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Oír y obedecer

Del número de enero de 1948 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


"Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová, uno solo es" (Deut., 6:4). Con estas palabras Moisés se dirigió al pueblo de Israel, exhortándoles a que obedecieran los mandamientos de Dios. En muchas ocasiones despertó a los israelitas de su letargo, su tendencia a sentirse satisfechos con la materia, o a seguir a otros dioses, con esta llamada: "Oye, Israel". Es interesante notar que la palabra "obedecer" se deriva del verbo latino que significa "oír", y que en su significado arcaico la palabra "oír" significa "obedecer". En el libro de texto de la Christian Science, "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras" (pág. 256), Mary Baker Eddy formula la siguiente pregunta significativa: "¿Quién es el que exige nuestra obediencia?" contestándola, luego, como sigue: "Es Aquel que, en el lenguaje de las Escrituras, 'hace conforme a Su voluntad en el ejército del cielo, y entre los habitantes de la tierra, y no hay quien pueda detener Su mano, ni decirle: ¿Qué haces Tú?'"

La obediencia es una lección fundamental de la vida. Afortunados los que, entre las primeras lecciones de su niñez, aprendieron a oír y obedecer; pues donde se obedece a Dios, reina la armonía. La confusión, las dudas, la indecisión y las inquietudes, todos ellos son los frutos de la desobediencia.

Consideraba espiritualmente, la obediencia no se trata de un asunto de elección propia. Obedeciendo la ley del Principio divino, toda la vasta sinfonía de la existencia se mueve en un perfecto acorde, expresando el ritmo del Espíritu y la armonía del Alma. Aquí no se presenta la más mínima oportunidad para las divergencias ni la desobediencia, porque el Principio, o la Mente divina, que es Dios, es lo que todo lo actúa, y la creación es la expresión de esta actividad infinita de Dios.

En la página 295 de Ciencia y Salud, Mrs. Eddy escribe lo siguiente: "Dios crea y gobierna el universo, incluso el hombre. El universo está lleno de ideas espirituales, que Dios produce, y éstas obedecen a la Mente que las crea." El profeta Isaías se expresó en términos análogos, con las bellas palabras que siguen (Isaías, 40:26): "¡Levantad hacia arriba vuestros ojos, y ved! ¿Quién creó aquellos cuerpos celestes? ¿quién saca por cuenta su hueste? A todos ellos los llama por sus nombres; a causa de la grandeza de sus fuerzas y la pujanza de su poder, no deja de presentarse ni uno de ellos."

Sobre la base de una sola Mente, un solo Ego, no es posible que haya desobediencia, desviación, rebelión, ni fracaso alguno. La irresistible ley del Principio se hace valer de por sí; es la ley del Amor, que sostiene, conserva y protege para siempre todo aquello que refleja a Dios. La idea de Dios nunca puede estar fuera de Dios, sino que existe dentro de Su infinitud, como la expresión de Dios, libre y sin temor, reflejando y revelando con rítmica armonía la gloria del Espíritu. Bajo el gobierno del Principio, la idea no puede salirse de la órbita infinita de este mismo Principio.

No tenemos más que pensar en el orden del universo para reconocer que existe una ley muy superior a todo lo humano, una ley que no es afectada ni por la arrogancia de las proezas humanas ni por la desesperación de la calamidad. La ley divina no está alejada de los asuntos humanos. Opera por todas partes, anulando y reemplazando la llamada ley humana. La ley espiritual lo gobierna y lo domina todo, desde la partícula microscópica hasta la inmensidad. El viento, las olas, el pájaro, el árbol y la flor, todos obedecen esta ley. El hombre, como expresión de Dios, es la incorporación y el cumplimiento de esta ley. Es tan natural e inevitable que el hombre obedezca la ley de Dios como lo es que el sol alumbre. Esto fué probado por Cristo Jesús cuando anuló las tal llamadas leyes físicas, al curar a los enfermos y resucitar a los muertos. Y hoy en día la Christian Science está repitiendo estas pruebas.

Considerado desde el punto de vista del sentido personal, que presenta al hombre como una persona humana, en lugar de la idea de Dios, el hombre parece trabajar de una manera independiente, fijando de por sí la medida de su obediencia: este hombre cree que tiene una mente propia, y que es facultad y prerrogativa suya determinar cuales serán las cosas que habrá de obedecer y cuales no. A veces hasta se siente muy orgulloso de la libertad que se arroga de hacer tal elección, jactándose de lo alto de sus hazañas.

El punto de vista del sentido personal es del todo mesmérico y absolutamente falso. Es una premisa errónea que presenta un concepto invertido del verdadero hecho espiritual. De aquí que surgen la confusión, el aturdimiento, la inseguridad y la zozobra. La mente mortal erige una muralla obstructora. A veces el camino se presenta obscuro, y la resistencia, el egoísmo, la timidez y la duda parecen acosar al viajero, hasta tal grado que le resulta difícil saber en que consiste la obediencia. Que tal persona se vuelva con calma y sencillez a las verdades espirituales del ser y que reclame sus derechos de nacimiento como la idea amada de Dios.

Supongamos que se nos encargara transportar una pesada carga a un punto al otro lado de una montaña alta y que para hacerlo nos decidiésemos a tomar un aeroplano que nos elevara por encima de tal montaña. Fácil resultaría la tarea. En la Ciencia, los medios de vencer los obstáculos o lograr los propósitos siempre están a mano. Vigilando los pensamientos y olvidándose de sí mismo, el discípulo puede orar, declarando, en las palabras del himno de Mrs. Eddy (Himnario, N.° 304):

"Fiel Tu voz escucharé,
para nunca errar;"

Pronto se le aclarará el camino por medio del entendimiento espiritual, y aquella llamada divina: "Oye, Israel" encontrará eco en su corazón, iluminándole los pasos.

La obediencia no es la resignación; tampoco significa el someterse a otra persona, ni la sumisión a las exigencias injustas. La voluntad humana no impone la obediencia ni la produce. La obediencia no tolera el resentimiento, la obstinación, los caprichos ni las contiendas. Es el fruto del Amor, manifestado en la experiencia humana, mediante la firme adherencia al Principio divino y el estricto cumplimiento de los códigos de la moral y la ética.

La fortaleza de los hombres y las naciones guarda relación directa con su adherencia al Principio y su eterna ley de desenvolvimiento espiritual. La única resistencia que puede haber reside en la creencia de que existe una mente aparte de Dios. Esta creencia carece en absoluto de poder, porque no está basada en la Verdad. En la Mente única no hay resistencia alguna, nada que resiste ni que se debiera resistir. Nada puede impedir la expresión continua de la Mente infinita. El mesmerismo del pecado queda destruído cuando se comprende que en realidad no le es más posible al hombre quebrantar la ley divina, que lo sería que la tierra se saliera de su órbita.

Las inquebrantables leyes del Principio divino no dejan lugar a la insubordinación; en la unidad de la ley del Amor que todo lo abarca, no puede haber separación alguna. "Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová, uno solo es."

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