Hace más de veinte años que me hallaba enferma y al cuidado constante de los médicos hasta que por fin me desahuciaron. Uno de mis amigos me dijo que no era necesario morir, porque Dios podía curarme. Sus palabras fueron una sorpresa para mí, y yo le pregunté qué tenía que hacer para conocer a Dios. Me ofreció traerme el libro de texto de la Christian Science, Ciencia y Salud, por Mrs. Eddy, lo cual acepté agradecida. Inmediatamente que me lo trajo comencé a leerlo, y me impresionó que no contuviera ni una palabra ruda o áspera. Quedaron vencidos mis pensamientos de temor y de resentimiento, y me advino una gran sensación de desahogo.
Una mañana, después de haber estudiado cuatro de los capítulos, me sentía tan sana y feliz que me vestí y le dije a mi padre que ya me sentía suficientemente fuerte para encargarme otra vez de los quehaceres domésticos. El se puso atónito al verme, pero la ansiedad que sentía por mi salud desapareció en pocas semanas, cuando vió que yo estaba realmente fuerte para trabajar. Algunos de mis amigos se sorprendieron tanto de que sanara que empezaron a estudiar la Ciencia y se volvieron Científicos Cristianos.
Agradezco profundamente que la Ciencia haya advenido a mi vida. Encontré la manera de conocer a Dios y de vencer defectos de carácter tales como la complacencia de uno mismo, voluntariedad, odio, envidia, iracundia. Sané del duelo que sentía cuando falleció mi padre; de un serio ataque de paludismo sané con un solo tratamiento; de fiebre tifoidea sané en una semana; de ictericia sané sin haber interrumpido mis quehaceres diarios y de todos los efectos de accidentes, quemaduras y resfriados sané gracias a mi conocimiento de que el Amor divino cura toda enfermedad.
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