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¿Dónde se encuentra la felicidad?

Del número de abril de 1948 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Para muchas personas la felicidad es una especie de fuego fatuo, que aparece un momento y desaparece el otro, sin dejar la menor seguridad de que ha de volver o continuar. El poeta Tomás Gray dijo: "La felicidad vuela demasiado aprisa." Sin embargo, el deseo que todos tenemos de ser felices y de seguir siéndolo, ofrece un indicio de que la felicidad tiene su justo lugar en nuestra experiencia individual.

La felicidad coincide con el sentido espiritual y verdadero de la Vida, y no es posible hallarla fuera de él. Pero la humanidad, que en su mayor parte no se da cuenta del verdadero significado de la Vida, pierde el tiempo haciendo esfuerzos por encontrar la felicidad en las cosas materiales y temporales, en las relaciones humanas, en los propósitos egoístas, todos los cuales son transitorios, instables y, vistos a la luz de la Ciencia divina, irreales. Tales cosas jamás pueden proporcionar una felicidad duradera.

Una leyenda popular cuenta que había una vez un rey muy desdichado. Le informaron que entre sus súbditos había un aldeano humilde que siempre estaba contento. Dijéronle además que si lograra obtener y calzar los zapatos del aldeano, él también podría llegar a ser muy feliz. Buscaron con diligencia, y por fin encontraron al aldeano cantando mientras atendía a su faena. Los mensajeros del rey le comunicaron los deseos de su monarca de pedirle prestados los zapatos, por creer que motivaban su felicidad. Pero desgraciadamente el aldeano tuvo que contestarles que él no tenía zapatos.

El secreto de la felicidad no estriba en ninguna cosa material, como ser, el dinero, las posesiones, la posición social, ni las personas. Si tratáis de encontrarlo en estas cosas, vuestros esfuerzos serán inútiles. La felicidad existe en el reino de la Verdad, en el entendimiento de Dios y de la unidad del hombre con El. El Maestro les recordó a sus seguidores que el gozo y la felicidad eran para siempre suyos, cuando les dijo: "Ninguno os quitará vuestro gozo" (Juan, 16:22). Este gozo perpetuo es inherente al Dios que es perpetuo, y al hombre cuya vida es la expresión de Dios. Para la Mente que es Dios, la felicidad es una cosa natural, y nosotros la poseemos a medida que aceptamos y expresamos esta Mente en cada uno de nuestros pensamientos. ¡Qué receta tan sencilla!

En la página 17 de su obra titulada Message to The Mother Church for 1902, Mary Baker Eddy hace la siguiente declaración: "La felicidad consiste en ser buenos y hacer el bien; solamente lo que Dios da, y lo que El nos hace capaces de dar, ya sea a nosotros mismos o a los demás, confiere la felicidad; el ser conscientes de nuestro valer, satisface el corazón hambriento, y ninguna otra cosa lo puede hacer."

No es más factible encontrar la felicidad aparte de Dios que lo sería encontrar la verdadera conciencia aparte de la Mente. Es en "ser buenos y hacer el bien", es decir, en demostrar a Dios, que se encuentra la felicidad. En el reino de Dios no existe el hombre desdichado. Ahí cada individuo es bueno y está haciendo el bien; está expresando el Amor y la inteligencia que son Dios. El hombre no tiene facultad alguna para ser desdichado, sino que existe para el solo propósito de expresar a Dios en cada acto y en cada pensamiento.

Toda desdicha es producida por la ignorancia acerca del concepto verdadero de la Vida y el hombre. La única razón por la cual los mortales aceptan un concepto impío y material acerca de su propia entidad es porque no entienden a Dios ni al hombre hecho a Su semejanza. Es así que se dejan llevar por ambiciones y valores falsos, por honores mundanos y efímeros y placeres egoístas, hasta que por fin aprenden que la felicidad que estas cosas prometen es una ilusión, que no produce satisfacción alguna.

Pero como Dios—que es la fuente de la felicidad, de la cual todos podemos compartir—se halla siempre presente, así tembién lo está nuestra felicidad. En realidad ella es nuestra posesión perenne. Nuestra verdadera entidad ha sido formada a fin de que seamos buenos y hagamos el bien, a fin de que amemos, comprendamos y manifestemos a Dios, y así disfrutemos de la felicidad inherente al ser verdadero.

El hombre, como la idea de la Mente—la causa inteligente que ama a todos por igual—deriva su naturaleza, conciencia y habilidad, en fin todo su ser, de aquella Mente. La Mente perfecta produce un hombre de mentalidad perfecta, y le confiere la conciencia de su valer como el hijo de Dios, la que le hace feliz y contento.

A veces le viene a uno la tentación de sentirse desdichado cuando las cosas le van mal o cuando padece alguna discordancia física o mental. Donde existe la armonía existe la felicidad. Mrs. Eddy ha dicho: "Dios es la armonía en sí" (Unity of Good, pág. 13). La discordancia, y las desdichas que de ella resultan, no radican en Dios; mas la armonía, y la felicidad que ella nos trae, sí radican en El. Y puesto que el hombre está en la Mente, la felicidad le pertenece para siempre.

El temor es la causa de muchos disgustos y desdichas, pues el temor es a menudo la base del egoísmo, y el egoísmo, a su vez, trae la desdicha, tanto al que se entrega a él como a los demás. El temor es producido por la ignorancia acerca de Dios y de la unidad del hombre con El. ¿Quién puede sentir temor una vez que comprende que Dios es el bien omnipotente y universal y que el hombre es espiritual, formando una unidad absoluta con y en Dios? A medida que desaparece el temor, aparece la felicidad.

Que el mortal desdichado se niegue a aceptar las sugestiones erróneas de la mente mortal, que declaran que el hombre es una personalidad material capaz de convertirse en desdichado a causa de alguna persona, incidente o circunstancia. Y que se torne mentalmente de ese concepto negativo hacia la verdadera idea del hombre, que es la expresión de Dios, feliz, espiritual y armoniosa, superior a todos los argumentos de la mente mortal que tratan de sembrar la semilla de la desdicha.

Que perciba, además, que siempre puede encontrar la dicha por medio de la espiritualidad, concibiendo su unidad con la Mente que es la Verdad y el Amor. Dios es Amor y el Amor produce armonía y felicidad continuas para cada una de sus manifestaciones. Si hiciera menos que esto, El mismo carecería de amor.

Explicando sucintamente la naturaleza y fuente de la felicidad, Mrs. Eddy nos dice: "La felicidad es espiritual, nacida de la Verdad y el Amor" (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 57). Busquémosla, pues, donde siempre se ha de encontrar, esto es, en la espiritualidad, las cualidades espirituales que la Verdad y el Amor siempre están impartiendo a cada manifestación individualizada del Ser.

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