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Hace unos veinticinco años, cuando tomé...

Del número de enero de 1952 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace unos veinticinco años, cuando tomé en mis manos por primera vez un ejemplar de “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” por Mary Baker Eddy para ver el título, la palabra “salud” me llamó la atención y supuse que trataría de ejercicios calisténicos, dieta, etcétera. Me sorprendió bastante descubrir luego que el libro hablaba exclusivamente de Dios y de Sus hijos, entre los cuales sin duda que yo me contaba. Grande fué mi gozo cuando en mi propia experiencia observé que un grado de comprensión espiritual y correcto pensar, y confiando en Dios de todo corazón en vez de confiar en las medicinas y medios materiales, dió por resultado un buen estado de salud física. En todos los años que han seguido, la Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”. ha sido mi único médico.

Mi primera curación con la Ciencia fué de reumatismo crónico que se suponía había contraído en el Ejército Inglés durante la primer guerra mundial. Esa enfermedad dolorosa y baldante de la que sufría más cuando la temperatura era húmeda, cedió completa y permanentemente al tratamiento de la Christian Science.

Habiendo inmigrado en los Estados Unidos procedente de Inglaterra, yo encontré el calor de Nueva York demasiado penoso durante el verano y un día sufrí una grave postración rendido de calor. Pero logré llegar con trabajo al consultorio de un practicista. Dentro de unos veinte minutos de plática con él en la que me habló de Dios y Su bondad y de la verdadera naturaleza del hombre como su hijo, exento del mal y de los sufrimientos, tratándome luego en oración en silencio, salí de allí enteramente sano. También esta curación ha sido permanente, pues nunca desde entonces me ha trastornado el calor excesivo.

Un ejemplo destacado del poder de la Christian Science para sanar circunstancias inarmónicas e infelices, lo experimenté al volverme a Dios mentalmente en medio de las muchedumbres neoyorquinas que se vuelven toscas en las aglomeraciones y las prisas. Atestados una vez en un tren elevado en una apretura de lo que yo erróneamente juzgué “forasteros bruscos y vulgares,” me sentía tan agraviado e infeliz, tan abatido, miserable y nostálgico suspirando por los suburbios tranquilos de Inglaterra, que me ví constreñido a orar a Dios, anhelando me librara. En seguida recordé las palabras de un himno que habíamos cantado en una iglesia de la Christian Science la noche anterior, intitulado “Cristo, mi Refugio” (Poems, pág. 13):

“Padre, do Tus hijos están,
quiero vivir.”

Mi escaso conocimiento de la Christian Science susurró que esta gente que me rodeaba eran en realidad hijos de Dios mismo, por lo cual me hice eco de esa declaración: “Padre, do Tus hijo están, quiero vivir.” Inmediatamente dejé de resentir estar entre ellos y cesó mi incomodidad y mi nostalgia. Surgió de mis adentros una onda de amigabilidad — y ese fué el fín de mis molestias con las multitudes ávidas de llegar a su destino. Mi nueva actitud mental se reflejó en los que me rodeaban. Yo creo que esta curación indica el modo de acabar con la guerra, porque cuando todos aprendan a pensar de cada quien como enseña la Christian Science, ya no habrá más odio, ni resentimiento, ni enemistad, y en consecuencia habrá paz permanente por todo el mundo.

Después de un año aproximadamente de concurrir con regularidad a una iglesia, durante el cual comencé mi estudio diario de las Lecciones-Sermones del Cuaderno Trimestral de la Christian Science, me hice miembro de una de las filiales de La Iglesia Madre y aprendí a regocijarme sirviendo a tal filial. Cuando hube experimentado la bendición de pertenecer también a La Iglesia Madre, tuve en 1927 el privilegio inolvidable de recibir instrucción facultativa de uno de los primeros que estudiaron con nuestra Guía. Esa instrucción me plantó firme y permanentemente en la roca de la Verdad e hizo uniforme mi curso en la Christian Science; no ha cesado de bendecirme y de guiarme año tras año desde entonces. Las reuniones anuales de nuestra asociación estudiantil han sido asimismo una inspiración, un gozo y un ágape de Alma.

La Christian Science me ha curado, a veces con tratamiento de un practicista, a veces mediante mi propio tratamiento, de absceso dental, gripe, resfriados, dolores de cabeza, un grave desorden estomacal con visos de envenenamiento de ptomaina, un grave envenenamiento de un ojo y otros malestares. También fuí objeto de admirable protección contra todo daño en un accidente automovilístico. Todas estas curaciones fueron rápidas, requiriendo a lo sumo unos cuantos días, algunas fueron instantáneas y todas permanentes.

Agradezco profundamente la Christian Science, mis curaciones, y mi gozo de tomar parte en muchas actividades de nuestra Causa. Doy gracias a Dios, nuestro Padre-Madre, por Cristo Jesús, por nuestra amada Guía Mrs. Eddy, por el profesor que me instruyó facultativamente, y por los practicistas que me han ayudado y sanado.—

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