Las connotaciones de la palabra "confusión" son tantas como para merecer un estudio a la luz del diccionario. Por cierto que forman un conjunto bastante desagradable; y cuando se siguen buscando los sinónimos asociados con este vocablo, se llega a la conclusión de que nada bueno puede decirse de la palabra, ni de ninguno de sus parientes. Por otro lado, entre sus antónimos encontramos las palabras "método" y "orden", por lo que se ve que la confusión congenia con el desorden—lo opuesto del orden, la armonía y la paz. ¡Qué confortantes resultan entonces las siguientes palabras del apóstol Pablo: "Dios no es Dios de confusión, sino de paz" (I. Cor., 14:33).
Sin duda alguna los cristianos de todos los siglos han leído estas palabras bíblicas y luego han seguido asociándose con aquello que el apóstol Santiago llama "la confusión y toda obra mala" (Santiago, 3:16). ¿Y por qué ha de ser así? ¿No será porque la humanidad ha ignorado por completo la naturaleza de Dios, y no ha logrado entender el estado espiritual del hombre y su dominio sobre todo el mal?
Desde el Aerópago moderno, Mary Baker Eddy, inspirada discípula del Nazareno, del siglo diecinueve, ha proclamado la verdad acerca de Dios y el hombre a una generación tan materializada y hundida en el mesmerismo de los sentidos materiales, como la que confrontó a Saulo de Tarso aquel día memorable en la ciudad de Atenas. Oíd la gran declaración que hace Mrs. Eddy en su obra "Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras" (pág. 330): "Dios es lo que las Escrituras declaran que es,—la Vida, la Verdad y el Amor. El Espíritu es el Principio divino, y el Principio divino es el Amor, y el Amor es la Mente, y la Mente no es buena y mala a la vez, porque Dios es la Mente; por tanto no hay en realidad sino una sola Mente, porque no hay sino un solo Dios."
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