Editoriales
Cuando estamos anticipando algún suceso feliz u ocasión placentera, tal vez lo anotemos en nuestro calendario, e incluso contemos los días al acercarse el momento. Quizá la ocasión requiera preparación.
A veces parece como que somos nuestros peores enemigos. Tendencias y rasgos de carácter obstinados contrarios a nuestros más elevados deseos, a menudo parecen quedarse afianzados como malezas imposibles de extirpar.
En su obra principal, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, Mary Baker Eddy incluye un capítulo (La expiación y la eucaristía), en el cual comenta detalladamente acerca del sacrificio, triunfo y ejemplo de Jesús.
La Navidad significa una variedad de cosas diferentes para la gente. Muchos comerciantes lo ven como una bendición económica, una fuente importante de ingresos necesarios, mientras que otros se quejan de que se ha comercializado demasiado.
Cuando me senté por primera vez en el Edificio Original de La Iglesia Madre, me sentí profundamente conmovido. Entre los inspirados recordatorios que tiene ese edificio del eterno mensaje del cristianismo y de la Ciencia Cristiana, lo que me impactó aquel día en particular, hace años, fue este pasaje de la Biblia, grabado en la pared detrás del púlpito de los Lectores: “¿Qué Dios es grande como nuestro Dios?” (Salmos 77:13).
Ya sea algún suceso importante en nuestra vida, responsabilidades relacionadas con el trabajo, proyectos académicos, las exigencias de un caso que necesita sanar con el tratamiento en la Ciencia Cristiana, o simplemente las demandas propias del diario vivir, a veces nos sentimos abrumados. Puede que nos preguntemos: “¿Por dónde empiezo?” Cuando me siento así, a menudo pienso en este pasaje escrito por Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La Ciencia Cristiana no es una excepción a la regla general de que no hay excelencia si no se trabaja en línea recta.
Si no fuera por algunos nombres que pertenecen a otro siglo, parecería un mensaje puesto en Facebook hoy en día: “Asegúrate de darle una cordial bienvenida a Febe; ella ha sido muy bondadosa y generosa con tanta gente. Saluda de mi parte a Priscila y a Aquila, que realmente arriesgaron su vida por mí.
En el verano de 1906, los Científicos Cristianos se estaban reuniendo para celebrar la dedicación de la Extensión de La Iglesia Madre. Hasta los informes en los diarios de la época parecieron captar el espíritu de que estaba ocurriendo algo más que la simple congregación, de los que se estimaba entre treinta y cuarenta mil Científicos Cristianos, en Boston, para asistir a las diversas actividades.
El hecho de que tantas personas estén perdiendo la esperanza respecto a lo que la vida, según ellas, tiene para ofrecer, y opten por quitarse la vida o recibir ayuda médica para terminar con ella, muestra un error fundamental, con frecuencia trágico, respecto a la percepción que tiene la humanidad de qué es la vida. Si la vida verdaderamente comenzó con una gigantesca explosión, quiere decir que la vida —por más complejo que haya sido su desarrollo desde entonces— es esencialmente un accidente con poco o ningún propósito.
Hace varios años fui a un restaurante con algunas personas de mi iglesia. Mientras hablábamos sobre las distintas opciones de comida, noté que una mujer cerró el menú casi de inmediato.