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Hablad como hijos de Dios

Del número de julio de 1953 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El viejo refrán: “La palabra es de plata, el silencio es de oro,” no siempre resulta cierto. Hay veces en las que la palabra puede ser áureo medio que sirva para revelar el reino de Dios a los que lo que más necesiten es saber que se halla asequible constante e instantáneamente para los hombres y las naciones.

¿Estamos utilizando la palabra como arma eficaz en la lucha por contener la aparentemente furiosa embestida del error? ¿Estamos hablando para despertar a los indiferentes, los incultos o los aturdidos a fin de que conozcan la omnipresencia de Dios, la Verdad? ¿Estamos empleando las palabras como activos mensajeros que lleven a los otros la comprensión de que Dios derrama imparcialmente para todos Sus bendiciones de amor, salud, seguridad, libertad?

Si hemos de ser portadores eficientes de la Palabra que cura, primero hay que atender a las instrucciones de nuestra Guía, Mary Baker Eddy, que dice en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 117): “Dios es Espíritu; por tanto el lenguaje del Espíritu tiene que ser, y es, espiritual.” Y añade en el mismo párrafo: “El lenguaje esencial de Dios se menciona en el último capítulo del Evangelio de San Marcos como la nueva lengua, el significado espiritual de la cual se logra mediante ‘las señales que la acompañan.’ ”

De más está indicar que a efecto de que la palabra cure, primero hay que estudiar, meditar y comprender espiritualmente que Dios es Espíritu, Mente, Alma, Amor, Principio, Verdad y Vida, y que el hombre es Su imagen. A veces parece difícil expresar la idea que sana en palabras que entiendan fácilmente los que no estén acostumbrados a pensar espiritualmente. En la página 349 de Ciencia y Salud explica Mrs. Eddy: “La dificultad principal para transmitir las enseñanzas de la Ciencia divina al pensamiento humano con exactitud consiste en que el inglés, lo mismo que todos los demás idiomas, es inadecuado para la expresión de conceptos y proposiciones espirituales, porque uno se ve obligado a usar términos materiales al tratar de ideas espirituales.”

No obstante, es imperioso y posible que cada Científico Cristiano hable respecto a las ideas espirituales, lo cual puede hacer entendiendo su identidad verdadera como reflejo de Dios, Mente. Dios, Alma, constituye el Todo del bien. Dios, Mente, es la fuente de todo conocimiento verdadero. Por tanto, en realidad no hay otro conocimiento que el conocimiento del bien, y éste se halla siempre asequible al hombre. Si percibimos aunque sea levemente la riqueza de esta herencia divina, no podemos carecer de la habilidad para impartir mediante la palabra algún conocimiento de las ilimitadas bendiciones del Amor divino. Los maestros de Christian Science, los conferenciantes y practicistas usan hábilmente palabras para dilucidar las verdades del ser espiritual a los que escuchen con avidez, y también nosotros podemos aprender a articular la expresión de nuestra comprensión de Dios en bien de los demás. Pero a ésto debe preceder un deseo vivo y activo dentro de nosotros de compartir lo que poseemos.

A los Científicos Cristianos les gusta hablar de Dios con otros Científicos Cristianos, pero ¿no descuidan frecuentemente la oportunidad de compartir con los que no sepan de la verdad del ser su comprensión de lo que es Dios? ¿Les repugna a los hombres hablar de Dios, origen de todo bien, su única protección y sola seguridad de vida eterna? ¡Cuántos días pasan a menudo sin que se diga nada respecto a Dios, como no sea en la iglesia y en los círculos de la familia! Si todo creyente en Dios hiciera siquiera una mención de Dios cada día significando Su amor y Su poder, ¡cómo cambiaría el mundo!

Muchos de nuestros progenitores en los Estados Unidos, y los vigorosos pensadores sensatos de todas las naciones, nunca vacilaban en hablar libremente de Dios, de reconocer Su sabiduría omnipresente, de pensar y hablar constantemente de que confiaban en que los guiara y los protegiera amorosamente. Eso dió por resultado que Dios realmente los guiara, escudándolos y librándolos de circunstancias aparentemente irremediables.

Es del todo probable que no exista situación actual, por crítica que parezca, que no sea muy análoga a alguna otra que registre la historia. ¿Cómo esperar mejorar las situaciones contemporáneas mediante aquello de que hablamos? El salmista fijó un precedente cuando dijo (Salmo 77:11, 12): “Acordaréme de las obras [del Señor]: sí, haré yo memoria de tus maravillas antiguas. Y meditaré en tus obras, y hablaré de tus hechos.” Felizmente, podemos imitarlo. La Biblia está repleta de ejemplos en los que Dios guió y mostró su gracia que salva, de ocasiones en las que probó que Su amor es inagotable, Su poder omnipotente.

Aunque muchos de los relatos bíblicos, tales como el de José en la cisterna, el de los hijos de Israel ante el Mar Rojo, el de Josué en Jericó y el de Daniel en el foso de los leones, son bastante conocidos entre la mayor parte de la gente, relativamente pocos los reconocen como situaciones no más críticas que muchas de las que ahora ocurren. Recordándoselas a los que hoy temen lo que pasa y asegurándoles que esa misma ayuda divina se encuentra aún asequible puesto que el poder de Dios no se altera ni desaparece de la tierra, mucho podemos hacer por apaciguar su temor y robustecer su confianza en la protección del Amor. Por supuesto que no es preciso concretarnos a nafrar los casos más conocidos en los que Dios ha cuidado de Su pueblo, dado que hay en el Antiguo Testamento y en el Nuevo otros muchos casos interesantes de sucesos que emocionan cuando se consideran a la luz de la Christian Science, y que pueden relatarse para que nuestros contemporáneos comprendan y confíen en el bien inagotable de que disfrutan los que confían en Dios y a El se encomiendan.

Perennemente frescas y vivificantes son las palabras de consuelo y curación que Jesús profirió y todavía brotan de los libros del Nuevo Testamento, como aguas puras de una fuente eterna. No hay que desperdiciar ni una sola oportunidad de alentarnos y alentar a otros con la clara comprensión del eterno dominio de la Mente, porque a medida que se robustece esa comprensión de la omnipotencia del Espíritu, desaloja la creencia en el poder del mal. Cuando nuestra conversación contribuye a destruir el archienemigo que es el temor, hablamos en la lengua nueva.

Si como lo hacía David, meditamos en la obra de Dios y hablamos de lo que hace, no nos limitaremos a recontar Su bondad hacia los de antaño, sino que hablaremos de curaciones y otras demostraciones que forman parte de nuestra propia experiencia. ¿Que Científico Cristiano no ha sentido la pujanza con que brotan su gratitud y gozo cuando la verdad victoriosa ha reducido a la nada alguna creencia que lo abrumaba? Esa gratitud puede ser el punto de partida para el relato sencillo y honrado de algún caso específico que ilustre la asequibilidad de todo lo bueno a toda hora y para toda la gente.

A menudo oímos decir: “No hay palabras capaces de expresar mi gratitud por la Christian Science.” Ciertamente que las palabras son incapaces de expresar toda nuestra gratitud por la gracia inexhaustible de Dios, pero ¿no son nuestras palabras símbolo eficaz mediante el cual podamos impartir alguna idea de lo profundamente agradecidos que estamos? El corazón que así rebosa en alabanza, ciertamente que ha de hallar palabras apropiadas para indicarlo. También nos gusta recurrir a la expresión: “Los hechos hablan más que las palabras.” Pero cuando hacemos uso de las palabras a efecto de compartir con los demás la comprensión espiritual que cura, ¿no se vuelven hechos tales palabras? Cristo Jesús habló— y la tentación cesó, los enfermos sanaron, los muertos dejaron de estarlo para volver a la vida.

Proferidas con claridad, las verdades espirituales pueden hacer las veces de fuerte báculo en que se apoye alguien que necesite precisamente ese apoyo, o pueden constituir la primera vislumbre de la luz benigna del Alma para quien no comprenda aún que Dios es el que gobierna el universo, su Principio regulador. Un deseo verdadero y profundo de compartir en provecho de los otros el conocimiento que uno tenga de nuestro Padre-Madre celestial, ha de vencer cualquier sensación de reticencia personal al hablar de cosas sagradas. La verdad espiritual siempre está en actividad, siempre habla, aunque no todos los hombres estén todavía despiertos para escucharla.

Mediante nuestro conocimiento de las enseñanzas de la Ciencia divina, nos es dado demostrar que el hombre es reflejo de la Verdad. Mostrémonos ávidos de cumplir con las palabras de Cristo Jesús: “Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís al oído, pregonadlo desde los terrados” (Mateo 10: 27). ¿Hay mayor satisfacción que la de llevar el mensaje del Amor a los menesterosos, a los cargados y afligidos del mundo? Y es bueno tener siempre presente que el mundo comienza a nuestra propia puerta y aún dentro de nuestra casa. Muy cerca de nosotros puede haber alguien que, aunque desee una existencia mejor que la que hoy tenga, crea que no hay escapatoria del yermo a la intemperie de la vida material. Siempre que alguno halla salida de la creencia en la realidad de la materia y se percata de que mora hoy y eternamente en el reino espiritual de la consciencia divina, eso prueba que ha oído el idioma de la nueva lengua.

La Biblia contiene instrucciones definitivas respecto al lenguaje. Uno de los muchos casos está en la epístola de Pablo a los Colosenses en la que amonesta (4:6): “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal; para que sepáis cómo os conviene responder a cada uno.” Hablar con gracia es hablar amable y cortésmente; el lenguaje sazonado con sal es picantemente saleroso — mentalmente estimulante, vibrantemente significativo — aviva la atención. No es el mucho hablar, sino el cuerdo discurrir lo esencial que hay que recordar. Un pensamiento cristiano se expresa mejor como Jesús lo expresaba, sin pretensión ni verbosidad.

Las palabras son muy potentes para bien y a veces parecen serlo para mal. Pueden ser insensatas, vanas, dañinas, mentirosas, malvadas, o pueden ser inspiradoras, sabias, convincentes, portadoras de gozo o de magnanimidad, y rectas. Hay que escoger palabras con algo de cuidado hasta en una conversación casual, porque evocan ideas en el que las escuche y refuerzan el pensamiento del que las profiera. Las palabras positivas y gozosas que se fundamentan en una comprensión espiritual de su significado según lo revela la Christian Science, reemplazan los conceptos negativos, desalentadores, melancólicos, sirviendo así de paso vigoroso hacia la curación de los errores en uno mismo o en los demás.

Y hay que acordarnos de que no sólo con la voz nos comunicamos con nuestros semejantes. Hablar de que confiamos en Dios no convence a nadie si nuestros rostros expresan temor, pena o preocupación. Nuestras caras deben hablar de gozo, y nuestros pensamientos deben reflejar nuestra confianza en que la Verdad inviolable gobierna la existencia real del hombre.

Pregunta un himno del Himnario de la Christian Science (No. 82):

¿ Cómo obrar la obra de Dios
que prospere más y más
la unión de todos, a Su voz,
bajo el Príncipe de Paz?

Ciertamente que es claro nuestro deber para con Dios y Su universo. Podemos pensar con la lógica, el amor y la sabiduría innatos al hombre como reflejo de la Mente divina. Podemos seguir adelante seguros de que el Principio divino gobierna al hombre. Podemos hablar de lo que sabemos, por nuestro estudio y demostración de la Christian Science, que es la realidad; podemos emplear palabras a fin de consolar, fortalecer y curar. En la medida en que hablemos como el reflejo de Dios, contribuiremos a que llegue el día en el que cada uno entienda el lugar que ocupa en el reino espiritual y verdadero. No precisa que esté lejano ese día. Dice Mrs. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 354): “La noche de la materialidad está muy avanzada, y al amanecer la Verdad despertará a los hombres espiritualmente, para que oigan y hablen la nueva lengua.”

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