Una vez cierto joven que poseía grandes riquezas se acercó a Jesús, preguntándole qué cosa buena debiera hacer para tener vida eterna. Cuando el Maestro le aconsejó que guardara los mandamientos, el joven le respondió que desde niño los había guardado, añadiendo: "¿Qué más me falta?" (Mateo, 19:20.) Jesús le dijo: "Si quieres ser perfecto, véte, vende cuanto tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme", a lo que, según el relato bíblico, el joven "se fué triste; porque tenía grandes posesiones." Fué entonces que Jesús se dirigió a sus discípulos, diciéndoles: "En verdad os digo que el rico difícilmente entrará en el reino de los cielos."
La confianza que se pone en las riquezas materiales y que evita que el hombre entre en el reino de los cielos, no es característica que se limita a los tal llamados ricos, sino que también se apodera de muchas personas que el mundo considera pobres. Tan es así, que el cielo ha sido erróneamente considerado como un estado futuro donde las escaseces del hombre pobre serían compensadas por una abundancia material muy satisfaciente; mientras que la perspectiva de un cielo sin esas "grandes posesiones" ha sido motivo para que muchos se fueran con tristeza. Ciegamente los hombres confían ante todo en la materialidad, y lo consideran un sacrificio abandonar las sombras para gozar de la substancia permanente del Espíritu.
Las palabras "Vende cuanto tienes" pueden interpretarse como sigue: "Desecha el sentido de posesión personal." Sin duda aquello que poseía el joven difería mucho de lo que se consideran riquezas en nuestros tiempos, mas el sentido de posesión personal sí que no ha cambiado. A la par que este joven, nosotros podremos haber guardado los mandamientos desde nuestra infancia, pero si seguimos considerando la bondad como una posesión personal, esta obediencia no habrá sido sino superficial. Jesús dijo: "Ninguno es bueno sino uno solo, a saber, Dios." Cuando la humanidad busca la dicha por medio de un concepto personal del bien, sea este de la felicidad, la moral, las riquezas o la salud, jamás la encuentra. Tarde o temprano, tendrá que hacer frente a la siguiente pregunta: "Puesto que Dios es infinito, ¿puede un hombre verdaderamente poseer algo que sea suyo propio, es decir, algo que esté fuera de la infinidad?"
La respuesta completa y del todo satisfactoria a esta pregunta se halla en los escritos de Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Christian Science. En la página 57 de su obra Retrospection and Introspection, ella ha escrito lo siguiente: "El hombre brilla con luz prestada. Refleja a Dios como su Mente, y esta reflexión es la única substancia,—la substancia del bien. La materia es la substancia del error, el Espíritu es la substancia de la Verdad." Y un poco más adelante ella agrega: "Todo tiene que ser de Dios, y separados de El, nada tenemos."
Estos sabios conceptos tendrán para nosotros más valor que "los rubíes" cuando nos damos cuenta de que fuera del Espíritu, o sea Dios, no hay substancia, o, como lo expresa la Biblia (Ecl., 1:2): "¡Todo es vanidad!" De lo que se desprende que la materia y la materialidad, o sea, "la substancia del error", constituye todo lo que podemos poseer personalmente; mas cuando corrijamos nuestro concepto del bien, encontraremos "la substancia de la Verdad"—el "tesoro en el cielo" prometido por Jesús.
Cierto estudiante de la Christian Science que deseaba progresar en los negocios, se vió en la necesidad de pasar unos exámenes muy difíciles sobre varios temas que le eran poco conocidos. Como el tiempo de que disponía para prepararse era muy corto, le pidió ayuda a una practicista de la Christian Science, y durante varios meses dedicó todas sus horas libres a los estudios necesarios, a veces persiguiéndolos hasta bien entrada la noche. Aunque, al parecer, lo que más le faltaba era tiempo, este discípulo no dejó de cumplir con todas las obligaciones que había asumido en su iglesia, ni de asistir a los cultos, estudiar la Lección Bíblica todos los días y leer los periódicos de la Christian Science, según le iban llegando. A su debido tiempo, y a pesar de circunstancias adversas que parecían insuperables, pasó los exámenes con marcado éxito.
Esta experiencia le fué de mucho provecho, pues sirvió para despertarle a reconocer lo imperativo que era demostrar su unidad con Dios, la Mente omnisciente, y abandonar ciertas posesiones superfluas, como ser, los proyectos puramente humanos, la responsabilidad personal, el temor y la irritabilidad.
Si pareciera retardarse alguna curación o si algún problema no se nos resolviera, sería conveniente que escudriñésemos nuestras posesiones mentales. Los "pobres en espíritu", que en la primera bienaventuranza se designan como "bienaventurados", por ser de ellos el reino de los cielos, incluyen aquellos que reconocen que al apegarse al materialismo se han empobrecido espiritualmente, y que por consiguiente están dispuestos a recibir su curación. La curación a la manera de la Christian Science es puramente espiritual, y exige consagración, obediencia y amor. Un mero esfuerzo humano por abandonar los errores tiene poca eficacia, mientras que un examen de conciencia bien sincero nos ha de descubrir muchas "posesiones" o características que no proceden de Dios. La voluntad humana es un malhechor muy traicionero, y el amor propio y sus acompañantes—la justificación propia, el egoísmo y la conmiseración propia—obscurecen la luz sanadora. En verdad que fuera de este concepto personal de las cosas, no hay nada que curar, porque el hombre perfecto, hecho a la semejanza de Dios, está presente ahora mismo, nunca ha sido eclipsado ni perdido y jamás ha estado ausente.
La materialidad incluye una "multitud de ensueños", en fin todas las creencias materiales que parecen apresar a la humanidad. Estas creencias pretenden dominar al hombre que es de su propia hechura. La vara que fué echada en tierra por Moisés, en obediencia al mandato de Dios—acto que desenmascaró la serpiente, el mal, o sea el magnetismo animal—bien puede servir como símbolo de las creencias materiales; y la experiencia de Moisés, como ejemplo de la manera en que el sentido humano temeroso huye ante sus propias ilusiones, por no confiar en el poder de Dios. Cuando el discípulo obedece el mandato de la Verdad, y domina la serpiente, en lugar de huir de ella, el mal queda destruído por el entendimiento espiritual, y el discípulo se encuentra con una prueba de la Ciencia divina que le resulta de valioso apoyo.
El relato bíblico ya referido denota que el joven rico era dominado por sus "grandes posesiones", hecho que proporciona un buen ejemplo del carácter engañoso, dominante y agresivo de las creencias materiales. Mediante sus creencias equivocadas, el joven rico se despojó a sí mismo de su "tesoro en el cielo", aun de su propia entidad verdadera, y como era natural, "se fué triste". Sin embargo, no fué el joven sino la creencia ignorante, la que deseaba que el sentido material o personal de la existencia tuviera "vida eterna",—la que se empeñaba en darle existencia eterna a los deseos de posesión, y permanencia al conocimiento humano del bien y del mal.
A medida que se vaya abandonando el sentido personal ignorante, reemplazando con el entendimiento espiritual las creencias entremezcladas del bien y del mal que tienden a cegar y someterles, los hombres obtienen una mejor comprensión de su origen divino y la realidad de su ser. "Esta es la vida eterna", dijo Jesús, "que te conozcan a ti, solo Dios verdadero, y a Jesucristo a quien tú enviaste."
Dar a los pobres a la manera de Jesús, significa seguir al Cristo, compartir con los demás "la substancia de la Verdad", el "tesoro en el cielo", y así multiplicarlo. Esta es la verdadera riqueza, porque al compartirla se rasga el velo de lo finito, y la gracia ilimitable del Amor llega a la tierra. Mrs. Eddy, nuestra amada Guía, dió de esta manera a los que estaban espiritualmente pobres, y así siguió al Cristo. A la par con el gran Maestro, ella distribuyó libremente el pan del cielo, desatando a la doliente humanidad de los lazos crueles impuestos por el sentido material.
Después de haber descubierto la Christian Science, Mrs. Eddy dedicó su vida a compartir con todos los que estaban preparados para recibirlo, el "tesoro en el cielo" por ella tan caramente adquirido. ¿No debiera todo Científico Cristiano contarse entre los herederos de los tesoros de Cristo, herederos, es decir, del deber y privilegio de demostrar científicamente su afluencia infinita? Las obras de Mrs. Eddy ejemplificaron las siguientes palabras que aparecen en su libro de texto, "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras" (pág. 518): "Dios da la idea menor de Sí mismo como un vínculo para la idea mayor, y en cambio, la superior siempre protege la inferior. Los ricos en espíritu ayudan a los pobres en una gran hermandad, teniendo todos el mismo Principio, o Padre; y bendito es el hombre que ve la necesidad de su hermano y la satisface, buscando el bien propio en el ajeno."
He aquí la única base sobre la cual se han de satisfacer las aspiraciones y esfuerzos humanos. Por lo que resulta que todo lo que se trata de hacer o buscar sobre otras bases tiende a empobrecernos, y acaba en "¡vanidad y correr tras el viento!" ¿Acaso estamos procurando alcanzar satisfacción acumulando riquezas materiales? Pues si es así, laboramos en las tinieblas para obtener lo que no tiene substancia alguna. ¿Estaremos dedicándonos tan sólo a lograr cierta fama o posición social, o aun la adulación de los mortales? Pues entonces nos hemos dejado engañar por aquello que nos ha de separar de nuestro sublime estado de hijos de Dios, nuestro Padre celestial.
Buscando el bien propio en el ajeno descubrimos la substancia, y se nos disipan los temores ofuscadores y egoístas, con sus acompañantes creencias de escasez. Es así que elevamos la visión y percibimos la creación verdadera y su Principio divino, el Amor. A medida que esta reflexión del Amor se vaya manifestando universalmente, lo finito desparecerá y ya no se dirá del hombre, que "se fué triste".
No temáis, manada pequeña, porque al Padre le place daros el reino.—Lucas, 12:32.