El deseo de hacer bien y el amor desinteresado hacia Dios y el hombre, ¡he aquí los motivos esenciales en el tratamiento del pecado y la enfermedad a la manera de la Christian Science! Mientras que un deseo egoísta y restrictivo, la tendencia voluntariosa de parte de la persona que intenta aplicar esta Ciencia es garantía del fracaso.
¿Cuál es la base del tratamiento según la Christian Science? La respuesta a esta pregunta se halla en la página 259 de la obra, "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras", donde Mary Baker Eddy dice lo siguiente: "El entendimiento a la manera de Cristo de lo que es el ser científico y la curación divina incluye un Principio perfecto y una idea perfecta,—Dios perfecto y hombre perfecto,—como base del pensamiento y de la demostración." La única base para demostrar la Ciencia del Cristo es "un Principio perfecto y una idea perfecta,—Dios perfecto y hombre perfecto". Comprendiendo la perfección de Dios y del hombre, Cristo Jesús pudo curar toda clase de enfermedad y pecado.
La Christian Science enseña que el Principio, o la Mente perfecta, la inteligencia absoluta, es la única causa, y que el efecto de esta causa constituye la verdadera individualidad del hombre, la que es semejante a la Mente y, por lo tanto, espiritual—la idea o expresión individual de esta Mente perfecta. Para los sentidos materiales esto puede parecer trascendental o intangible, mas para el sentido espiritual es la verdad del ser.
Una regla invariable para comenzar un tratamiento, que se encuentra en la página 411 de Ciencia y Salud, es la que sigue: "Comenzad siempre vuestro tratamiento, apaciguando el temor de los pacientes." Esta regla se aplica a todo caso, ya se haga el trabajo para uno mismo o para un paciente. En otro lugar, Mrs. Eddy se refiere al temor como la fuente de la enfermedad. ¿Cómo, entonces, se deberá proceder para calmar o destruir el temor?
El temor no tiene sino un solo fundamento, a saber, la creencia ignorante de que existe un poder maligno capaz de hacernos daño. Su antídoto consiste en la plena comprensión de las siguientes verdades espirituales: que Dios, el bien, es todopoderoso, hecho que le priva al mal de poder alguno; mientras que el hombre, por ser hijo y reflejo de Dios, y el objeto de Su más tierno cuidado, refleja y goza de las cualidades de Dios, las que le eximen de todo temor, no obstante el testimonio contrario de los sentidos materiales. Y cuando estos hechos espirituales se afirman y se hacen reales en la conciencia, el temor supositicio no podrá sino disiparse.
La presencia eterna y universal de Dios, la Mente perfecta, se individualiza en el hombre perfecto. Este hombre y no la personalidad humana constituye el verdadero ser del paciente, y es espiritual, no material; armonioso, jamás discordante; eterno, y no temporal; sano y no enfermizo. Este hombre es humilde y no voluntarioso; semejante a Dios y por tanto libre de pecado; inteligente y no ignorante; y ni el pecado ni la enfermedad lo pueden contagiar ni afectar.
El estudiante de la Christian Science insiste en la totalidad de Dios, en la omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia divinas, y en la eterna inmunidad del mal que estas verdades le proporcionan al hombre, quien, como reflejo de Dios, está formado y regido por el Ser Divino y mora en El. Sabe, además, que para que su tratamiento resulte eficaz tiene que comprender tan claramente la totalidad y la omnipresencia divinas que el testimonio de los sentidos materiales quede reducido a la nada.
A menudo, al dar un tratamiento, el Científico no hace más que negar enérgicamente los argumentos erróneos materiales. Tales denegaciones no bastan en sí para establecer la cura, de la misma manera que el hecho de negar que tres y tres sumen siete no establece la solución correcta. Mas cuando se niegan las pretensiones falsas de la materia sobre la base de lo que se haya comprendido acerca de la perfección de Dios y del hombre, esto sí resulta útil. Con ello se aminora el temor a la condición que se haya negado, capacitándole a uno para afirmar con más confianza los hechos espirituales que sirven para anular las falsas pretensiones del error.
El tiempo que se debiera dedicar a las denegaciones y las afirmaciones, al darse un tratamiento, nadie puede prescribir para otro, ni para un caso dado. En sus escritos Mrs. Eddy da las instrucciones básicas sobre el tratamiento en la Christian Science, pero en lo que concierne los detalles deja que el estudiante descubra la manera de proceder, dependiendo tan sólo de la Mente que todo lo sabe, para la inspiración, orientación y desenvolvimiento que le sean necesarios.
El tratamiento debe ser dado sin temor y de una manera natural, es decir, con alegría y espontaneidad. Nunca debiera consistir de la mera repetición de declaraciones que, por literalmente correctas que sean, poco eficaces resultan si, por tratarse de una serie de repeticiones, carecen de la unción del Espíritu. El tratamiento científico manifiesta la espontaneidad de la acción de la Mente, la que, a su vez, es reflejada por el hombre que representa esta Mente. Debiera ser evidencia humana del hecho divino de que la Verdad se está expresando a sí misma en el hombre y por medio de él, proclamando la universalidad del Amor y de su reino, donde no existen ni la mente material ni las ideas materiales; donde no hay poder negativo capaz de crear o destruir cosa alguna; donde no existe ningún hombre material capaz de ser víctima de las enfermedades, engañado por el pecado ni vencido por la muerte.
Surge ahora la siguiente pregunta: ¿Por cuánto tiempo se deberá continuar cada tratamiento? Hasta que "El Espíritu mismo [dé] testimonio" (Rom., 8:16). Hasta que el discípulo reciba de la Mente divina la seguridad de que ha comprendido cabalmente que la perfección de Dios y el hombre constituyen la única verdad de la existencia.
Al terminar el tratamiento, o aun antes de haberlo terminado, conviene tener presente que las verdades declaradas son la Palabra de Dios; que tienen autoridad divina y que la omnipotencia de Dios les da su eficacia. Que estas verdades van a cumplir el objeto por el cual han sido enviadas, y que ninguna sugestión mentirosa del mal puede oponer, contravenir, demorar o invertir el cumplimiento de su misión sanadora. El tratamiento no consiste en un esfuerzo personal. Es una actividad divina, ante la cual el mal, y todas sus mentiras, tiene que sucumbir.
El objeto de cada tratamiento es glorificar a Dios, demostrando en cierta medida Su suprema presencia y poder en la vida del hombre que Él ha creado. Aunque en muchos casos es importante descubrir el error que pudiera estar escondido en el pensamiento del paciente, esta no es sino una tarea incidental; y el descubrimiento del error en la vida o el pensamiento del paciente no debe venir por el entrometimiento personal del practicista. Más bien debiera hacerse por medio de la confianza implícita en Dios, la comprensión de que es la Mente divina la que sana y cuyas legiones de ángeles traen a la luz y destruyen completamente todo lo que ofrezca resistencia a la curación.
Factores importantes en este trabajo mental son la confianza que uno mismo pone en su tratamiento y la certeza con que espera resultados buenos. Estas cualidades se van desarrollando cada vez más en la mente del estudiante conforme se vaya dando cuenta de la verdad de las siguientes palabras del Maestro: "El Padre, morando en mí, hace sus obras" (Juan, 14:10). En la medida en que el practicista proclame correctamente la Ciencia del Cristo, hará las obras de Dios, reconociéndole siempre a Él como el autor y consumador de las mismas.
El tratamiento a la manera de la Christian Science es un tema muy profundo, por lo que no es posible aquí hacer más que resumirlo. Pero en la obra Ciencia y Salud (pág. 410), bajo el título "El Tratamiento Mental Ilustrado", y en las demás obras de Mrs. Eddy, el tema ha sido tratado a fondo y con gran inspiración. Ningún otro tema está tan íntimamente relacionado con la extirpación del pecado, la enfermedad y la muerte, pues en verdad es el camino del Cristo que conduce a la salud, la santidad y el cielo. Todo discípulo de la Christian Science debiera valerse de él continuamente, ya para su propio mejoramiento o, cuando sea llamado, para ayudar a sus semejantes.