Entre los adeptos del Maestro se conoce a Juan por el discípulo amado, y sus palabras y su vida indican por qué era el amado. Sentado a los pies de Jesús, él percibió tal vez más claro que los otros la cualidad intrínseca del Cristo según lo demostró Jesús en su vida y en sus obras. Juan debe haber visto que el Amor divino era el móvil del Maestro en cuanto dijo e hizo. Parece que comprendió la verdad fundamental que Jesús expresaba en sus enseñanzas, y él mismo debe haber vivido ese Amor en cierto grado, pues escribió (I Juan 4:11–16): “Amados míos, si de tal manera nos amó Dios a nosotros, nosotros también debemos amarnos los unos a los otros. Nadie vió jamás a Dios; pero si nos amamos los unos a los otros, Dios mora en nosotros, y su amor es consumado en nosotros. ... Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene hacia nosotros. Dios es amor; y el que habita en el amor, habita en Dios y Dios habita en él.”
Cuando apareció a Mary Baker Eddy la revelación del prometido Consolador, o Cristo, el mismo amor que caracterizaba la vida y la misión de Cristo Jesús y sus discípulos, encontró su plena expresión en el pensar de ella y fué la fuerza espiritualmente móvil que la indujo a dar a la humanidad la revelación de la verdad del ser y a asentarla en el libro de texto, “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras.”
Hablando del Amor en Miscellaneous Writings (Escritos Diversos, págs. 249, 250), dice Mrs. Eddy: “¡Qué vocablo! Pasmada estoy ante él. ¡Sobre qué mundos de los mundos se extiende su esfera de acción y es soberano! El inderivado, el incomparable, el Todo infinito del bien, el único Dios, es Amor.”
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