Cuando Mary Baker Eddy escribió su poema (Apacienta mis Ovejas —Poems, pág. 14) era pastora de La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, y emprendía la estupenda labor de fundar y dirigir la Causa de la Ciencia Cristiana. En toda esa tarea, ella se distinguió por la humildad y receptividad a la enseñanza que revela tal poesía, hoy adaptada para un himno muy querido. Sus palabras nos recuerdan con ternura que hay que confiar en la apacible guía del Amor divino si hemos de experimentar la libertad y armonía que acompañan la obediencia a la ley divina.
La regeneración que se lleva a cabo a resultas de la sumisión que exige el Amor divino, y de la renuncia a toda creencia en la entidad mortal, se describe en la segunda estrofa, que dice:
“Lo rebelde rendirás,
lo cruel herirás;
de su sueño al mundo habrás
Tú de despertar.”
Por más escabrosa que parezca la senda de quien deja las creencias materiales de la entidad mortal por la realidad espiritual del ser, se vuelve más fácil a medida que despierta “de su sueño” material, y demuestra mejor salud, más felicidad, mayor dominio. Empieza a comprender que tal reposo, apatía o inercia es un sueño, porque la materia carece de vida y de inteligencia.
Cierto estudiante de la Ciencia Cristiana solía pensar que este poema se refería a la mente carnal o mortal en general sin que fuera aplicable a él mismo, hasta que tuvo que habérselas con un problema de familia que parecía acarrear mucho sufrimiento tanto a él como a otros parientes. Al enfrentarse con su propio modo de pensar, advirtió que él estaba sujeto a ciertas fases de obstinación, voluntad y justificación propias sin que antes se hubiera dado cuenta de ello. Por lo cual reparó en la necesidad de “despertar al mundo ... de su sueño” en la mentalidad que él juzgaba como suya propia; y de que la voluntad humana cediera a la divina que, al ser omnipresente, siempre está en actividad bienhechora. Advirtió que estaba viendo el mal como una identidad y que persistía porfiadamente en rehusarse a ver el bien en los que él creía que lo habían perjudicado. Se dio cuenta de que debía desprenderse de su concepto de justificación personal y ceder ante el Cristo, la Verdad, la idea divina que es la única capaz de hacer que se rinda “lo rebelde” y de herir “lo cruel” de los corazones. Al captar así una nueva estimación de los valores espirituales, recordó lo que Pablo escribió a los Filipenses respecto a la obediencia (2:13): “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” Comprendió asimismo que no le incumbía reformar a las personas, sino verlas como realmente son en su identidad espiritual como ideas de Dios. Cediendo de ese modo a los propósitos del Amor divino, sin pensar en sí mismo, él pudo resolver las aparentes dificultades en completa armonía con todos los relacionados con el problema.
En su primer mensaje a La Iglesia Madre, que sus primeros seguidores habían edificado con tanto amor y sacrificio, nuestra Guía dijo que lo que más urgía a la humanidad era amar más, e indicó tres puntos cardinales que hay que ganar antes de que el género humano quede regenerado y la Christian Science demostrada. He aquí esos puntos que ella enumeró (Miscellaneous Writings, pág. 107): “(1) Un concepto correcto de lo que es el pecado; (2) el arrepentimiento; (3) la comprensión de lo que es el bien.” En cuanto al arrepentimiento, dijo: “Sin el reconocimiento de sus pecados, y sin un arrepentimiento tan severo que los destruya, nadie es o puede ser un Científico Cristiano.”
Palabras enérgicas, tratándose del pequeño grupo de aquellos trabajadores consagrados que han de haber estado bajo la impresión de que habían logrado una gran demostración a pesar de la hostilidad y el abuso de que eran objeto. Habían construido y pagado el costo de su Iglesia Madre con mucha oración y sacrificio, pero en vez de dejarlos satisfechos con ese logro, nuestra Guía los llamaba a mayores hazañas espirituales, elevando sus pensamientos más allá del edificio material a “una casa no hecha de manos, eterna en los cielos.” Les señalaba la responsabilidad que tenían como Científicos Cristianos de demostrar en sus propias vidas el cristianismo científico en que se cimentaba su Iglesia. Ella sabía que, para bien de ellos mismos y de la Causa a la que se habían consagrado, debían continuar la tarea de su propia regeneración. ¡Y qué importante es tal advertencia hoy en nuestro mundo moderno, con sus fáciles modos de vida, su laxitud en lo moral y en los modales!
Cuán a menudo, al tratar de resolver algún problema, no acertamos con la solución sino hasta que reconocemos y nos sobreponemos a alguna forma de obstinación o intransigencia que nos impedía la demostración. Quizá confiábamos en la materia o en tal o cual persona como la fuente de nuestra fortaleza, nuestra felicidad o seguridad. O tal vez la justificación propia, con su orgullo de supuesta superioridad espiritual nos cegaba a lo bueno que debíamos reconocer en nuestro prójimo. Sea cual fuere la forma que adopte la falsa impresión de la entidad mortal, el Cristo, la Verdad, está siempre presente y listo para exponer y destruir el error y para despertarnos del sueño de creer en una identidad independiente de Dios. Cuando somos lo suficientemente humildes y educables como para reconocer el error en nuestro modo de pensar, somos en esa proporción fuertes para probar que tal error no forma parte del hombre. La comprensión del Cristo, la identidad espiritual y real del hombre, destruye los rasgos falsos de carácter y los reemplaza con cualidades derivadas de Dios tales como la humildad, la disposición a perdonar, el amor y la buena voluntad.
Una actitud humilde y educable hacia Dios, nuestro Pastor, nos capacita para recibir la verdad del ser espiritual del hombre y que esta Ciencia desenvuelve siempre. Dijo Cristo Jesús (Juan 10:27): “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen.” La consciencia humana tenta a la guía de Dios y deseosa de que se la corrija, puede discernir lo que no es semejante al Cristo y cuenta con la fuerza espiritual necesaria para repudiar y superar las creencias falsas. También dijo el Maestro: “Nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.” Esta maravillosa declaración de la unión del hombre y de su Padre-Madre Dios actúa como ley que guía, protege y preserva a todos los que la comprenden.
Un significado de arrepentirse es “cambiar de modo de pensar.” Solo un cambio efectivo en nuestros pensamientos de lo mortal a lo inmortal, de lo material a lo espiritual, puede resultar en el arrepentimiento que indicó nuestra Guía en el pasaje citado anteriormente: “Sin el reconocimiento de sus pecados, y sin un arrepentimiento tan severo que los destruya, nadie es ni puede ser un Científico Cristiano.” El arrepentimiento adquiere un nuevo significado cuando se comprende que es esencial a fin de progresar espiritualmente. La meta de la perfección espiritual siempre se revela al honesto buscador la Verdad. El despertamiento del sueño de la materialidad trae consigo curación y una consciencia más clara y elevada de la salud, del dominio mediante el cual está uno espiritualmente alerta, de la dignidad que vence la sensación mortal de condenación de uno mismo y de la culpa.
Cuando la rectitud ilumina la consciencia humana siempre trae salud, la luz radiante de la pureza espiritual y paz. A la luz del perpetuo desarrollo de la Verdad huye toda justificación propia o condenación de uno mismo, porque el que es nacido de nuevo del Espíritu refleja humildad, abnegación y mansedumbre. Entonces el egocentrismo cede su lugar a la comprensión de uno mismo como hijo de Dios.
Cuando nuestra Guía dio al mundo la revelación de la Ciencia divina, le proveyó la verdad absoluta de cuanto constituye el ser espiritual. Y más aún, en sus escritos ella muestra cómo aplicar la Ciencia Cristiana a la conducta humana a efecto de que la humanidad se redima de las creencias de pecado, de enfermedad y muerte. A menos que nuestras vidas evidencien una regeneración espiritual, no estamos practicando las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Que existe tal evidencia, lo prueba la incesante corriente de testimonios que atestiguan cambios de vida tanto en lo moral como en la salud. Aumenta de continuo el número de Científicos Cristianos que aprenden el significado verdadero y el valor espiritual del arrepentimiento, tal como lo ordenó la Sra. Eddy a los primeros seguidores. La Ciencia Cristiana hace posible que enfermos y pecadores abandonen la flaqueza humana que les trae su propia condenación y el temor al castigo y que repudien en sus pensamientos todo lo que sea desemejante al Cristo, el ideal de Dios. Al reclamar como suya la herencia de los hijos e hijas de Dios, gozan de mejor salud, manifiestan amor más desinteresado y experimentan la paz segura de su comprensión espiritual.
En su libro La Unidad del Bien, pág. 6, encontramos estas palabras fortalecedoras de nuestra Guía: “Tarde o temprano, toda la raza humana aprenderá que a medida que el ego inmaculado de Dios sea comprendido, la naturaleza humana será renovada, el hombre adquirirá una individualidad más elevada derivada de Dios, y la redención de los mortales del pecado, la enfermedad y la muerte será establecida sobre cimientos eternos.”