En ese bien querido librito titulado "La cosa más grande en el mundo", su autor, Henry Drummond, dice lo siguiente: "La lección más evidente de las enseñanzas de Jesucristo es que no existe felicidad en poseer u obtener cosa alguna, sino en dar solamente. ... La mayor parte del mundo persigue la felicidad por una pista falsa. Cree que ella consiste en poseer u obtener algo, y en ser servidos por alguien, cuando más bien consiste en dar y en servir a los demás." En otra parte del mismo librito el autor dice: "Alguien ha dicho: 'La cosa más grande que pueda hacer un hombre por su Padre Celestial, es ser bondadoso para con sus semejantes.' ¿Por qué será que no somos más bondadosos? ¡Cuánta falta hace en el mundo! ¡Cuán fácil resulta el serlo! ¡Qué inmediatos son los resultados! ¡Con qué abundancia se retribuye a sí mismo—por que como el Amor, no hay en el mundo deudor tan honorable—tan soberbiamente honorable."
Pocos negarán que el dar es un acto muy agradable. El mismo materialista siente una gran satisfacción al dar. Sin embargo no todos los que dan lo hacen de una manera del todo abnegada. Muchos se contentan con dar a los necesitados siempre que se sientan seguros de que les quedará bastante para ellos mismos. El que tiene sus despensas bien llenas dice: "La caridad empieza por casa. Debemos estar seguros de que nosotros tenemos todo lo que necesitamos antes de tenerle lástima a los demás." Está bien dicho que la caridad empieza por casa, tal como la luz solar origina en el sol, ¡pero ahí no para!
Mary Baker Eddy, la apacible Guía del movimiento de la Christian Science, compara la acción ilimitada del Amor divino con la luz del sol, en las siguientes palabras (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 516): "La luz del sol destella desde la cúpula de la iglesia, penetra en la celda de la prisión, se desliza en el aposento del enfermo, ilumina la flor, embellece el paisaje, bendice la tierra." Y el calor del sol no disminuye por efecto de esta acción.
¿Cuántos habrán que comprenden lo que se enriquece uno al pensar y obrar con altruismo, y lo empobrecedor que resulta el ser temeroso y concentrado en sí mismo? Mrs. Eddy nos hace la siguiente advertencia (ib., pág. 79): "El dar en el servicio de nuestro Hacedor no nos empobrece, ni enriquece el retener." A pesar de este recordatorio, a veces cuando se oye de alguna escasez de alimentos o ropas de vestir, muchos se apresuran a las tiendas para comprar todo lo que puedan, antes de los demás, produciendo así la misma escasez que tanto temen. Es evidente que tal acaparamiento acaba en escasez y jamás en abundancia.
La historia de Elías y la viuda de Sarepto nos ofrece una lección que viene muy a propósito. En su desesperación, la mujer se dirigió al profeta Elías, diciendo: "¡Vive Jehová tu Dios! que no tengo ni siquiera una torta, sino tan sólo un puñado de harina en la orza, y un poco de aceite en la alcuza; y he aquí que estoy recogiendo dos palitos para ir y aderezarlo para mí y mi hijo, para que comamos, y después muramos." Elías hizo que la mujer dejara de pensar en sí misma y de esa manera le ayudó a romper ese mesmerismo limitador que se había extendido como una nube por todo el país. Respondiendo a la mujer, le dijo: "No temas; vete y haz como has dicho; pero haz de ello para mí primero una torta pequeña, y tráemela acá fuera; y para tí y para tu hijo harás después." Es interesante notar que la viuda no solamente tenía muy poco que comer, sino que también era evidente que la leña de que disponía se limitaba a dos palitos. No obstante obedeció con fe, y luego vemos que "la orza de harina no vino a menos, ni menguó la alcuza de aceite, conforme a la palabra que habló Jehová por conducto de Elías."
¿Somos lo suficientemente generosos en lo que se refiere a nuestras dádivas a la iglesia? ¿Le damos lo que nos sobra del presupuesto, después que todos los demás gastos se han cubierto, o hacemos "primero una torta pequeña", poniendo la iglesia ante todo y así expresando sin temor nuestra gratitud por la Christian Science? A una Científica Cristiana cierta vez se le oyó expresar su gratitud de la siguiente manera: "Esta iglesia no depende de mí para sus ingresos. Yo dependo de ella para los míos. Todo lo que yo poseo se lo debo a la Christian Science." Este es el caso para muchos de nosotros. ¿Es de extrañarse entonces que a la hora de dar, coloquemos a nuestra iglesia en primera fila?
Hace poco se le pidió a la que esto escribe que firmase una petición dirigida a su gobierno en el sentido de que se dejara entrar en el país—el cual se hallaba relativamente libre de los estragos de la guerra y rico en recursos naturales—cierto número de refugiados, merecedores de esa consideración. Acordó en hacerlo, pues ansiaba ayudar a aquellas personas que habían sufrido tanto. Empero al día siguiente se publicó en la prensa una carta advirtiendo que sería necio admitir a estos refugiados, puesto que bien podría resultar en que no habría bastante trabajo para todos, particularmente para los hombres y las mujeres que retornaban del servicio militar a la vida civil, después de la guerra. Con tanta claridad y destreza se trató el tema, que a ella misma le vinieron dudas de si era en efecto aconsejable hacer la petición o no. A fin de aclarar los pensamientos, recurrió al ambiente tranquilo de una sala de lectura de la Christian Science, ya que le era evidente que el dar sin la consideración debida, resultaría de poco provecho.
Mientras así meditaba, se le representó en la mente aquella bella escena a la orilla del mar de Galilea, que tan bien conocemos. La de los cinco mil que siguieron a Jesús escuchando sus elocuentes y poderosas palabras, en la que el Maestro siempre tan considerado, dándose cuenta de la necesidad de ellos, aprovechó la ocasión para demostrar lo práctico de sus enseñanzas. Generalmente se deja de apreciar en su verdadera importancia con relación a la historia entera, una frase muy corta que aparece en el sexto capítulo del Evangelio de San Juan. Es la que hace constar las palabras de Andrés, que dicen: "Aquí está un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos: pero éstos ¿qué son entre tantos?" Estas palabras: "Aquí está un muchacho" conmueven el corazón. No nos es difícil imaginarnos a ese muchacho, con su cara resplandeciente vuelta hacia Jesús, ofreciendo todo lo que tenía. Es muy posible que él también tuvo que sobreponerse a la tentación de quedarse con los panes y los pececillos. ¡Cuál habrá sido su asombro cuando vio los doce cestos llenos de los pedazos que sobraron después que todos habían comido!
En su obra The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany (pág. 231), Mrs. Eddy dice: "'El amor es sufrido y benigno', pero el amor siempre debiera ser gobernado por la sabiduría, no sea que se pierda su fruto y el dar deje de ser benigno." Al abrir los corazones nunca debiéramos temer que nos falte la sabiduría, si primero le quitamos a nuestros buenos deseos de dar, las inclinaciones puramente sentimentales, y colocamos la responsabilidad, sin reservas, en manos del Amor divino. Basta decir que la petición aludida fue firmada, ya que le era claro a la interesada que habría suficiente trabajo para todos los necesitados que esperaban este auxilio, y que mucho sobraría para aquellos que estaban luchando a favor de ellos. Sólo los pensamientos materialistas y temerosos veían la escasez y las injusticias.
El dar como es debido, le da calor al pensamiento. La generosidad ejercida sin temor y con buen juicio es la afirmación o demostración del Cristo, es nuestro reconocimiento de que somos los hijos muy amados de un Padre sumamente rico. No aceptemos jamás ninguna negación—por artificiosa que sea—de la afluencia del Amor con respecto a los problemas de la humanidad. Recordemos que cuando el sumo sacerdote prendió a Jesús, hasta el mismo Pedro, que generalmente se mostraba tan fiel, no tuvo suficiente valor para afirmar que él era en verdad discípulo del Maestro. El Evangelio nos dice: "Y Pedro le había seguido de lejos, hasta dentro del atrio del sumo sacerdote; y estaba sentado con los alguaciles, calentándose a la lumbre." Sí, le hacía falta calentarse, porque los pensamientos negativos jamás dejan de producir tristeza y frialdad.
¡Qué satisfacción tan grande hubiera sido para el Maestro, si en esa hora decisiva Pedro hubiese admitido con valentía que él era en verdad discípulo de Jesús! Pero Pedro se abstuvo de dar a Jesús este apoyo, temiendo por su propia seguridad. Sólo después de la resurrección había de aprender este discípulo la lección más grande de todas, cuando en aquel gozoso desayuno matutino Jesús le preguntó: "Pedro, hijo de Jonás, ¿me amas?" Y luego para enseñarle que el amor sin obras es vano, añadió: "Apacienta mis corderos."
Seamos generosos en nuestra demostración del cristianismo, y reflejemos en un mundo hambriento la belleza del Amor divino. ¿Nos agradaría pensar que a José y a María, se les hubiera negado hospitalidad cuando huyeron a Egipto, con el niño Jesús, para escapar de la tiranía de aquellos tiempos? Pues entonces, en el nombre del Maestro, que también fue un refugiado, abramos nuestros corazones sin temor, en esta hora tan apremiante, y recordemos sus palabras: "En cuanto lo hicisteis a uno de los más pequeños de estos mis hermanos, a mí lo hicisteis."