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Hace más de veinte años que me hallaba...

Del número de julio de 1953 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace más de veinte años que me hallaba enferma y al cuidado constante de los médicos hasta que por fin me desahuciaron. Uno de mis amigos me dijo que no era necesario morir, porque Dios podía curarme. Sus palabras fueron una sorpresa para mí, y yo le pregunté qué tenía que hacer para conocer a Dios. Me ofreció traerme el libro de texto de la Christian Science, Ciencia y Salud, por Mrs. Eddy, lo cual acepté agradecida. Inmediatamente que me lo trajo comencé a leerlo, y me impresionó que no contuviera ni una palabra ruda o áspera. Quedaron vencidos mis pensamientos de temor y de resentimiento, y me advino una gran sensación de desahogo.

Una mañana, después de haber estudiado cuatro de los capítulos, me sentía tan sana y feliz que me vestí y le dije a mi padre que ya me sentía suficientemente fuerte para encargarme otra vez de los quehaceres domésticos. El se puso atónito al verme, pero la ansiedad que sentía por mi salud desapareció en pocas semanas, cuando vió que yo estaba realmente fuerte para trabajar. Algunos de mis amigos se sorprendieron tanto de que sanara que empezaron a estudiar la Ciencia y se volvieron Científicos Cristianos.

Agradezco profundamente que la Ciencia haya advenido a mi vida. Encontré la manera de conocer a Dios y de vencer defectos de carácter tales como la complacencia de uno mismo, voluntariedad, odio, envidia, iracundia. Sané del duelo que sentía cuando falleció mi padre; de un serio ataque de paludismo sané con un solo tratamiento; de fiebre tifoidea sané en una semana; de ictericia sané sin haber interrumpido mis quehaceres diarios y de todos los efectos de accidentes, quemaduras y resfriados sané gracias a mi conocimiento de que el Amor divino cura toda enfermedad.

Durante la última guerra mundial me protegió mi comprensión de la paz de Dios. Una noche mi familia me avisó que no podía ir a casa porque el enemigo había cercado el barrio en que vivía yo. Les dije que, a pesar de eso, iba a procurar llegar a mi casa. Fui a preguntarle a uno de los sentinelas en guardia si podía pasar. Me negó el paso y dijo que tenía órdenes terminantes de disparar contra los que desobedecieran. Hice la misma pregunta a otros dos sentinelas y me contestaron lo mismo. Entonces me fijé en que no había atendido a mi trabajo espiritual con suficiente intensidad, y oré pidiendo se me guiara. Me advino una paz intensa.

Regresé a ver al primer sentinela y le pregunté otra vez lo mismo. En esta vez se mostró más amable y me dijo que fuera a ver al comandante, indicándome en dónde estaba su despacho. Fuí a verlo. El comandante se encolerizó mucho. Me dijo que era impertinente me le presentara tan a deshora de la prima noche y que me era imposible ir a casa porque los soldados tenían órdenes estrictas de disparar contra quienquiera que transitara por las calles esa noche. Mi paz profunda no me había dejado, e inmediatamente cambió de actitud el comandante. “Dígame dónde queda su casa,” me dijo, “voy a acompañarla con mi proyector eléctrico.” Y así lo hizo. Al entrar en mi casa sentí inmensa gratitud por el amor de Dios al hombre.

Agradezco inacabablemente a los practicistas que me hayan aclarado tan pacientemente cómo vencer mis defectos. Ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial es para mí una bendición. La instrucción facultativa y la asociación anual de los así instruidos infunden inspiración y esclarecimiento para servir en la iglesia y en nuestros esfuerzos por ayudar a los demás, lo cual agradezco humildemente. A Mrs. Eddy le debemos reverencia devota por su consagración amorosa que la impelió a fundar la Causa de la Christian Science.—

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