Cuando encontré la Christian Science en 1930, acababa de perder a los tres miembros restantes de mi familia: madre, padre y hermana. Estaba desesperada y no podía hallar consuelo. Desolado y vacío me parecía el mundo, y pensaba suicidarme. Aunque vivía con cierto lujo, estaba llena de deudas. Mi vida era una incesante pesquisa de dinero. Nada de lo que yo emprendía salía con éxito.
En cuanto a mi salud, la situación era peor todavía. Ya había probado no solamente las medicinas de la escuela médica ordinaria sino también las que se conocen como curas o remedios naturales. Padecía de afección estomacal, insomnio y anginas; era neurótica y estaba muy flaca, y tenía que emplear laxativos a diario.
Entonces supe de la Christian Science e inmediatamente me dí cuenta de que yo misma era responsable de cuanto me pasaba, debido todo a mi modo de pensar erróneo. Tenía muchos defectos, entre ellos el que aparentemente me causó la enfermedad estomacal: mi resentimiento. No obstante que estaba usualmente de buen humor, resentía mucho cuando alguien se mostraba displicente hacia mí. Con esa amargura me envenené por muchos años.
Poco a poco me deshice de mis malas tendencias y la armonía comenzó a disipar los efectos del error. Me he sentido consolada en mis aflicciones y he aprendido que no existe la muerte en realidad. Sané de todas mis enfermedades y durante dieciocho años no he tomado ninguna medicina y he comido cuanto he apetecido.
Financieramente hablando, tengo todo lo que necesito, y hasta abundancia. Mi vida es bien ordenada, sin nada de insensatez con lujo falso. He encontrado la mayor felicidad y paz.
Cuando ya había emprendido el estudio de la Christian Science por cierto tiempo, sufrí una fractura complicada en una pierna y me disloqué un hueso de tobillo patinando en esquíes. Había descuidado disciplinar mis pensamientos, dejándome arrebatar del enojo con alguien que me trató con brusquedad. Por temor de quedar coja consentí que me pusieran un enyesado de vendaje; pero el temor persistió. Me ví pues obligada a leer “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy. Leí días enteros, y mientras leía no tenía temor. Me habían prescrito que conservara la máscara de enyesado por tres semanas. Pero al tercer día me la quité y empecé a andar aunque con dificultad al principio. Sin embargo, en poco tiempo ya andaba normalmente.
Lo que más se me dificultaba curar era mi resentimiento. Mientras no me sobrepuse a tal error, sufrí las consecuencias. La lectura del artículo “Amad a vuestros enemigos” que aparece en la página 8 de Miscellaneous Writings, por Mrs. Eddy, fué lo que me curó de ese defecto.
Mi gratitud hacia Mrs. Eddy no reconoce límites. Mediante la lectura de Ciencia y Salud yo salí del sepulcro en el que me habían enterrado los sentidos materiales. — París, Francia.
