Hace más de cinco años que conocí la Christian Science, y es con profunda gratitud que puedo decir que desde el primer momento de haber abrazado sus enseñanzas, todos los asuntos de mi familia y de mi propia vida empezaron a mejorar. Por años enteros yo había padecido de muchas aflicciones tanto físicas como mentales. Los remedios y las operaciones en nada me habían aliviado y, para más, yo no ignoraba los temores que se expresaban de que mi caso se tratara de un cáncer.
Estando en un país extranjero y careciendo de suficientes recursos, teníamos que trabajar mucho para sostener a la familia, y cada día me sentía menos capaz de cumplir con mis tareas. Fué entonces que una persona conocida me aconsejó que buscara ayuda en la Christian Science, y en su afán por ayudarme, hizo una cita con una practicista. Esta entrevista duró una hora, y el amor expresado por la practicista durante una conversación tranquila y serena me causó honda impresión. Al despedirme de ella, le prometí que no me dejaría dominar por el temor: que no seguiría creyendo en la realidad de las enfermedades ni en la necesidad de los remedios o las dietas.
Aunque en verdad poco había comprendido de los consejos que con tanto cariño me fueron dados, me sentí sinceramente agradecida, y volví para mi casa imbuída de una calma y una serenidad que no había conocido por muchos años. Mi esposos y mis hijos quedaron asombrados cuando me senté a la mesa para comer con ellos, sin fijarme en lo que comía ni tomar medicina alguna. Me pareció como un milagro, pero de ahí en adelante no volví a sufrir ningún dolor. Nadie que no haya tenido semejante experiencia puede comprender lo que esta cura ha significado tanto para mí como para los míos, después de tantos años de sufrimientos. El alivio que sentí me dió confianza para seguir los consejos de la practicista y deseché por completo tanto las recetas médicas como los medicamentos.
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