Los muchos casos de oración que registran el Antiguo y el Nuevo Testamento demuestran que la oración nunca puede tomar forma fija o predeterminada, sino que brota al impulso de la necesidad o naturaleza de una situación actual y participa de las características del estado de consciencia que la impele. Es siempre una búsqueda sincera y activa del bien. Pero la meta y la calidad de la oración las determina el grado de percepción espiritual del que ora.
Por ejemplo, Saulo de Tarso, al entregarse de todo corazón a oponerse y perseguir a los cristianos, hacía lo que entonces consideraba la más alta forma de practicar el bien, por más equivocado que haya estado, y al hacerlo, debe haber orado activamente, debe haber abrigado sin reservas un deseo consagrado de servir a Dios; y es indudable que esa misma consagración lo hizo despertar a la percepción de Cristo y al conocimiento de Dios tal cual es. La sinceridad de su oración le ha de haber abierto los ojos a la luz verdadera, redimiendo así su concepto del bien. La oración genuina da por resultado la comprensión espiritual — real y efectiva — de Dios.
Desde el punto de vista de la Ciencia absoluta, la oración no es una actividad divina puesto que no forma parte de la naturaleza de Dios. El que es omnipotente, el que está por siempre consciente de Su propia supremacía, naturalmente que no puede orar porque nada tiene que pedir o que desear por incluir en Su propia infinitud el desenvolvimiento indefectiblemente progresivo de toda idea auténtica.
La oración es, pues, inherente a la humanidad. Es el método humano de allegarse a Dios. Desde este punto de vista sí que puede considerarse un acto divino, porque se fundamenta en el reconocimiento de que Dios es. Confiesa Su bondad y supremacía, y, cuando es sincera, implica el deseo humano de vivir y obrar de acuerdo con la naturaleza de Dios. Mary Baker Eddy dice a este respecto en su Message to The Mother Church (Mensaje a La Iglesia Madre) correspondiente a 1902 (pág. 6): “Toda fe, esperanza y oración cristianas, todo deseo ferviente ora virtualmente: Hazme la imagen y semejanza del Amor divino.”
El deseo es elemento esencial de la oración, dado que sin deseo de alguna especie no habría móvil. El deseo es germen de toda iniciativa. Hay que sentirlo a fin de estar alerta y activo y a la expectativa. Para toda meta digna de lograrse debe haber un activo deseo y la voluntad de que tal deseo se amolde y conforme al Principio divino que es Amor. El deseo presupone esa meta, y debe en consecuencia ser fuerte y constante para que tenga la devoción del pensamiento y la energía que llevan a la meta.
Si no se reconoce el hecho de que el deseo es un ingrediente de la oración, puede verse uno tentado a ahogarlo en vez de magnificarlo cuando, una vez depurado, el deseo debe no solamente cultivarse con asiduidad, sino acrecentarse en intensidad, ánimo y diversidad de formas o fases. Ejercitar activa y fervorosamente el deseo bien intencionado, y así proseguir espiritualizando nuestros pensamientos y acciones, es un paso necesario para progresar. Un deseo no es cosa de la que haya que prescindir, sino que hay que purificarlo y, en ese grado, se vuelve cada vez más vivo o activo.
Siendo así, el primer paso en toda oración debe ser el deseo, y deseo suficientemente intenso para impelernos a procurar su realización; mas este procurar no implica nada de voluntad humana, nada de fatigante ni de cuasi apremio o premura, sino el gozoso reconocimiento del hombre a semejanza de Dios que uno es en realidad, apreciando, apropriándonos y regocijándonos en las cualidades de su identidad verdadera y rechazando prontamente toda sugestión de que algo ni deseable ni semejanza al Cristo sea característico de la identidad del hombre. La oración verdadera es el aprovechamiento del gobierno y el poder benéficos de Dios. En su sencillez prístina significa reflejar la Mente divina.
La rectitud caracteriza toda oración verdadera, que consiste en buscar primera y exclusivamente el reino de Dios, la inspiración, el gobierno y la protección del Alma que libra de toda confusión, duda o decepción — creencias mesméricas de los sentidos materiales. En cierto sentido puede decirse que la oración verdadera lleva consigo la prenda o convicción de su cumplimiento, pues el mismo hecho de orar es reconocimiento del gobierno supremo de Dios. Tal oración reconoce que la Mente infinita y omnipresente necesariamente incluye todo lo bueno y que siempre está diciendo (Lucas 15:31): “Hijo, ... todas mis cosas son tuyas”— toda belleza, toda gracia, salud, fortaleza, libertad y dominio; todo gozo, toda felicidad, todas las ideas que constituyen compañía — en una palabra: todo lo que puede satisfacer. Luego a medida que uno acepte la infinitud como la Mente, que albergue al Amor divino y piense desde el punto de vista de que tal Amor es la Mente suya, tiene que experimentar la respuesta a su oración.
No puede haber ninguna impresión de carencia o de frustración cuando dejamos que el Amor divino se demuestre a sí mismo como nuestro ser y conocer consciente. La demostración del Amor divino y la oración auténtica son en realidad idénticas. Ambas constituyen una actividad puramente espiritual que se eleva por sobre la materia y el testimonio de los sentidos corporales. Así lo corrobora nuestra Guía en “No y Sí” cuando dice (pág. 39): “La oración no puede cambiar a Dios ni conformar Sus designios con los modos mortales; pero sí puede cambiar, y en efecto cambia, nuestros modos y nuestro sentido falso de la Vida, del Amor, y de la Verdad, elevándonos hacia El. Tal oración hace humilde, purifica y aviva la actividad en la dirección que no va desviada.” Y añade: “La oración verdadera no es pedir a Dios amor; es aprender a amar, y a incluir a todo el género humano en un sólo afecto. La oración es utilizar el amor con el cual El nos ama. La oración engendra el deseo vivo de ser bueno y hacer bien. Descubre a Dios de una manera nueva y científica así como Su bondad y poder. Nos muestra más claramente de lo que habíamos visto antes lo que ya tenemos y ya somos, y sobre todo, nos muestra lo que es Dios.”
Para alcanzar la cúspide de la oración debemos entrar en nuestro aposento como lo hacía Jesús; debemos morar en la presencia consciente del Altísimo a la que el mal no puede entrar. La cordura de ésto es obvia, ya que cuando se fundamenta en los sentidos materiales, la oración se inutiliza decayendo a mero deseo o querer personal. La oración contaminada de materialidad carece de incentivo verdadero y de respuesta efectiva. Si a uno se le dificulta orar ha de ser porque el templo del Espíritu Santo ha degenerado a cueva de ladrones — porque a la consciencia se han infiltrado clandestinamente la crítica despiadada, la envidia, los celos, la avaricia, el odio, la ira, la ambición egoísta, la complacencia o regodeo en pecados favoritos, o la pereza. Todo lo cual hay que desechar y rechazar a fin de restablecer la serenidad espiritual en la que moran y medran las ideas auténticas. Y cabe añadir aquí que una proporción considerable de la crítica, analizada cara a cara, puede fácilmente reconocerse que la infunde la envidia, los celos o algo semejante.
Nuestro libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras,” por Mrs. Eddy, nos da una vara de medir por la cual podemos determinar la naturaleza y sinceridad de nuestra oración. Pregunta si a causa de haber orado amamos mejor a nuestro prójimo, nos sentimos menos egoístas, más bondadosos y si mostramos nuestra sinceridad viviendo en consonancia con tal oración. El perdón verdadero es oración por cuanto ajusta nuestro modo de pensar a la Mente divina al grado de no admitir para uno mismo ni para el prójimo lo que no sea verídico ni cristiano. A efecto de que sea contestada, la oración debe participar en la naturaleza del Principio divino que es Amor. Reconciliarse uno con Dios y llevar a cabo el ministerior de la reconciliación es orar, y por supuesto que son una y la misma actividad, por expresar ambas el Amor divino.
Nuestro libro de texto indica que las oraciones de Jesús eran profundas declaraciones de la verdad — la verdad respecto al error y las verdades de la Verdad. Jesús nos amonesta que sea nuestro hablar sí, sí, y no, no, significando no sólo que afirmemos los hechos o realidades divinas, sino también que neguemos y rechacemos el error. El expuso la índole del error y lo trató decisiva y autoritativamente cuando dijo: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo,” añadiendo: “El ... no permaneció en la verdad, por cuanto no hay verdad en él” (Juan 8:44). Y en “la declaración científica del ser” que se halla en la página 468 de Ciencia y Salud, nuestra Guía comienza con la verdad respecto al error.
También cuando comenzó a fundar la Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”., ella se encaró y venció la misma renuencia a enfrentarse con el error y a desmentirlo que hoy procura tentarnos. En Retrospection and Introspection (págs. 37, 38) relata que no podía hacer que se imprimiera el libro de texto sino hasta que incluyó en él una denuncia de que la pretensión del error de que posee inteligencia y poder carecen de fundamento, y mostró la urgencia de que los cristianos demuestren tal carencia de poder.
La oración o práctica auténtica de la Christian Science — trabajo metafísico bien entendido — nunca pasa por alto el error, sino que lo trata como es debido desde el punto de partida básico de que Dios es Todo. Una constante disposición a percatarse del error únicamente lo suficiente para desmentirlo y anular sus pretensiones es oración — una oración que nuestro libro de texto recomienda y requiere de nosotros. Orar es ejercitar nuestra unión con Dios. Dicho de otro modo, es utilizar el poder divino que la Christian Science pone en nuestras manos.
La gratitud y el gozo son concomitantes de la oración. Sin ellos no hay oración verdadera. Al dar principio a su epístola a los Filipenses, Pablo, uno de los grandes cristianizadores, escribe (1:3, 4, 6): “Doy gracias a mi Dios, cada vez que me acuerdo de vosotros, siempre, en cada plegaria mía, haciendo súplica con gozo por todos vosotros, ... estando plenamente persuadido de esto mismo, que aquel que comenzó en vosotros la buena obra, la seguirá perfeccionando hasta el día de Jesu-Cristo.” Todo lo que cristiana y científicamente pueda considerarse como oración debe llevar consigo confianza en su eficacia. E incluye un divino estar a la expectativa — a la expectativa del bien. La duda no cabe en la oración verdadera. La oración sincera da lugar espontáneamente a la purificación o regeneración de la consciencia y del carácter, y por lo mismo a una experiencia humana más armoniosa.
No puede uno familiarizar su modo de pensar con la omnipresencia de la Mente divina sin manifestar más discreción y sensatez. No puede uno acostumbrar sus pensamientos a la eternalidad en que se desenvuelve la Vida y que excluye la historia mortal sin volverse menos susceptible de enfermar o de sufrir, sin ejemplificar más vitalidad, vivacidad, espontaneidad, poder espiritual — sin estar más despejadamente vivo en general.
Cuando uno reconoce y su pensar se habitúa al hecho de que el Amor divino es, una compasión más espontánea y universal. Entonces se vuelve más solícito y tierno, más imparcial y fervoroso en su amor desinteresado, ilustrando así lo ya citado de nuestra Guía: “La oración verdadera no es pedir a Dios amor; es aprender a amar, y a incluir a todo el género humano en un solo afecto.” Esta oración de amplio alcance y ejemplificación del Cristo y que incluye la doble actividad del Miguel de la pujanza y el Gabriel del amor espirituales, siempre está asequible como la única arma de defensa eficaz contra los ataques individuales y mundanales, y la única que lleva al triunfo espiritual y humano.
La actuación del Cristo en la consciencia individual es realmente oración, por ser la Verdad concerniéndose con las creencias carnales o mortales, corrigiéndolas, disipándolas y reemplazándolas. En realidad de verdad, toda tarea y cada tratamiento de la Christian Science es oración. La curación que efectúa la Christian Science, sea de una persona, de tirantez de relaciones, de negocios o de alguna situación mundial, es curación en respuesta a la oración. Es la verdad de Dios y del hombre, declarada y sostenida, que penetra en la niebla de la creencia material o mortal y despierta progresivamente la consciencia humana al hecho eterno y científico de que la Mente es única y de la perfección prístina del hombre como semejanza de Dios.
Sintetizando, orar es familiarizarse uno con Dios; porque así se da uno mejor cuenta y más habitualmente de la verdadera naturaleza y perfección inalterable de todo lo que existe, capacitándose de ese modo para tener dentro de sí la mente “que estaba también en Cristo Jesús.” Y no puede haber oración más eficaz que esta. En la Christian Science, la oración lleva a la comprensión espiritual de Dios que trae consigo inevitablemente un amor desinteresado.
