Cierta vez un joven acaudalado acudió a Jesús, haciéndole una pregunta muy importante. Deseaba saber qué debería hacer para gozar de vida eterna. El Maestro le llamó la atención sobre los Diez Mandamientos, a lo que el joven respondió que había observado esas reglas toda su vida, y luego añadió: "¿Qué más me falta?" Jesús, con su maravillosa habilidad para percibir las necesidades de aquellos que acudían a él en procura de ayuda, le contestó con estas palabras: "Véte, vende cuanto tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme."
Si el joven hubiese entendido espiritualmente el significado de esta línea de conducta, se hubiera liberado de las creencias que parecían retenerlo en cautiverio. Que no lo entendió así es evidente, pues la narración continúa: "Se fué triste; porque tenía grandes posesiones." Consideraba suyas propias las posesiones materiales. Engañado por el testimonio de los sentidos físicos, contaba con la materia para su protección y seguridad, y aceptando esta falsedad, se alejó de Dios, el único poder, la única Vida, inteligencia y seguridad.
Si el joven hubiese comprendido que la creencia en el poder de las posesiones materiales era precisamente la idolatría de la cual necesitaba liberarse; si hubiese entendido que al volverse de la falsedad a la Verdad, heredaría "tesoros en el cielo", si tan sólo hubiese comprendido los hechos espirituales, ¡con cuánta alegría habría renunciado su falso concepto de la vida y la substancia en la materia! En lugar de ello, "se fué triste". Probablemente interpretó las exigencias de la Verdad como si significaran que estaba obligado a resignarse a la pobreza y la humillación.
Pero la riqueza, de por sí, no constituye un mal; tampoco es virtud la pobreza. El prescindir de la riqueza solamente para revestirse de la pobreza, no es indicio alguno del Cristo sanador. Si el joven hubiese obedecido ciegamente, vendiendo sus propiedades sin deshacerse de los pensamientos materiales que lo mantenían en la esclavitud, no habría experimentado la curación que resulta infalible cuando uno se vuelve de las creencias materiales defraudadoras para apoderarse de las ideas espirituales que enriquecen.
No es aquello que se posee exteriormente lo que es de vital consideración, sino lo que se abriga en el pensamiento. Notando que sus consejos no habían sido aprovechados, Jesús se volvió a sus discípulos, tratando de explicarles la gran lección que encerraba el incidente para ellos, diciéndoles: "Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios." Explicando esta declaración, Mary Baker Eddy escribe en su libro de texto, "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras" (págs. 241, 242): "Es 'más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja', que entrar las creencias pecaminosas en el reino de los cielos, la armonía eterna."
En la antigüedad los camellos cargados con sacos de especies, joyas, etcétera, viajaban de un extremo del país al otro, y algunas veces llegaban a la ciudad amurallada que constituía su destino, después que se habían cerrado los portones. En tales ocasiones la única manera de entrar era por las puertas chicas que había en los portones, las cuales se describen en la Biblia como "el ojo de una aguja". Como estas medían "de tres a cuatro pies de altura y de dieciocho pulgadas a dos pies de ancho, y la parte inferior del marco estaba a una altura de uno a dos pies sobre el suelo, era imposible que un camello pasara por ellas" (Popular and Critical Bible Encyclopedia, pág. 329).
Entramos al cielo, la armonía, sólo a medida que trocamos voluntariamente las creencias pecaminosas, enfermizas, limitativas, orgullosas y temerosas, por los verdaderos hechos del ser. Al aumentarse nuestro entendimiento espiritual, percibimos cada vez más claramente que Dios es Amor; que la verdadera substancia e inteligencia derivan de Dios, y que el hombre, a la semejanza de Dios, está siempre bajo la protección de la ley divina de la armonía. Es así, mediante el entendimiento de los hechos espirituales, que se abandonan las falsas creencias materiales y que se rechaza la tésis de que la materia ofrece seguridad y que nos provee de salud, felicidad o paz.
La acumulación de cosas materiales jamás ha hecho avanzar a persona alguna un solo paso hacia la espiritualidad, ni le ha traído las bendiciones de la paz, la seguridad o la libertad. Al contrario, la acumulación de las riquezas a menudo trae como consecuencia un sentido de pesada responsabilidad, preocupación y temor de perderlas.
De ello encontramos un ejemplo convincente en la historia de Job, quien tenía numerosos rebaños y manadas y "muy numerosa servidumbre". A pesar de lo vasto de sus posesiones, todo le fué quitado y le sobrevino una grave aflicción física. Mas cuando sus pensamientos fueron depurados del orgullo, de la exaltación propia y de un sentimiento de poder material; cuando en humildad y obediencia se despertó a la gloriosa libertad que nos trae el gran amor de Dios y Su infalible cuidado, entonces el caudal de Job fué más abundante que nunca.
Su reconocimiento de las ricas bendiciones que Dios confiere a Sus amados hijos acalló el testimonio de los sentidos físicos y le trajo a Job paz, salud y consuelo. Así sucede con todos los mortales, pues cuando se atesoran las ideas enriquecedoras de la fuente inagotable del Amor infinito, esto permite que opere en beneficio de los hombres la ley de la abundancia perdurable.
A medida que ascendamos la cuesta que conduce a las realidades del ser, seamos tolerantes y compasivos con nuestros compañeros de viaje, que aún no estén dispuestos a renunciar el orgullo, la envidia, el egoísmo, ni deshacerse del temor, la tristeza, la necesidad, el odio o la venganza. Ya alborea el día en que la comprensión de Dios reinará en la conciencia. Entonces la carga de las malas creencias caerá de los hombros del viajero y la cúspide será alcanzada jubilosamente.
En la página 392 de Ciencia y Salud, Mrs. Eddy nos da este consejo: "Poneos en guardia a la entrada del pensamiento. Admitiendo sólo las conclusiones que deseáis ver manifestadas en el cuerpo, os gobernaréis armoniosamente." Es importante ver que aquí "la entrada del pensamiento" significa nuestro propio pensamiento. Si estamos alertas para admitir en la conciencia únicamente aquellos pensamientos que deseamos ver manifestados, no seremos tentados a afligirnos o inquietarnos acerca de nuestro hermano. Cuando percibimos que la propia semejanza de Dios es por siempre mantenida en un estado de armonía, ningún argumento falso acerca del hombre podrá encontrar cabida en nuestra conciencia. En la página 8 de su obra "No y Sí", Mrs. Eddy hace la siguiente declaración: "Podemos regocijarnos de que cada germen de bondad seguirá luchando hasta que por fin consiga libertad y grandeza, y todo pecado se castigará a sí mismo de tal manera que finalmente se someterá a los mandamientos de Cristo,—la Verdad y el Amor."
Conforme mantengamos en el pensamiento la verdad de que Dios es la única causa, puesto que es el único creador; y que el hombre, Su linaje espiritual, es el efecto de esta perfecta causa, la Verdad operará en beneficio nuestro, desalojando los errores de la mente mortal. Según el grado de su propia receptividad, cada uno es liberado de un falso sentido de esclavitud y percibe la senda que conduce al "reino de los cielos, la armonía eterna."
De gran provecho nos resultará seguir muy de cerca el ejemplo que Mrs. Eddy nos dejó. Ella era constantemente bondadosa para con todos, aun para con sus llamados enemigos. Amaba a la humanidad con un amor inquebrantable y era sumamente compasiva en lo que concernía sus defectos. Con una paciencia verdaderamente cristiana ella trabajaba sin cesar para corregir los errores basados en las falsas conclusiones, las creencias en la existencia material, para traer al pensamiento extraviado la luz y el amor radiantes del Cristo. A medida que se vive el amor, se renuncia de buena gana las falsedades para participar de los goces del Espíritu.
Las contiendas de nuestros tiempos no son sino la lucha de las malas creencias para perpetuarse a sí mismas, para resistir tenazmente el poder de la justicia. Notamos los intentos artificiosos del mal para separar a los amigos y aliados, sembrando las semillas de la sospecha entre aquellos que están luchando por librar a la tierra del mal. ¡Cuán diligentemente necesitamos guardar la entrada contra tan engañosos argumentos! ¡Dios gobierna! Debemos reconocer este gran hecho en todo momento, pues al no encontrar terreno propicio en nuestra conciencia, las sospechas se marchitarán y desaparecerán por completo.
La Verdad ha venido a la conciencia humana en una escala mayor que nunca antes. Ha provocado el antagonismo latente de la llamada mente mortal, la que, al parecer, se propone llevar a cabo en nuestros tiempos iniquidades cada vez más grandes. La Christian Science explica claramente que mientras más uno se haya sumergido en el error, mayor será su resistencia a la espiritualidad, hasta que el error ceda a la Mente divina.
Avancemos, pues, en el entendimiento del Amor y su gobierno universal, y despojémonos voluntariamente de toda fase del mal, a fin de que los falsos conceptos sean obligados a ceder prontamente al reino de la justicia y la redención.