afirmando que el Amor universal nos estaba gobernando a cada uno de nosotros. Otros también estaban orando, y la influencia sanadora era perceptible.
De hecho, el deseo de curación era tan grande, que los miembros de la comunidad de todos lados del asunto continuaron las reuniones con persistencia, y cada vez asistía más gente. La humildad de los que organizaban las reuniones y los que asistían puso en marcha las ruedas del progreso. Las reuniones muy pronto comenzaron a florecer. La gente empezó a hablar desde el fondo de su corazón, a pedir perdón, a aceptarse y escucharse los unos a los otros. Además, las reuniones tuvieron como resultado una serie de programas progresivos en la escuela y en comunidades vecinas.
El odio y el aislamiento son imposiciones y no forman parte de nuestra verdadera naturaleza. Estos son destruidos a la luz del Amor universal. La Ciencia Cristiana enseña que Dios es Amor y que el Amor universal es el camino divino. Un Dios universal, el bien, abraza la individualidad y la diversidad en “incontables formas espirituales”. Es natural para nosotros aceptar esta diversidad con el deleite del Amor universal. Y a medida que lo hacemos, nuestra individualidad se amplía y enriquece, y las bendiciones que damos aumentan proporcionalmente.
Kim Crooks Korinek
Publicado originalmente en el Christian Science Sentinel del 20 de marzo de 2017.
Apareció primero el 7 de junio de 2017 como original para la Web.
