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La creación que aparece

Del número de julio de 1953 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¡Cuan esclarecientes son estas palabras de Mary Baker Eddy en “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras” (pág. 507 ): “La creación está siempre apareciendo, y tiene que seguir apareciendo perpetuamente debido a la naturaleza de su fuente inagotable!” Todo lo que es verdadero es creación de Dios que aparece o se pone de manifiesto, porque Dios se manifiesta perpetuamente en Su creación. Luego lo que llamamos demostración no es algo que nosotros obramos o hacemos que aparezca mediante nuestro trabajo mental; es mucho más: Es la creación de Dios que aparece; es la evidencia de que Dios se manifiesta en Su expresión y mediante ella. Es lo que siempre se pone de manifiesto a los sentidos espirituales, a la consciencia iluminada por la fe y la comprensión. Esta gloriosa percepción en la Christian ScienceNombre que Mary Baker Eddy dió a su descubrimiento (pronunciado Crischan Sáiens). La traducción literal de estas dos palabras es “Ciencia Cristiana”. de que Dios obra con nosotros, de que se revela El mismo y Sus manifestaciones infinitas, es en verdad Emmanuel o “Dios con nosotros.”

En el pasaje de Ciencia y Salud al comenzar este artículo, Mrs. Eddy indica que la creación “tiene que seguir apareciendo.” Por lo tanto, como Científicos Cristianos, no hay que temer lo futuro ni que albergar malos presentimientos de lo que nos reserve, sino que habrá que enfrentárnosle confiando en la Verdad con valor, esperanza, fe y amor, sabiendo, como sabemos, que lo único que puede realmente suceder es que aparezca la creación de Dios.

Lo llamado tiempo y espacio físico son creencias que existen sólo en la supuesta mente mortal. Las ideas de Dios no necesitan años para aparecer; sólo se requiere visión, percepción, porque Sus ideas ya están aquí y ahora, siendo los únicos hechos de la creación. En el reino de Dios siempre es hoy y siempre es aquí también. Las ideas de Dios no se limitan a tal o cual sitio o lugar; siempre están donde está el hijo de Dios. Cristo Jesús, nuestro Ejemplificador del camino, dijo a sus discípulos (Juan 4:35): “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, que ya están blancos para la siega.”

Las ideas divinas se nos vuelven más claras y tangibles a medida que la luz de la Christian Science, la Ciencia de todo lo que realmente es, disipa espontáneamente las sombras del sueño de Adán. Otro hecho glorioso es que no podemos perturbar la armonía de Dios o de Su reino. Lo que los mortales parecen experimentar, sea pecado, enfermedad, sufrimiento, carencia, discordancia, ignorancia, oposición o cualquiera de las afirmaciones o pretensiones de la mente mortal, nunca trastorna la armonía de Dios ni la realidad y armonía de Su creación. Leemos en el Eclesiastés (3:14, 15): “He entendido que todo lo que Dios hace, eso será perpetuo: ... no se [le] añadirá, ni de ello se disminuirá; y hácelo Dios, para que delante de él teman los hombres. Aquello que fué, ya es: y lo que ha de ser, fué ya; y Dios restaura lo que pasó.” La obra de Dios — Su creación — permanece, siempre ha permanecido y siempre permanecerá. Podemos y debemos abandonar la creencia en un pasado en el que el mal parecía causativo y reclamaba lugar y poder, porque una causa supuesta e irreal nunca ha producido ni puede producir ningún efecto real.

Es probable que todos admitamos ésto téoricamente; pero ¿nos damos cuenta de lo que implica este hecho? ¿Nos damos cuenta de que exige que nosotros individualmente dejemos de creer que existe causa para que estemos en desazón, enfermos, infelices, enojados, temerosos, desalentados o inconscientes de la Verdad? Ni una sola de esas condiciones inarmónicas de las que todos anhelamos librarnos es una manifestación del Principio; Dios ni ha creado ni sostiene ninguna de ellas; y por lo tanto, ninguna está incluida en el ser verdadero del hombre.

Tenemos que aceptar individualmente nuestra exención de toda discordancia y probar tal exención en una vida consagrada a Dios. En realidad nunca hay razón para que exista el mal en ninguna forma en la creación de Dios. Entonces, aprendamos a morar aceptando como válida la presencia divina que llena todo el espacio y excluye la posibilidad de cualquier clase de mal. Dejemos de buscar excusa alguna para lo que sea menos que la perfección, menos que la manifestación de Dios, y probemos con humildad y gratitud que somos lo que la manifestación de Dios no puede dejar de ser. Ciertamente que ésto exige vigilancia-y oración — vigilancia de nuestros pensamientos, concediendo lugar en nuestra consciencia únicamente a lo que Dios nos diga; pero con la ayuda de Dios, podemos hacerlo así.

Nuestra contemplación de la creación de Dios que aparece no significa que podamos cerrar nuestros ojos y oídos a lo que el mal reclame; es antes bien el toque de llamada para que estemos despiertos y alerta, disipando activamente la falsa creencia que se nos presente y substituyéndola con la idea espiritual correspondiente. Todo mal, todo error es el resultado de la creencia en un poder aparte del de Dios, en una creación además de Su creación, y es esta creencia falsa la que necesita perdón tanto de lo que pretende ser en sí como de su efecto consiguiente. El perdón de Dios es la destrucción de toda falsa creencia mediante la comprensión de Su bendita presencia y de que El es todo y lo abarca todo. Perdonar es aprender a ser lo que no requiere perdón: el hombre creado por Dios.

Nunca podemos vigilar nuestros pensamientos más de lo necesario ni demasiado estrechamente. Si nuestro modo de pensar se basa en el hecho de que Dios es todo y de que Su creación sigue apareciendo eternamente, nuestras vidas se volverán cada vez más una ejemplificación de los hechos que constituyen el ser, una manifestación de la Mente única, porque las grandes aptitudes o facultades del ser se desenvolverán en nosotros, capacitándonos para elevarnos por encima de todas las falsas sugestiones de la mente carnal. Estas facultades del ser Dios las crea; en consecuencia, están dotadas de todo el poder de la Verdad, de todo el poder y la permanencia de la realidad.

Mrs. Eddy explica en Ciencia y Salud que Adán dió nombres a sus propias creaciones que él soñaba y que las llamó creaciones de Dios. Pecado, muerte, sufrimiento, discordancia — en una palabra, todo error — son creaciones en el sueño de la mente mortal. Cuando llamamos verdaderos tales sueños, les concedemos virtualmente poder y permanencia, poder para que nos perjudiquen y esclavicen a nosotros mismos y a nuestros semejantes. Los nombres que les damos indican lo que creemos que el mal es capaz de hacer o producir. Todas las maquinaciones del mal, vistas a esta luz, resultan los efectos de un sueño irreal, impotente y engañoso, engañoso de sí mismo únicamente. El reconocimiento de que todo mal es parte del sueño de una mente y de un ser independientes de Dios puede requerir a veces enérgicas luchas contra el viejo Adán, el concepto de que el hombre es material; pero Dios nos habilita para prevalecer haciéndonos expresar la sabiduría, capacidad, fuerza y consagración innatas a Su expresión.

Cuando aprendemos a conocernos a nosotros mismos como la creación de Dios y anhelamos pobrarlo así con Su ayuda, comenzamos a ver y entender que ésto implica el mismo reconocimiento respecto a cada uno de los que abarque nuestro estado de consciencia. Si dejamos de reconocer el verdadero ser de ellos, entonces negamos virtualmente que nuestro propio ser sea el reflejo de Dios, porque el reflejo de Dios no puede dejar de estar consciente de lo que Dios está consciente. Leemos en el cuarto Artículo de Fe de la Christian Science (Ciencia y Salud, pág. 497): “Reconocemos la expiación de Jesús como el testimonio del divino Amor eficaz, revelando la unidad del hombre con Dios por medio de Cristo Jesús, el Mostrador del camino.” Aquí la palabra hombre se refiere no sólo a la verdadera individualidad de quien lea este Artículo de Fe o lo escuche, sino a la de todos los hombres. Encuentran los Científicos Cristianos que a medida que la gloria divina se ve más real, más tangible, les disipa toda apariencia del mal que pretenda esconder o destruir al hombre, la manifestación de Dios, como sucedía en tiempos de Moisés, pues leemos (Exodo 24:17): “La [aparición] déla gloria de Jehová era como un fuego devorador sobre la cumbre del monte, a los ojos de los hijos de Israel.”

En la medida en que mejor se entienda y más se acepte de todo corazón el hecho de que “la creación está siempre apareciendo, y tiene que seguir apareciendo perpetuamente debido a la naturaleza de su fuente inagotable,” vemos que ofrece la solución de todo problema o dificultad, sea individual, nacional o universal. Porque cuando aprendemos a obedecer al Cristo, la Verdad, dejamos de odiar, temer o condenar a los que parecen manifestar lo que no procede del Principio divino. En vez de eso, atendemos a nuestra comprensión de la creación de Dios en perpetuo aparecer.

La mente mortal propende mucho a amplificar el mal, pero la Christian Science nos enseña a no alarmarnos ni temer las pretensiones del mal, sino a magnificar a Dios, el bien, y a recordar que el reino de Dios ya vino y está siempre presente. En la proporción en que prosigamos dando testimonio de la nunca ausente creación de Dios, ayudaremos a nuestros semejantes a elevarse por sobre las apariencias y a dar testimonio de su propio ser auténtico. No hay en realidad otra manera de lograr este resultado deseable.

Podemos estar en el cielo únicamente cuando traduzcamos todo aquello de que estemos conscientes a su verdadero significado. Leemos en Ciencia y Salud (pág. 242): “No hay más que un camino que conduce al cielo, la armonía; y Cristo en la Ciencia divina nos enseña este camino. Es no conocer otra realidad — no tener otra conciencia de la vida — que el bien, Dios y Su reflejo, y elevarnos por encima de los supuestos dolores y placeres de los sentidos.” Esto muestra claramente que no alcanzamos el cielo mediante la muerte, sino mediante la vida o sea viviendo la vida del Amor y de la Verdad. Lo único que muere son las creencias materiales, y a medida que aprendemos a desprendernos de ellas, dejamos cada vez más, como nos amonesta Pablo, el hombre viejo y sus hechos y nos renovamos conforme al hombre nuevo que, como imagen de Dios, “es creado en justicia y santidad verdadera” (Efesios 4:24).

En proporción a la claridad con que aparezca el hombre creado por Dios, la idea espiritual de Dios se nos revela en toda su armonía como el ser inmune al tiempo, inenvejecible e inalterable. El camino hacia la inmortalidad no nos hace pasar por la muerte, sino que nos resucita de toda creencia mortal y material para ascendernos a la individualidad espiritual y perfecta del hombre, la creación de Dios que aparece.

Para el Científico Cristiano, cada día puede y debería de ser un despertar a más cabal comprensión del ser inmortal del hombre con el correspondiente abandono de la mortalidad. Este progreso nos desenvuelve nuevas perspectivas del cielo, la consciencia de la creación del Amor divino.

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