Cuando encontré la Christian Science en 1930, acababa de perder a los tres miembros restantes de mi familia: madre, padre y hermana. Estaba desesperada y no podía hallar consuelo. Desolado y vacío me parecía el mundo, y pensaba suicidarme. Aunque vivía con cierto lujo, estaba llena de deudas. Mi vida era una incesante pesquisa de dinero. Nada de lo que yo emprendía salía con éxito.
En cuanto a mi salud, la situación era peor todavía. Ya había probado no solamente las medicinas de la escuela médica ordinaria sino también las que se conocen como curas o remedios naturales. Padecía de afección estomacal, insomnio y anginas; era neurótica y estaba muy flaca, y tenía que emplear laxativos a diario.
Entonces supe de la Christian Science e inmediatamente me dí cuenta de que yo misma era responsable de cuanto me pasaba, debido todo a mi modo de pensar erróneo. Tenía muchos defectos, entre ellos el que aparentemente me causó la enfermedad estomacal: mi resentimiento. No obstante que estaba usualmente de buen humor, resentía mucho cuando alguien se mostraba displicente hacia mí. Con esa amargura me envenené por muchos años.