Para muchas personas la felicidad es una especie de fuego fatuo, que aparece un momento y desaparece el otro, sin dejar la menor seguridad de que ha de volver o continuar. El poeta Tomás Gray dijo: "La felicidad vuela demasiado aprisa." Sin embargo, el deseo que todos tenemos de ser felices y de seguir siéndolo, ofrece un indicio de que la felicidad tiene su justo lugar en nuestra experiencia individual.
La felicidad coincide con el sentido espiritual y verdadero de la Vida, y no es posible hallarla fuera de él. Pero la humanidad, que en su mayor parte no se da cuenta del verdadero significado de la Vida, pierde el tiempo haciendo esfuerzos por encontrar la felicidad en las cosas materiales y temporales, en las relaciones humanas, en los propósitos egoístas, todos los cuales son transitorios, instables y, vistos a la luz de la Ciencia divina, irreales. Tales cosas jamás pueden proporcionar una felicidad duradera.
Una leyenda popular cuenta que había una vez un rey muy desdichado. Le informaron que entre sus súbditos había un aldeano humilde que siempre estaba contento. Dijéronle además que si lograra obtener y calzar los zapatos del aldeano, él también podría llegar a ser muy feliz. Buscaron con diligencia, y por fin encontraron al aldeano cantando mientras atendía a su faena. Los mensajeros del rey le comunicaron los deseos de su monarca de pedirle prestados los zapatos, por creer que motivaban su felicidad. Pero desgraciadamente el aldeano tuvo que contestarles que él no tenía zapatos.
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