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Entrada al cielo

Del número de enero de 1948 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cierta vez un joven acaudalado acudió a Jesús, haciéndole una pregunta muy importante. Deseaba saber qué debería hacer para gozar de vida eterna. El Maestro le llamó la atención sobre los Diez Mandamientos, a lo que el joven respondió que había observado esas reglas toda su vida, y luego añadió: "¿Qué más me falta?" Jesús, con su maravillosa habilidad para percibir las necesidades de aquellos que acudían a él en procura de ayuda, le contestó con estas palabras: "Véte, vende cuanto tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme."

Si el joven hubiese entendido espiritualmente el significado de esta línea de conducta, se hubiera liberado de las creencias que parecían retenerlo en cautiverio. Que no lo entendió así es evidente, pues la narración continúa: "Se fué triste; porque tenía grandes posesiones." Consideraba suyas propias las posesiones materiales. Engañado por el testimonio de los sentidos físicos, contaba con la materia para su protección y seguridad, y aceptando esta falsedad, se alejó de Dios, el único poder, la única Vida, inteligencia y seguridad.

Si el joven hubiese comprendido que la creencia en el poder de las posesiones materiales era precisamente la idolatría de la cual necesitaba liberarse; si hubiese entendido que al volverse de la falsedad a la Verdad, heredaría "tesoros en el cielo", si tan sólo hubiese comprendido los hechos espirituales, ¡con cuánta alegría habría renunciado su falso concepto de la vida y la substancia en la materia! En lugar de ello, "se fué triste". Probablemente interpretó las exigencias de la Verdad como si significaran que estaba obligado a resignarse a la pobreza y la humillación.

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